Cuando pienso en la magia de los equipos, viene a mi mente un video de Néstor Pékerman, líder de ese equipo maravilloso que nos llevó a un mundial de fútbol luego de varios fracasos, para mí, una joya que, si no lo han visto, tienen que buscarlo y guardarlo en sus favoritos. Hablando de esta pieza audiovisual, siempre me toca el corazón y me encanta la frase con la que termina: “…y si ganas, te van a apretar tan fuerte que vas a querer llorar”.
¿Te ha pasado?, ¿has terminado un trabajo muy intenso en equipo y el abrazo que te das con los otros es tan fuerte que invariablemente quieres llorar? Yo sí lo he vivido y ha sido un momento de esos en donde uno piensa que ser efectivos juntos es posible.
Pero también he visto, que ese mismo equipo, con quien has tenido logros espectaculares, pareciera olvidar la maravillosa fuerza de estar unido y se desconecta convirtiéndose en un caos espectacular. Ese podría decir, es el gran reto para el liderazgo: cómo hacer que tu equipo sea verdaderamente eso, un equipo que perdure en el tiempo.
Entonces, me voy a mis libros de cabecera, uno muy clásico: Las cinco disfunciones de un equipo de Patrick Lencioni, 2013. Desde entonces, para mí es un documento de mucho valor al que acudo con frecuencia, y al que he ido añadiendo notas a partir de nuevas cosas que he aprendido. Lo valoro muchísimo y puedo recomendarlo si se está empezando como líder de equipo o en cualquier momento de nuestras funciones diarias.
Me voy a permitir mencionar las cinco disfunciones, y compartir mi propia interpretación y lo que he agregado de mi propia cosecha.
La primera, es la falta de confianza. En mi experiencia, la confianza empieza cuando como líderes nos mostramos tal cual somos, con vulnerabilidades y con aciertos e invitamos a nuestro equipo a que también lo haga. En un nuevo equipo, siempre empiezo confiando y lo declaro; aunque no nos conozcamos, les invito a que cuidemos de ese valor juntos y vayamos tejiendo nuestra historia en la medida que nos vamos acercando; espero y ofrezco lealtad y conversaciones claras para ir revisando cómo vamos.
Esta aproximación me ha servido mucho, y también en ocasiones me ha decepcionado, entendiendo la naturaleza humana. He ido afinando y cuidando el balance entre confiar y ser ingenua, pero siempre, dando lo mejor de mí y entregándome como una líder transparente, coherente conmigo. La confianza es un tejido que se hace entre todos, aprendiendo a mostrarnos tal y como somos y teniendo las conversaciones necesarias para cuidar el vínculo. Sin confianza, no hay equipo.
La segunda, es el temor al conflicto, y tal como menciona el autor, está directamente relacionado con la anterior, pues por evitar las confrontaciones, empiezan a generarse malestares que no son evidentes a la luz, reflejándose una aparente armonía. El silencio aparece, las suposiciones y las criticas llenan los espacios no aclarados, y las conversaciones empiezan a darse en otro lugar, a las espaldas, destruyendo la conexión del equipo.
Un líder necesita aprender a tener conversaciones difíciles. Se requiere de valentía para retar al equipo a exponer abiertamente las diferencias, lo que sucede siempre que se evidencie que es un espacio seguro, donde lo que se habla se mantiene en la confidencialidad del equipo, o en la confidencialidad del uno a uno y de donde se sale fortalecido. Empecemos por nosotros mismos, con el ejemplo, recibiendo las críticas y aceptando lo que tiene que ver con nosotros. Cada tanto es bueno hacer un pare para revisar cómo va el equipo y como se están gestionando las diferencias.
La tercera, es la falta de compromiso. Normalmente relaciono esta disfunción con la ausencia de dos elementos esenciales: una visión compartida y la carencia de inspiración. Ambos elementos provienen del líder. Necesitamos mostrar un norte claro, acordar con el equipo cuál es la contribución de cada uno, identificar cómo sabremos que lo estamos logrando y qué haremos cuando esto no suceda.
Pero hay que inspirar, yo creo que esto proviene de poder compartir con el equipo a qué sabe el triunfo, qué significa que logremos el objetivo, cuál es el fin último y grande que tiene el trabajo que hacemos. A mí me gusta ser parte del equipo ganador y ¡creo que a todos! Si logro conectar al equipo con lo grandioso que es llegar juntos, creo que habré podido conquistarlos para hacerlo con un alto nivel de compromiso.
La cuarta es la omisión de responsabilidades, que se evidencia cuando algún miembro del equipo no se hace cargo de su contribución en un resultado no deseado y empiezan a ser señalados los culpables en todos lados. Yo siempre digo que la culpa importa poco, y que el foco debe ser es cómo lo solucionaremos y cómo asumiremos nuestra parte para lograr el resultado.
Yo sugiero abordar esta disfunción revisando los acuerdos, los compromisos, las metas y las responsabilidades de cada uno. Siempre hablar sobre temas objetivos y medibles me parece una opción muy adecuada; ir sobre el proceso y luego, recordar hacia dónde vamos y corregir el rumbo.
La quinta disfunción, es la falta de atención a los resultados. Esto para mí es el desenfoque. Tiene unos síntomas a veces muy claros, cada uno va por su lado preocupado por su propio tema, sin coordinar con los demás, dejando de lado el logro mayor: la meta conjunta. Esto conduce a la frustración, es el fracaso del equipo.
Si se ha realizado bien el rol de líder, los miembros del equipo saben qué se espera de ellos, pero hay que recordar que acompañar es la esencia del liderazgo. El camino tiene sus curvas, sus rectas, sus subidas y bajadas, sus accidentes; pero ahí estamos, al frente, al lado, detrás, donde haga falta para mantener claro el norte y asegurar llegar al logro acordado unidos, como uno solo.
Y cuando se logre el objetivo, hay que celebrar y reconocer. Disfrutar el logro para quererlo repetir, para querer siempre ser parte del equipo ganador. Que todos recuerden ese abrazo tan fuerte que hace dar ganas de llorar ¡De felicidad!
Qué maravilla el reto del liderazgo; es seguro que estas disfunciones se pueden abordar con la grandeza de nuestro corazón, con el autoconocimiento, haciéndose responsables de nuestro propio desarrollo y dándolo todo por el equipo. Trabajemos mucho en nosotros mismos, para que podamos poner lo mejor que tenemos al servicio del equipo porque el liderazgo es el servicio por excelencia.