Mario Huertas

Analista de asuntos estratégicos y hemisféricos (Énfasis: Brasil y EE.UU.) Columnista de opinión, diario La Nación. Voluntario internacional para la promoción de nuevos liderazgos, Universal Wonderful Street Academy (UWSA), Jamestown-Accra. Colaborador del Goldstreet Business (Ghana). Profesor de Geopolítica y Geoestrategia. Infante de Marina, Armada República de Colombia (A.R.C).

Mario Huertas

Gobierno de emergencia

Como si asumiera plenos poderes que solo le otorgaría un estado de excepción y con un galimatías de los que suele usar, Gustavo Petro, ha decidido instalar -según su lógica- un gobierno de emergencia dinamitando, a su vez, la coalición de gobierno. 

Ahora bien, las crisis ministeriales son consustanciales cuando de gobiernos se trata. Si Petro consideró que la gestión de los ministros no era eficaz y que, por cuenta de ello, su relación con el Congreso no funcionaba, era lógico que disolviera el gabinete y lo volviera a componer en función de la agenda “del cambio”. Un asunto exclusivo del fuero presidencial. 

Lo anterior, sin embargo, no lo exime de su responsabilidad debido a que pudo seleccionar una mejor plantilla de ministros pero incapaz para liderar la administración con auténtica talla de estadista, optó por la elección de un personal que ajeno al sector de su cartera (Cancillería, Minas, Defensa, Salud e Interior) cuenta con unos niveles de liderazgo solo comparables al dominio de los despachos en mención. 

Sobre el papel, la crisis sería un buen momento para que Petro reconfigurara el gabinete convocando a colombianos con sobrada capacidad técnica de gestión y un liderazgo político indiscutible. Este “golpe de opinión” debería ser piloteado con pulso de estadista a fin materializar las reformas con las que se ha comprometido sin propinarle una lesión a la democracia. 

Lamentablemente, todo conduce al pesimismo toda vez que en la catilinaria de ayer disparó contra Uribe y Santos, tal como ya lo había hecho contra Gaviria, y como de costumbre, pontificando sobre sus propios pecados, volvió a la carga para llamar peligrosamente a la movilización social agitando a sus fervorosos creyentes. 

Así, amparado en las falacias que esconde un concepto tan etéreo como la paz, acusó al Congreso de querer la guerra por no aprobar sus reformas; señalándolo temerariamente con un mensaje que solo permitiría deducir que habrá paz si hace lo que Petro dice. El resto, será entendido como un acto de guerra. ¿Esto explica que recurrentemente evoque el caso de Pedro Castillo?

Los sectores democráticos estamos esperando que esto solo sea un ejercicio más de propaganda para sus seguidores y no un inminente golpe al orden republicano como a la estabilidad del continente. 

Y es que no pudiendo pasar por alto las palabras de Petro, resulta atípico para un régimen que se precie de democrático que las instituciones, que históricamente lo han moldeado, queden sometidas directamente al capricho del poder popular. Entre nuestros episodios nacionales ya contamos con fallidos experimentos de radicalismo y sus consabidos resultados. De ahí que, Alberto Lleras dijera que la guerra civil es nuestro deporte nacional. 

Canalizar las demandas sociales dentro de las formas jurídicas democráticas es la quintaesencia del Estado Social Estado de Derecho que desaprueba, por un lado, la violencia de quienes so pretexto de la desigualdad alzan las armas presuntamente para producir cambios como, de otro lado, deslegitima los autoritarismos inspirados en el populismo como método de gobierno.

Ratifica mi pesimismo el nuevo gabinete ya que Petro tozudamente insiste en mantener a ministros con escaso conocimiento sectorial y mínimos de liderazgo sacrificando, por ejemplo, a una autoridad económica como José Antonio Ocampo para abrir un compás de espera a fin de que los nuevos jefes de cartera logren, ya sin coalición parlamentaria de gobierno, los acuerdos para que las reformas cobren vida y se vean resultados en áreas estratégicas.

Pulverizada entonces la coalición de gobierno, Petro reduce su gobernabilidad en el Congreso a la negociación directa y secreta con cada uno de los parlamentarios y lo empuja al balcón para movilizar la gente con los sofismas, de sobra conocidos, previa agitación de sus pasiones por redes sociales. 

Petro me asiste cada vez más en razón cuando dije que era un líder negativo, pues, la transición de gabinete pudo hacerse sin el histrionismo que lo caracteriza tal como un verdadero estadista lo hubiera hecho en su lugar. Definitivamente, a Petro le falta grandeza. 

Igualmente, resulta una mentira que el Congreso quiera burlar las decisiones de las urnas en tanto que no funge como apéndice y notario de La Casa de Nariño, además porque allá tiene asiento el casi 49% de la representación de un electorado que NO comulga con el fingido espíritu de cambio. Es increíble que a estas alturas, tengamos que insistir e insistir en que la pírrica victoria electoral no faculta al petrismo a desconocer esa otra mitad del país que tiene derecho a existir en virtud de la democracia indirecta. 

Luego, sin caer en la amnesia tan típica de este país, fue Petro quien fomentó “el estallido social” cuyas emociones deberían estar siendo encausadas responsablemente en moldes republicanos y no avivando arriesgadamente la movilización social ya no como táctica de oposición sino como estrategia de gobierno. 

No hay que llamarse a engaños, si hay algo que Petro sabe hacer es manipular el lenguaje a fin de subvertir el orden de las cosas y maniobrar a su devoto electorado. Por ello, así como no aplaudiríamos ningún acto antidemocrático en su contra tampoco legitimaríamos un esguince al orden democrático propinado por él.

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