El pasado sábado 28 de diciembre, Día de los Inocentes, el diario El País de España publicó un extenso reportaje escrito por su corresponsal en Bogotá, titulado “Petro se mueve en aguas turbulentas”. Todo una página con foto a cuatro columnas en la que el presidente, convenientemente enfundado en una camisa roja, abraza a una mujer que mira con arrobo al mandatario. La abrazada, trasunto de la Madre Teresa de Calcuta pero más rica en melanina —afro, para ceñirnos al texto del autor en el primer párrafo—, era la encarnación misma del sufrimiento y la privación real del colombiano estrato cuatro. ¡Para qué queremos más! El líder y su pueblo fundidos en un solo ser. La instantánea —que no se nos escape el detalle— fue “facilitada por el Gobierno colombiano”, según informaba el correspondiente pie de foto.
El titular de la pieza evocaba al mismísimo Joseph Conrad: imaginamos a Petro zarandeado por las olas en el Atlántico sin otra cosa que “el aullido del viento, el tumulto del mar, el estruendo del agua saltando sobre cubierta”, habría dicho el maestro; y Gustavo, mientras el barco de la nación oscila como un trompo en la mar bravía, firme frente al timón de la nave. Según el redactor de este escrito, el presidente “debe renunciar a algunas transformaciones de calado por la necesidad de consensuar con la oposición”. Para los fieles lectores de este periódico, que se llaman a sí mismos progresistas, una afirmación de ese calibre es puro almíbar. ¿Pero, qué transformaciones de calado puede haber en la cabeza de Gustavo Petro? podría preguntarse un lector avisado.
Pues algo que cualquier colombiano sabe y el reportaje de marras no hace mención: estatizar el sistema de salud, volviendo al antiguo Seguro Social y perdiendo los treinta años de avances del país en esa materia. Nadie dice que sea un sistema perfecto, pero es uno de los más aceptables del subcontinente. Los manejos de Petro en ese campo comprometen la vida y la atención sanitaria de miles de colombianos y ocasionarán un daño difícil de reparar.
¿Será de calado que en el sector petrolero, Colombia renuncie a su principal fuente de ingresos, cuando en todo el mundo precisamente se va en sentido contrario? La nación está perdiendo con el gobierno de este señor una autosuficiencia de casi medio siglo en materia de gas, y ahora los colombianos —porque son todos los colombianos— se verán obligados a importar cada vez más pies cúbicos de gas a cuatro o cinco veces el precio de lo que hoy tiene bajo el suelo.
A lo mejor el diario madrileño considera de gran calado, y torpedeadas por la oposición —por la derecha, por la oligarquía bicentenaria y retrógrada— las iniciativas de Gustavo Petro en materia de orden público. ¿Será por ese bastón entre las ruedas de la oposición que el país ha retrocedido un cuarto de siglo en cuanto a control territorial? Durante los algo más de dos años de gestión petrista (siendo muy generoso al llamar así a tanto desgobierno), casi la tercera parte del territorio nacional está ahora en manos de bandas criminales, y con muchos de sus cabecillas campando a sus anchas porque se les retiró las órdenes de captura que la justicia había dictado en su contra. ¡Con lo bonito, progresista y gentil que es su programa de una Paz Total!
Salud, energía y orden público; solo tres sectores devastados por el gobierno de Gustavo Petro. Para no nombrar reformas que desactivan la creación de empresas como la tributaria, abandonos clamorosos como el de las infraestructuras, escándalos rampantes de corrupción como el robo que dejó sin agua potable a la Guajira; y su extraña agenda y método de trabajo, que le permiten dejar plantados un día sí y otro también a colaboradores y gobernados por sus misteriosas desapariciones. Nada de esto encontrarnos reflejado en el extenso reportaje de El País. Nada porque eso no interesa a la izquierda caviar europea.
Pero, como la realidad va muchas veces en contra de los deseos, al corresponsal del diario madrileño no le queda más remedio que admitir que el índice de aprobación de la gestión de Petro es bajo; “en torno a un 35 por ciento nada desdeñable de cara a las presidenciales”, dice textualmente, como remate de un párrafo que es todo pronóstico esperanzador: Gustavo Petro aspira “a que en 2026 le suceda alguien de su círculo que continúe con sus políticas de inclusión y justicia social, como ha logrado Andrés Manuel López Obrador en México, que con facilidad ha pasado el testigo a Claudia Sheinbaun”.
No nos adelanta “El periódico global”, como se llama a sí mismo El País, quién puede ser ese mirlo blanco, la Claudia Sheinbaun colombiana, pero candidatas no faltan. Apagado el protagonismo inicial de la primera dama por razones de agenda conyugal, queda todavía un rico ramillete de señoras en la mente de todos, preparadas y dispuestas a empuñar la antorcha de inclusión y la justicia social del petrismo. Alguna incluso, puede descender del cielo en helicótero.
Ningún lector que desconozca la realidad colombiana se habrá enterado de cómo andan las cosas en este país después de leer cuanto allí quedó escrito. Por la fecha de publicación del documento, el Día de los Santos Inocentes, estuve dudando si aquella pieza periodística era una broma propia de la tradición y usanza de todo final de año. O si, ateniéndome a la procedencia de la fotografía que la encabeza, se trata de un publirreportaje.
