Las campañas presidenciales usualmente tienen un tema decisivo en su agenda que define el debate político. En el pasado, asuntos como el terrorismo, la migración y la agenda económica han sido claves en las campañas para elegir presidente de Estados Unidos; sin embargo, en la campaña actual aún no se identifica el tema definitivo que movilizará al grueso de los votantes.
En principio, esta campaña pasará a la historia por desarrollarse en medio de dos crisis: una económica/sanitaria por la pandemia de COVID-19 y una social/política por el racismo y la brutalidad policial. Donald Trump se enfrenta a un nuevo contexto para su campaña de reelección, para la cual tenía el terreno abonado a finales del año pasado gracias a los logros económicos de su gestión.
Por otro lado, los demócratas se enfrentaban a un rival fuerte y parecían no encontrar su causa frente a un gobierno que ha logrado mantener un discurso polarizador que no se vio afectado por un juicio político contra el presidente y logró salir invicto de una guerra comercial con China, así como de un ataque contra Irán.
Sin embargo, la crisis sanitaria por el coronavirus y las masivas protestas contra el asesinato de George Floyd han cambiado el panorama. Estados Unidos debe elegir un nuevo presidente en medio de una crisis económica global y una profunda polarización política, marcada por las protestas que surgieron a finales de mayo.
La primera etapa de las elecciones en Estados Unidos ha sido impactada por los cambios en ese país y en el mundo en los últimos cinco meses. Si escribíamos esta columna en diciembre, veíamos que Trump contaba con una ventaja, ya que sus votantes estaban satisfechos con los resultados de su gestión. Trump contaba con números importantes en su lucha contra el desempleo a finales de 2019 (3,5% según la Oficina de Estadísticas Laborales de EE. UU) y un crecimiento económico constante en los últimos años sin ceder ante la economía global, por el contrario, mantuvo una postura firme, cumpliendo así con sus principales caballitos de batalla durante la campaña anterior.
A inicios del 2020, los discursos de los precandidatos demócratas Joe Biden y Bernie Sanders giraban en torno a la política migratoria y la cobertura de seguros médicos. Sin embargo, el coronavirus llegó al país y el foco de la opinión pública viró hacia la respuesta gubernamental ante la emergencia sanitaria, en este debate Trump se destacó por realizar afirmaciones polémicas, matizando la gravedad del virus e invitando a los ciudadanos a no cumplir el aislamiento o, incluso, a tomar cloro para evitar el contagio.
En abril, justo en medio de la pandemia y el aislamiento, Bernie Sanders retiró su candidatura y adhirió a la campaña de Joe Biden, destacando la importancia de derrotar a Trump. La polarización se hacía aún más evidente en Estados Unidos, que además contaba con la preocupación de ser el epicentro de la pandemia y el desafiante discurso con que el presidente abordaba la crisis. En este contexto, Biden consolidó su candidatura, con un discurso moderado que llamaba a la unión. El demócrata manifestó la prioridad de salvar vidas, destacando importancia de cuidar la economía. y tener un plan para atender la pandemia, con pruebas sin costo y garantía de atención a todos los ciudadanos.
El coronavirus continuó expandiéndose en Estados Unidos, afectando las cifras económicas insignia de la administración de Donald Trump: el desempleo creció a 10,3 puntos 14,7% en abril, según la Oficina de Estadísticas Laborales de EE.UU., implicando la destrucción de más de 15 millones de empleos y una caída en las proyecciones de crecimiento económico. Paralelamente, el presidente se dio a una pelea contra la Organización Mundial de la Salud, señalándola de encubrir al gobierno chino en el manejo del coronavirus y criticando su gestión de la pandemia. Tanto así que retiró la financiación de Estados Unidos a esta organización internacional y en mayo anunció el retiro de su país de la OMS.
El descontento social creció, encontrando su punto máximo en la muerte del afroamericano George Floyd luego de ser inmovilizado por un policía. Miles de ciudadanos protestaron en rechazo al abuso de poder, destacando que no es la primera vez que un afroamericano es asesinado por un agente de la policía. Las protestas se extendieron por diferentes ciudades estadounidenses durante semanas, desembocando en un movimiento que critica el racismo estructural, derrumbando incluso monumentos de líderes confederados vinculados con el tráfico de esclavos. El impacto de las protestas ha sido tal, que los ciudadanos perciben el racismo como uno de los mayores problemas de Estados Unidos y ha sido un momento clave para la campaña demócrata.
A diferencia de Trump, Joe Biden rechazó categóricamente el asesinato de George Floyd, ha apoyado las protestas pacíficas y ha sido crítico del racismo. En un estudio publicado por Business Insider, la gran mayoría de los manifestantes afirmó que votaría por Joe Biden en las elecciones de noviembre. Además del apoyo a este movimiento y de contar con el respaldo del expresidente Barack Obama, la carrera por elegir a la fórmula vicepresidencial de Biden muestra el enfoque inclusivo en respuesta al descontento social: son 12 mujeres las candidatas a ser fórmula vicepresidencial, varias de ellas afroamericanas.
El debate sobre el racismo y el manejo de la pandemia han marcado la coyuntura actual, aunque no sabemos si en unos meses continúen vigentes en el debate político. Hace unos meses el impeachment parecía ser el proceso clave para ganar la elección; hoy, el tema parece olvidado por la opinión pública. La política exterior se posiciona a inicios de 2019 como el tema central del debate, luego del acuerdo para frenar la guerra comercial con China o el escalamiento de las tensiones con Irán. Aunque las relaciones con China siguen siendo un tema clave, la política exterior ha perdido protagonismo ante los medios.
Estos cambios en la agenda muestran la alta volatilidad que ha tenido la opinión pública estadounidense en la actual contienda. El proceso electoral ha estado lleno de fotos de la coyuntura, sin un solo debate central. Lo que tenemos hoy, desde las dos campañas, son apuestas variadas por consolidar una sola bandera, sin lograrlo.
Tal vez estamos ante una campaña atípica en la que la decisión final venga de la capacidad de cada candidato de armar una coalición amplia alineándose con las preferencias expresadas por cada grupo poblacional en distintos momentos del proceso o, como en casos más recientes, un referendo sobre el tipo de líder que necesita el país.
Esta columna es un primer análisis sobre la campaña presidencial en Estados Unidos. En agosto, luego de las convenciones nacionales de los partidos Republicano y Demócrata, escribiré nuevamente sobre el avance de la campaña, y haré un tercer balance en octubre, luego de los grandes debates de los dos candidatos.