Juan Restrepo

Ex corresponsal de Televisión Española (TVE) en Bogotá. Vinculado laboralmente a TVE durante 35 años, fue corresponsal en Manila para Extremo Oriente; Italia y Vaticano; en México para Centro América y el Caribe. Y desde la sede en Colombia, cubrió los países del Área Andina.

Juan Restrepo

Los retos de la inteligencia

Vamos a hablar de inteligencia, no de la inteligencia que los psicólogos estudian en la mente de los humanos, sino de la clase de inteligencia que debería tener un estratega —en este caso, el presidente de la república— para trazar planes y ponerlos en marcha. Inteligencia, según los teóricos del asunto, es el conocimiento que debe tener el personal, civil y militar, que ocupa cargos elevados, para procurar el bienestar del país.

Oímos a Gustavo Petro decir que la inteligencia no está para investigar a la oposición, a los periodistas, a la justicia y demás. Lo mismo están machacando en los medios personas de su entorno, que se han sentido investigadas por los organismos estatales en el pasado. Y, por si fuera poco, pone Petro a la cabeza de la Dirección Nacional de Inteligencia, DNI, a un señor cuya hoja de vida nada tiene que ver con tan delicada materia. 

Manuel Alberto Casanova, filósofo de profesión, cargo en su momento del SENA y de la Caja de Vivienda Popular, y ex funcionario de la Alcaldía de Bogotá, nombrado director de la DNI, no parece tener el perfil para semejante responsabilidad. Peor aún, cuando Gustavo Petro en una reunión de gobernadores, dijo que la DNI debe dedicarse “a perseguir la corrupción” saltaron todas las alarmas. Para perseguir la corrupción están la Policía y la Fiscalía. La DNI es el remplazo del antiguo DAS que Álvaro Uribe pervirtió convirtiéndolo en un instrumento delictivo, tanto que tuvo que desaparecer.

Si Petro encarga “la lucha contra la corrupción” a la Dirección Nacional de Inteligencia, un organismo destinado a garantizar la integridad del Estado mediante operaciones de inteligencia y contrainteligencia, estará haciendo el mismo uso perverso de una entidad a la que Uribe transformó en instrumento de persecución política. Solo las dictaduras convierten los servicios de inteligencia en armas poderosas de dominación interna. Y por cierto, suelen hacerlo de manera muy eficaz. Los desaparecidos Stasi y KGB de Alemania Oriental y de la URSS, y el actual G2 cubano son ejemplos de “perfección” en ese campo.

En los países democráticos la sola lectura de la prensa de un día cualquiera, tomado al azar, identifica una serie de asuntos de interés en diverso grado para más de un ministerio o entidad oficial. Se supone que alguien en el Gobierno, antes de que esos puntos de interés aparecieran en la prensa, presumiblemente ya recibió esa información, tuvo que iniciar una acción, continuar una acción o cambiar el rumbo de la acción que ya se había iniciado. Todo esto, suponiendo que las informaciones que llegaron a los medios son enteramente fiables. 

Ese es el mecanismo que se pone en marcha a diario en todos los Estados en donde la inteligencia funciona con la finalidad de preservar el bien común. Pongo como ejemplo el ataque esta semana a la avanzada de la visita de Gustavo Petro a El Tarra: faltó información o sea, inteligencia. Destinar la inteligencia a trabajar en otra cosa que no sea seguridad, es equivocar el foco y poner en peligro el interés nacional.

La naturaleza misma de los servicios de inteligencia contribuye a la opacidad en que se mueven. Por ello no es de extrañar que con frecuencia el mundo de los “espías”, como suele entender la gente este asunto, sea visto por la opinión pública como organismos que operan al margen de la legalidad y que de hecho, haya escándalos relacionados con la extralimitación de sus funciones legalmente establecidas. Un primer ministro europeo, en medio de uno de esos escándalos, definió de manera quizá brutal pero muy gráfica los límites difusos de ese trabajo: “Los intereses del Estado se defienden también en las cloacas”.

Luego está el delicado capítulo de la cooperación con otros servicios de inteligencia, el intercambio de información; la confianza, si es que en ese mundo se puede hablar de tal cosa, con “espías colegas” de otras nacionalidades. Casi todos los servicios de inteligencia contemporáneos nacieron en el contexto bélico de la primera mitad del siglo XX como apoyo a la toma de decisiones del Estado. Con el transcurso del tiempo se han institucionalizado y, como otras burocracias, suelen ser reacios al cambio institucional, celosos de la actuación de sus semejantes y, a la hora de “vender su producto”, nada empáticos con el consumidor de inteligencia. 

Comoquiera que sea es un aspecto de la administración estatal, de la burocracia y del engranaje oficial, demasiado sensible para entregarlo a manos inexpertas o lo que puede ser peor: a espíritus con ánimo de revancha por viejas afrentas. 

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