Juan Restrepo

Ex corresponsal de Televisión Española (TVE) en Bogotá. Vinculado laboralmente a TVE durante 35 años, fue corresponsal en Manila para Extremo Oriente; Italia y Vaticano; en México para Centro América y el Caribe. Y desde la sede en Colombia, cubrió los países del Área Andina.

Juan Restrepo

El valor de la camiseta

En el libro de Eduardo Sacheri La pregunta de sus ojos hay un párrafo luminoso para saber por qué el fútbol es un ícono mundial. Patrucci, uno de los personajes de la novela, se pregunta: “¿Cuántos años, desde el gol de Cárdenas y la copa del mundo? Cinco. Cinco largos años. ¿Y si pasaban otros cinco? ¿Y si pasaban otros diez sin que Racing saliera campeón? Dios Santo. No quería ni pensarlo, como si hacerlo fuese un modo de invocar a los malos espíritus.” El pobre Patrucci se sentía un idiota amargándose la vida por los colores de una camiseta. Y lo que es más dramático: cambiar de camiseta es imposible.

Y ese sentimiento, que es tan ecuménico como la ambición desmedida ser humano, para quien el concepto de suficiente no existe, porque cuando se llega a rico jamás puedes decir: “tengo bastante”, es el que conocen unos cuantos listos para manejar a su antojo el negocio del fútbol. Y es entonces cuando el plato de la corrupción está servido. Fútbol y corrupción, ¿habrá otro maridaje más global? Estamos a punto de asistir desde las pantallas de televisión del mundo entero, a un nuevo casamiento de esta parejita, más famosa y universal que la Coca-cola. Y esta vez por todo lo alto, con más derroche que una boda gitana.

Hay muchos bienpensantes convencidos de que el Mundial de Qatar nunca debió de celebrarse y, sin embargo, ya estamos todos frente al electrodoméstico rey con provisión de refrescos, cerveza y pasabocas dispuestos a ver rodar la bolita. Qué importa que sus organizadores se sienten o estén en proceso de sentarse ante el banquillo. 

Veamos los nombres. Joseph Blatter, el que fuera presidente de la asociación internacional, FIFA, cuando en 2010 se eligió a Qatar como sede de este mundial, está inhabilitado por corrupción. Blatter acusa a Michel Platini, entonces presidente de la asociación europea, UEFA, y hoy igualmente inhabilitado por corrupción, de presionar a favor del pequeño pero multimillonario emirato árabe. Y Nicolas Sarkozy, ex presidente de Francia, hoy condenado por corrupción, resulta que había exigido a Platini que consiguiera para Qatar los votos necesarios y evitara que el mundial 2022 se disputara en Estados Unidos, como se había previsto. Francia tenía que vender al emirato aviones de combate y ustedes ya los han adivinado: los vendió.

Pero no todo en este mundo es solo negocio. Resulta que Sarkozy tiene el corazón partido entre Carla Brunni y el club Paris Saint-Germain, PSG, el equipo de fútbol parisino, y el amor por una camiseta te lleva a hacer locuras. Nicolas Sarkozy, como el pobre sufridor de la novela de Sacheri, quería que el club de sus desvelos fuera el más rico del mundo y que, a cambio del favor de conseguirle el Mundial, Qatar comprase el PSG. Ustedes han vuelto a adivinar: Qatar lo compró.

Ahora la justicia francesa investiga a Sarkosy y a su hijo por presuntamente haber engañado a los cataríes. El ex presidente francés y su retoño lograron venderles el PSG pagando por el equipo dos veces sus valor, 64 millones de euros en lugar de los 30 en que estaba tasado. Uno en su ignorancia de estas cosas no alcanza a entender el celo de los jueces galos, 30 millones de euros arriba o abajo en un negocio con un emirato árabe es quitarle un pelo a un camello.

Pero bueno, a lo que íbamos. Tamim bin Hamad Al Thani, emir de Qatar, logró en esta operación triangular, además de lo reseñado, la más espectacular campaña de imagen para su pequeño emirato en el Golfo Pérsico. Un mini Estado de apenas 11.500 kilómetros cuadrados y de algo menos de 3 millones de habitantes, estará en boca de todo mundo durante las dos semanas, cosa que desde el punto de vista del marketing no tiene precio.

Y los jugadores que evolucionen en unos estadios con aire acondicionado, y en cuya construcción se dejaron la vida unos pobres emigrantes que llegaron allí huyendo de la miseria de sus países de origen, con todo y los millones de dólares que se embolsarán unos cuantos de ellos, son peccata minuta al lado de los verdaderos dueños del balón, las grandes corporaciones de los equipos, el verdadero poder tras el trono de su majestad el fútbol.

Esta semana, cuando comience el campeonato mundial, muchos niños en las favelas de Rio de Janeiro, en los arrabales de Buenos Aires, en las comunas de Medellín, en los peladeros de Senegal o de Nigeria soñarán con emular a Messi, Cristiano, Modric o Mbappé ajenos al entramado corrupto de esa máquina de picar ilusiones y carne humana que son los grandes clubes.

El espectáculo debe continuar acorde con el tiempo que vivimos, coherente dentro de su perversión, adecuado a un mundo sediento de combustible sobre un escenario que nada en gas y petróleo. Solo falta que el futuro campeón meta un gol con la mano como aquel famoso de Maradona en el torneo de México en 1986, para rendirnos ante la evidencia de que al fútbol se le perdona todo, porque es un reino al margen de la ley con súbditos cuya única riqueza es una camiseta.

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