Juan Restrepo

Ex corresponsal de Televisión Española (TVE) en Bogotá. Vinculado laboralmente a TVE durante 35 años, fue corresponsal en Manila para Extremo Oriente; Italia y Vaticano; en México para Centro América y el Caribe. Y desde la sede en Colombia, cubrió los países del Área Andina.

Juan Restrepo

España mestiza

Recién llegado a España por primera vez, hace de esto muchos años, tuve una experiencia de esas que quedan en la memoria para el resto de la vida. Pedí un café con leche en un ruidoso bar al norte del país y, desde el otro lado de la barra, un camarero me puso un vaso de cristal con un brebaje  que, según supuse, era lo que había ordenado. 

Entonces se me ocurrió pedir azúcar, y el hombre me dio —con la voz recia con la que suelen decirse las cosas en España— una información que me dejó atónito: “El azúcar lo tiene en el culo”. Pasado el primer impacto, comprendí que el camarero había querido decir que el azúcar ya estaba en fondo del vaso. Era la costumbre de servir el café entonces por esos lares: en vaso y con el endulzante en el derrière.

El desparpajo con el que los españoles emplean una palabra que es tabú en Latinoamérica y el asombro con el que colombianos, peruanos o centroamericanos, por ejemplo, la oyen al principio, sirve para ilustrar un malentendido con la lengua común que tiene una consecuencia indeseable: muchos latinoamericanos al llegar a la “madre patria”,  confunden la reciedumbre de los españoles con la mala educación. Y se equivocan.

Queriendo integrarse cuanto antes en un país cuyas costumbres son muy diferentes a las suyas, confunden el brío y la decisión del castellano de los españoles con la mala educación. Entonces transmutan en grosería esa cierta dulzura y cadencia de la lengua común allende el Atlántico; y la adustez y rudeza de sus maneras y su lenguaje en la Península los convierte en unos personajes cafres e insoportables.

En los años de la anécdota arriba descrita ser latinoamericano en España era un exotismo. Como los pocos negros o chinos que raramente se veían por las calles de las ciudades españolas. Hoy la cosa ha cambiado y la sociedad española es definitivamente mestiza. Y más racista que de costumbre, esto también.

Un escritor madrileño ya desaparecido, Francisco Umbral, un baboso cuyo culto aún profesan muchos intelectuales españoles, acuñó el término sudaca, que se ha convertido en despectivo para quienes llegan a la Península desde la América hispana. Y últimamente panchito ha surgido en España como sinónimo peyorativo del latinoamericano. Este “progreso” indica el estado actual de un problema de difícil resolución en la sociedad española: la gestión de una realidad multicultural creciente que los “españoles de toda la vida” consideran algo extraño y ajeno a sus vidas.

Esta semana, por causa de un accidente sufrido en Madrid, me vi obligado a acudir a tres centros médicos de la capital española. Dos de los facultativos que me atendieron eran de origen sudamericano, y uno español. Con este último el trato fue amable, incluso con un despliegue de sentido del humor. Los otros dos tenían la simpatía en el fondo del vaso de cristal del cuento arriba referido.

Lejos de mí ir a poner como ejemplo de nada a una sociedad racista como la inglesa, pero la evolución de sus últimos acontecimientos políticos deja para españoles y latinoamericanos un motivo de reflexión de no poca monta: la gestión, bien es cierto que efímera, de Kwasi Kwarteg, un negro, como ministro de Finanzas; y el nombramiento de Rishi Sunak, un indio, como primer ministro.

Pasarán muchas generaciones antes de que un ecuatoguineano llegue a ministro de Hacienda en España o un colombiano a presidir el Gobierno de este reino. Y si los latinoamericanos creen que ser groseros y antipáticos es el camino para integrarse en esta sociedad, antes se helará el infierno que ver a un panchito en el palacio de La Moncloa.

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