Uno de los pretextos esgrimidos por el presidente de Corea del Sur, Yoon Suk-yeol, para intentar un autogolpe el pasado 3 de diciembre fue la amenaza de una Corea del Norte cada vez más beligerante. Decretar la ley marcial fue la medida que se le ocurrió más adecuada para obtener el apoyo de su partido gobernante, los partidos de la oposición y el público surcoreano en general. Y aunque por ahora ha escapado a una moción de censura que lo eche del poder, su desprestigio es grande y el índice de apoyo anda por debajo del 20 por ciento.
De todas formas, aunque el medio de decírselo al país no fue el más adecuado, la amenaza de Corea del Norte es real y se está intensificando. La proliferación nuclear cada vez mayor de Pyongyang plantea una amenaza notable para su vecino del sur y, en términos más generales, para Occidente.
Una de las razones para palpar esa amenaza como algo real y urgente es la renovada relación entre Corea del Norte y Rusia, que muestra pocas señales de disminuir en medio de la guerra en curso en Ucrania. Entre 11.000 y 12.000 soldados norcoreanos han sido desplegados en la región rusa de Kursk. Se desconoce si participan ya o no en combate directo, pero parece posible que Pyongyang envíe más tropas, ya sean soldados de primera línea o de otro tipo. Además, el reciente suministro de misiles de largo alcance y sistemas de artillería por parte de Corea del Norte a Rusia no hace más que subrayar que, mientras continúe la guerra, Pyongyang seguirá siendo un proveedor de artillería, misiles y personal.
Por su parte Corea del Sur ha dado a entender que podría suministrar ayuda letal a Ucrania a la luz de las recientes solicitudes del gobierno de Zelenskyy. Sin embargo, Seúl sigue dudando en aumentar su asistencia a Kiev de la actual ayuda no letal o ir más allá; es decir darle armas, que es lo que pide el gobierno ucraniano. Si esto ocurriese, nos encontraríamos ante un singular enfrentamiento armado entre coreanos lejos de su tierra. Sucede, sin embargo, que el clima político en el sur, exacerbado con la declaración de ley marcial y todo el debate como consecuencia de este asunto, hace que los temas sobre política exterior queden en un segundo plano.
Si las cuestiones de política interna en el sur se serenan es muy posible que el peligro de Kim Jong-un, el sátrapa que gobierna en el norte, se convierta para las gentes del sur en foco de mayor atención. El tercero de la dinastía de los Kim no solo ha propuesto recientemente una Teoría de los dos Estados hostiles que niega la unidad nacional y la reunificación, sino que también ha enmendado la Constitución para solidificar este concepto.
Además de construir barreras antitanques y plantar minas en la Zona Desmilitarizada (DMZ) para bloquear las rutas de deserción, Kim Jong-un ha demolido símbolos de cooperación intercoreana, como la línea ferroviaria Donghae y la Gyeongui, generando inestabilidad en la península coreana. El hombre anda en plan más agresivo hacia sus vecinos, y hermanos al fin y al cabo, que su abuelo y su padre; que no eran precisamente unos delicados merengues.
Esta situación y las noticias de que llegan de los soldados norcoreanos en el frente de batalla de Ucrania, me traen a la memoria uno de los testimonios más estremecedores que conozco sobre la vida en Corea del Norte. Y lo que puede ser la nueva realidad para los pobres tipos que el gordito Kim Jong-un ha lanzado como carne de cañón a mayor gloria de Vladimir Putin.
Desertores de la terrible vida en el norte han sido muchos, y testimonios de sus tragedias personales, variados. Pero ninguno como el de Shin Dong-hyuk , un chico que nació, creció y se crió dentro de un campo de concentración en Corea del Norte, y contó su vida al periodista norteamericano Blaine Harden. Imagine el lector un marciano que llega a la Tierra y ve a unos seres semejantes a él físicamente, haciendo cosas extrañísimas como hablar por teléfono, adquirir comida con unos papeles de colores que pueden sacar de una máquina en la calle. O pedir ropa en lugares en donde abundan las prendas de vestir, con un trozo de plástico plano.
Pues bien, aunque no es el caso extremo de Shin y aun encontrándose en zona de guerra, el impacto para unos soldados que no son más que pobrísimos campesinos u oficiales subalternos que ven el mundo por primera vez más allá de sus fronteras, es grande. Lo primero está siendo comprender la extremada miseria en la que viven en Corea del Norte.
Los que sobrevivan al frente volverán con ideas que contradicen la propaganda del régimen, según la cual Corea del Norte es una de las naciones más felices y avanzadas del mundo. Cuentan, quienes los han visto, que el descubrimiento de internet para estos hombres los tiene cercanos a la alucinación. Y lo más inquietante para la moral de combate, que el hallazgo de pornografía en la red se está convirtiendo en un factor más que disuasorio para acudir a la batalla.
Si regresan vivos a casa, llegarán inmersos en un baño de dura realidad y con un único consuelo: que les quiten lo bailado.