El 18 de mayo de 2014, en Fundación, Magdalena, un incendio en un autobús dejó 33 niños y una mujer fallecida. Esta tragedia, que pudo evitarse, expuso las fallas estructurales de nuestra sociedad. El vehículo no cumplió con los requisitos básicos de seguridad, y tanto la Iglesia Pentecostal Unida de Colombia, organizadora de la actividad, como la Alcaldía y el Instituto de Tránsito y Transporte, ignoraron su responsabilidad de garantizar la seguridad de los menores. Diez años después, el Consejo de Estado los condenó a pagar más de 23.000 millones de pesos como indemnización.
Sin embargo, las cifras no reparan el vacío dejado por esta negligencia. Las instituciones involucradas tenían el deber de proteger a los niños, como lo ordena la Constitución, pero su desidia terminó en una tragedia que marcó al país. Lo más indignante es que esta no fue una catástrofe inevitable; con un mínimo de diligencia, los niños de la Fundación habrían regresado a sus hogares con vida.
A esta desgracia se suma un reflejo preocupante de la deshumanización social. Días después, un joven ibaguereño publicó en redes sociales un comentario burlón sobre la tragedia: "Me prendo como niño en bus". Su "broma", además de cruel, subraya la insensibilidad de una generación que muchas veces prioriza la viralidad sobre el respeto. Aunque el joven se disculpó, el daño ya estaba hecho. Sus palabras no solo hirieron a las familias de las víctimas, sino que banalizaron un dolor nacional.
La reacción de sus compañeros, que lo confrontaron en la universidad, muestra que no todo está perdido. Sin embargo, la violencia que él mismo provocó evidencia otra falla social: la incapacidad de responder al odio sin replicarlo. Necesitamos educación en valores y en el uso responsable de las redes sociales, espacios que no pueden seguir siendo tierra fértil para la insensibilidad y la burla.
La tragedia de Fundación no debe quedar como un simple recuerdo doloroso o un caso judicial más. Es un llamado urgente a la responsabilidad social e institucional. Las indemnizaciones son necesarias, pero insuficientes. Se requieren acciones concretas que garanticen que nunca más se repita una negligencia como esta, y que la vida y la dignidad de nuestros niños sean protegidas con prioridad absoluta.
Recordar no es solo un acto de memoria; es una herramienta para exigir justicia y transformación. Fundación no puede ser una historia de olvido, sino un símbolo de la necesidad de un cambio profundo en nuestras instituciones, en nuestra sociedad y, sobre todo, en nuestra humanidad.