Cuando Shonna Graham, una rolliza ama de casa de 31 años residente en Glasgow, vio las fotos de su marido por televisión, por poco se cae de risa de la cama. Eso por lo menos fue lo que contó al Mail on Line, periódico escocés que completa la información con imágenes de la oronda humanidad de la señora Graham.
Porque Adam Graham, también de 31 años, un gigantón de cabeza rapada, complexión física de estibador de puerto y con un tatuaje en la cara al estilo de Mike Tyson, iba con aires de Dolly Parton de rubísima melena al viento, enfundado en unos ceñidos pantalones de lycra color rosa y protegiéndose de la lluvia callejera con un paraguas que bien podía haber salido de la factoría de Agatha Ruiz de la Prada. Una tarántula en un pastel de novia habría resultado más discreta que Adam Graham en las imágenes que él difundía la televisión local.
Para mayor disparate, Adam había adoptado un exótico nombre de señora; decía llamase ahora Isla Graham, y haber cambiado de sexo en su documentación legal. Aunque conservaba las gónadas y demás partes masculinas; condición física, por cierto, que le permitió convertirse en un depredador sexual: había violado a dos mujeres; y también a Shonna a quien, además, previo a este trance, agredió cuchillo en mano.
Gracias, sin embargo, a una reciente ley aprobada por el parlamento escocés, Adam/Isla era entonces “una delincuente” que había ido a parar a Cornton Vale, la cárcel de mujeres local, en donde cualquiera de las internas quedaba a merced de aquella extraña compañera de celda.
Shonna Graham por su parte, sabía ahora por lo menos adonde hacerle llegar los papeles de divorcio para que los firmase, ya que había dejado de tener noticias de su marido, hasta que las fechorías sexuales de Adam lo sacaron a la luz y lo expusieron en los medios locales.
Este extravagante asunto le costó el cargo a la ministra principal de Escocia, Nicola Sturgeon, que llevaba ocho años y medio a la cabeza del gobierno escocés y pasaba por ser una de las más brillantes figuras políticas del Reino Unido. La señora Sturgeon cayó, entre otras razones, víctima de la Ley de Reforma de Reconocimiento de Género aprobada por su Gobierno, que reducía a los 16 años la edad legal para cambiar de género; y por el traslado de un violador que ahora dice ser mujer a una prisión femenina. El sonado caso de la tal Isla Graham.
Con veinticuatro horas de diferencia a la renuncia de la señora Sturgeon el Parlamento español ha aprobado en Madrid una normativa similar denominada allí Ley para la Igualdad Real y Efectiva de las Personas Trans o ley trans, que permite a los menores cambiar de sexo a partir de los 12 años sin acompañamiento clínico ni ratificación judicial. Dicho sea de paso, en España también hay casos como el de Adam Graham; es decir, violadores de mujeres que aseguran haber cambiado de sexo para ir a parar a un lugar de reclusión femenino.
Más de un analista político se pregunta si el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, no puede correr la misma suerte de Nicola Sturgeon por la ley trans. Comoquiera que sea, la ministra principal de Escocia puede considerarse la primera víctima política de la mentalidad “woke”, un término de difícil definición en nuestra lengua, que hace estragos en Europa y Estados Unidos. En 2017, el diccionario Oxford agregó esta acepción definiéndolo como: “Estar consciente de temas sociales y políticos, en especial el racismo”, pero la cosa no es tan sencilla.
Ésa es una explicación en principio positiva pero depende de a quién se le pregunte, porque para otros puede ser un insulto; pues podría estarse hablando de un liberal en asuntos de justicia racial y social de manera irracional y extrema. Ahí nos encontramos con la plaga del lenguaje inclusivo, el presentismo histórico que acaba con estatuas de relevantes figuras del pasado y un fundamentalismo enfermizo que llega a cuestionase incluso por qué hay que empezar el juego del ajedrez con la fichas blancas.
En Colombia, por ahora, este mal no ha hecho su aparición más que en manifestaciones casi marginales, como el lenguaje inclusivo, que algunos se empeñan en importar como cotorras miméticas. Pero hay que estar muy atentos a lo que pueda llegar a través del ministerio de Igualdad, de reciente creación. Un peligroso e inútil elefante blanco burocrático, copia de su homólogo español inspirador precisamente de la arriba mencionada ley trans, y de una disparatada normativa legal que ha terminado por rebajar las penas y hasta sacar de la cárcel a cientos de violadores en España.
Lo primero que hizo Gustavo Petro como flamante candidato presidencial en su visita a Madrid fue entrevistarse con Pablo Iglesias, un neoleninista entonces Vicepresidente del Gobierno allí, y cuya mujer es hoy, precisamente, ministra de Igualdad. Nefasto espejo en el que mirarse, doña Francia.