Quisiéramos decir que nuestro título es apenas una adaptación de la tragicomedia, del ahora inmortal Vargas Llosa, o algo así, pero no. Lamentablemente, es un capítulo de una época turbulenta que se está reescribiendo en un lado de la historia nacional que ya estaba superada y que Petro tozudamente quiere revivir.
Con el peligroso acento populista que ha definido a los dictadorzuelos latinoamericanos durante dos largos siglos de vida republicana; ahora Petro, con muy poca originalidad, ha venido a sumarse a tan abominable lista.
Y es que el cáncer de los populismos ha sido un constante acecho contra la democracia latinoamericana desde que en el siglo XIX los populistas se agruparon en partidos que genéricamente denominaron como radicales; a partir de ese momento, nuestras instituciones republicanas han sido frecuentemente asaltadas y lesionadas por caudillos de baja estofa y altísima irresponsabilidad política. A seis meses de iniciar el gobierno, Petro ha decidido salir al balcón, como en los momentos más difíciles de su alcaldía, para agitar las masas como si estuviera en campaña y no liderando la Administración Pública. Su intervención tuvo dos grandes bloques: una introductoria que es lo que ha repetido por años en campaña y a mi juicio inoportuna pero, no por ello menos importante, y la parte específica que se corresponde a las medidas, en estricto sentido, de gobierno.
Copiando tanto a Perón como a Castro en sus largos discursos, empezó atacando la libertad de mercado. Repitiendo mecánica y religiosamente lo que han dicho los bolcheviques -desde 1917- y escritores de otras latitudes, y ya libre de las ambigüedades e hipocresías electorales, se descargó contra el mercado, señalándolo de ser el causante de todos los males de la humanidad, ignorando zafiamente también que esta institución económica ha producido grandes avances y que es el motor principal de una genuina política social. Esta diatriba ya había sido lanzada en Egipto y en Davos.
Eso sí, coincido con Petro -en otra parte del discurso- en que la democracia colombiana se ha degradado porque nos hemos acostumbrado a ver como senadores a: Lozada, Bolívar, Catatumbo, Alape y demás, cuando antes en el Congreso nos ilustraban Núñez, Murillo Toro, Suárez o Lleras Camargo.
En esa misma cadena discursiva, hay algo que todavía no logro entender y es cómo millones de colombianos aplauden la manera en que Petro señala al narcotráfico y a sus grandes benefactores cuando él viene de una guerrilla financiada por el Cartel de Medellín para “ajusticiar” al presidente Bentacur en noviembre de 1985. Y cómo, a nombre de la paz, ha sido uno de los grandes cómplices de las FARC, hoy sentadas impunemente en el Congreso. Eso solo tiene una explicación: el poder de la propaganda.
Y así, como buen manipulador que es, habla tranquilo de la toma mafiosa del Estado, diciendo que nos hemos acostumbrado a que suelten a los asesinos y a los mafiosos mientras la esperanzadora juventud está presa. Con esto último, se refiere claramente a Primera Línea y de quienes, según su parecer, nos preocupa verlos como gestores de paz sobre todo después de las terroríficas jornadas en Bogotá y Cali (2021) que los llevaron a estar bajo órdenes de la justicia.
En efecto, Petro ha subvertido y estrangulado el lenguaje político porque se atreve a usar la palabra “cambio” a pesar de que gobierne con las mismas mayorías que llevaron al país por el abismo del neoliberalismo, según él, y con las mismas prácticas corruptas que él mismo ha denunciado. Así y todo, sus feligreses lo adoran.
Por si fuera poco, advierte que han convertido la política en un instrumento odio y no de encuentro y de reconciliación como si las guerrillas hubieran sido el mejor ejemplo de eso que con tanta enjundia se atreve a condenar.
No obstante, vuelvo a coincidir con él en que la violencia se pasea por los pasillos del poder cuando veo que frente a su balcón se agitan banderas del M-19 y la opinión pública lo asume de manera tan favorable.
Como también pienso de inmediato en que calcar, con sus notorias limitaciones, al incendiario y prepotente Jorge Eliécer Gaitán no resulta buena fórmula porque quienes conocemos la historia sabemos perfectamente que él fue uno de los culpables de que Colombia cayera por los desfiladeros de la violencia. Su cobarde asesinato no lo exculpa de la responsabilidad histórica que le cabe por incendiar un país que quería hacer pacífica e institucionalmente unas reformas sociales de la mano de López Pumarejo.
En definitiva, Petro asume la responsabilidad de lo que suceda en adelante. Incitar al pueblo a que se levante, por encima de las instituciones, ha costado en nuestra historia, por ejemplo, la toma del Congreso en 1849; por fuera de la órbita nacional y a tiempo presente que en los EE.UU. y Brasil dos expresidentes encaren procesos por conductas similares.
De la segunda parte del discurso, esperamos que la palabra la tengan los expertos y técnicos dentro de los canales que la constitución prevé y no en las calles por un pueblo utilizado y manipulado por el odio de quien quiere encarnar “la perversa trinidad” Gaitán-Perón-Castro.