Cuando empecé a escribir esta columna, mencioné que me inspiraría en lo que he aprendido y en las grandes oportunidades que tengo de estar en contacto con profesionales valiosos que trabajan en el desarrollo del liderazgo, ya sea en consultoría o como escritores. Soy muy afortunada de aprender de personas que crean contenido para ayudar en el camino del liderazgo.
Recientemente, asistí al lanzamiento de un libro, invitada por ACRIP, la Asociación que reúne a los líderes de Recursos Humanos. Llegué muy atraída por el título “Los siete pecados del líder” y me llevé la sorpresa de conocer, a través de su autor Efrén Martínez O., el origen y la profundidad del conocimiento que permitió resumir tan precisamente algunos comportamientos con los que los líderes podemos identificarnos, reconociendo nuestras vulnerabilidades.
No puedo compartir todo en un solo artículo, así que seguiré profundizando en futuras columnas, esperando animarlos a leerlo y a reflexionar sobre cómo hacerse cargo de esos “pecados”.
El primer gran tema está centrado en el autoconocimiento y la necesidad de tener un genuino interés por él. Quiero citar una frase del autor que resalta: “Del Oráculo de Delfos, en donde el filósofo griego Sócrates conoció la premisa ‘Conócete a ti mismo’ -el mandamiento por cumplir-, la cual, acompañada por la famosa expresión ‘solo sé que nada sé’, obliga con humildad a aceptar que entre más entendemos algo, mayor es la confrontación con nuestra propia ignorancia”.
Este texto ofrece varias invitaciones. La primera, la perspectiva de la humildad unida al reconocimiento de nuestra humanidad. Antes que líderes, somos seres humanos con una historia y un recorrido que nos convierten en la persona que somos. Esa persona integra su trabajo, transmitiendo no solo sus virtudes, sino también sus carencias. La segunda invitación es la necesidad de crear conciencia para identificar cuándo nuestras limitaciones afectan el trabajo del día a día e impiden que impactemos de mejor manera. Humildad para reconocernos y conciencia para abordar nuestro desarrollo y mejora.
Aunque suena fácil, el autor nos muestra una verdad implacable: “A veces nuestra mente nos hará mirar hacia otro lado, pues la conciencia tiene la función de protegernos de sentimientos abrumadores”. Cuando nos damos cuenta de características de nuestra personalidad que no nos gustan, intentamos como primera opción proyectarlas en otros y negarlas.
Es común en los procesos de selección encontrar como área de mejora el perfeccionismo, visto como una falta “menor” que produce buenos resultados. Pero este perfeccionismo nos impide reconocer que somos rígidos, que no aceptamos ideas diferentes, que queremos controlar hasta los detalles más pequeños y que eventualmente no reconocemos que otros pueden tener mejores abordajes. Este perfeccionismo genera un efecto adverso en el trabajo en equipo, en la construcción de relaciones y en la eficiencia general. Aunque parezca pequeño, no es algo que podamos desestimar; y una trampa es convertirlo en una virtud desde nuestra propia interpretación.
Quiero dejarles con unas frases valiosas de Martínez: “No es posible liderar sin ser dueño de uno mismo” y “No basta con conocerse, además, hay que hacerse dueño de uno mismo; no basta con saber que eres de cierta forma, también debes poder gestionarlo”.
Acompáñenme en la lectura de este libro como una forma activa de reflexión sobre nosotros mismos. ¿Qué tal si empiezas por encontrar cuáles son tus abordajes comunes a las expresiones de tu carácter en el trabajo? Ponles nombre y empieza a conocerlas y a dulcificarlas desde tu humanidad. Hacerse cargo de nuestras propias vulnerabilidades puede ser un buen primer paso.