La destitución del mayor responsable de ciberseguridad alemán por sus vínculos con el gobierno de Vladimir Putin, ha puesto sobre el tapete uno de los mayores problemas de Alemania, cuyas consecuencias vivimos en Occidente en estos días: el motor de la economía europea es el más infiltrado hoy por el espionaje ruso. Arne Schönbohm, presidente de la Oficina Federal para la Seguridad de la Información, BSI, fue relevado de su cargo esta semana por orden de la ministra de Interior, Nancy Faeser.
Tomo prestado para esta columna el título de la novela de Graham Greene, una de las grandes del género de espías, porque en el fondo de todo episodio relacionado con el asunto nos encontramos con los dilemas que plantean la lealtad, la moralidad y la conciencia a los servidores del Estado. Y Alemania ha sido uno de los terrenos mejor abonados para esta disyuntiva.
La Oficina Estatal para la Protección de la Constitución, como se llama la agencia de Inteligencia alemana, dio el pasado mes de septiembre la voz de alarma sobre la intensificación del espionaje ruso en Berlín. En una carta enviada a los parlamentarios y a funcionarios del Senado alemán se les pide estar alertas por las actividades de al menos tres servicios secretos rusos que andan desbordados de trabajo y haciendo horas extras, seguramente por la coyuntura política y bélica en estos días en Europa.
Últimamente la prensa ha reportado episodios dignos de las mejores novelas del género, con un agente ejecutado a sangre fría en plena calle y a la luz del día o la caída por una ventana desde un cuarto piso de la embajada del hijo de un alto cargo de la Inteligencia rusa, acreditado en Berlín como diplomático. Sin olvidar que el pasado 4 de abril, 40 diplomáticos rusos fueron expulsados de Alemania acusados de espionaje; a lo que Moscú reaccionó con una acción similar, expulsando a otros tantos diplomáticos alemanes.
A esto hay que añadir que, a pesar de su frenética actividad, la Inteligencia rusa no pasa por su mejor momento. El KGB, la temible agencia de inteligencia y policía secreta de la Unión Soviética, desapareció en 1991, tras la disolución de la URSS; y a la vista de la ocurrido en Ucrania su reemplazo no levanta cabeza. El servicio de seguridad nacional hoy conocido como FSB, la agencia de inteligencia exterior que se arropa bajo la sigla SVR y las más veterana inteligencia militar conocida como GRU y cuyos orígenes se remontan a los comienzos de la revolución bolchevique, que sustituyeron al KGB, parecen desbordados por la “operación militar especial” que desató Putin en Ucrania.
La prensa europea señala a los servicios de inteligencia como los culpables del descalabro bélico de Rusia en la tal “operación militar especial”. El FSB como agencia encargada de proteger los secretos de Putin, y de suministrarle información confiable sobre Ucrania, fracasó en ambos casos: permitieron que Estados Unidos se enterase de las verdaderas intenciones del Kremlin, no solo de invadir al vecino sino de la pretensión de instalar un gobierno títere en Ucrania. Que todo sería un paseo militar y que en cuestión de días un gobernante proruso se establecería en Kiev, resultó una quimera.
Que la inteligencia rusa, a pesar de sus recientes fiascos, tenga a Alemania como su campo más abonado no es de extrañar. En este momento es crucial la información sobre la industria energética, el suministro de fuentes de energía y la infraestructura para este suministro.
Por otra parte, para buscar las razones de que Alemania sea hoy objeto de tanto “interés” por parte la inteligencia que llega del Este, no hay que olvidar que en tiempos de la Guerra Fría, en la parte que se conoció como República Democrática Alemana, operó la Stasi, uno de los servicios de inteligencia más eficaces del mundo. Y que esta superpolicía secreta llegó a penetrar hasta las mismas entrañas de la Cancillería, provocando la caída del canciller y premio Nobel de Paz Willy Brandt. Por lo visto, donde hubo fuego quedan rescoldos.