Jimmy Bedoya

Doctor en Administración Pública y Dirección Estratégica (NIU-USM). Máster en Administración de Recursos Humanos (UCAV de España). Máster en Administración de Negocios -MBA- (UExternado). Especialista en Seguridad (ESPOL), Gobierno y Gerencia Pública (EAN) y Control Interno (UJaveriana). Profesional en Administración Policial (ECSAN) y de Empresas (EAN), y CIDENAL (ESDEG). Es columnista y consultor con más de 30 años de experiencia en seguridad pública, capital humano y control interno.

Jimmy Bedoya

El auténtico liderazgo en seguridad: el sacrificio que define a un líder

Simon Sinek, en su obra “Los líderes comen al final”, plantea una premisa fundamental: el verdadero liderazgo no se mide por la autoridad que se ostenta, sino por la disposición de priorizar el bienestar del equipo por encima de los propios intereses. En el sector defensa, esta máxima cobra una importancia crucial. La confianza y la moral de las fuerzas de seguridad y del orden dependen, en gran medida, de la percepción que tienen de sus comandantes y de los líderes políticos que dictan las directrices en seguridad pública. Cuando un soldado o un policía siente que su sacrificio es reconocido y que su vida tiene un propósito más allá de ser una pieza reemplazable dentro de una estructura burocrática, su nivel de compromiso y su desempeño operativo se fortalecen. Sin embargo, en la Colombia actual, los líderes de la defensa parecen haber abandonado este principio fundamental, optando en su lugar por decisiones que han debilitado la moral institucional y generado una crisis de seguridad que, lejos de ser inevitable, es el resultado de una gestión errática y de espaldas a la realidad del país.

Al analizar la situación anterior, observamos una correlación inquietante en la aplicación del “Principio de Pareto”. El 20% de las decisiones tomadas en el sector defensa -como la reducción del pie de fuerza, el debilitamiento del control territorial y la falta de respaldo jurídico para los uniformados- están generando el 80% de los problemas de seguridad. La reconfiguración de la estrategia de defensa ha priorizado un enfoque ambiguo y mal articulado, desmantelando estructuras de seguridad sin ofrecer alternativas viables para el control del crimen organizado y la violencia en las regiones más afectadas. En lugar de estrategias dispersas e ineficientes es clave fortalecer el 20% de unidades, modelos y recursos que generen el 80% del impacto en seguridad. Esto requiere profesionalizar unidades de inteligencia y operaciones contra el crimen organizado, focalizar recursos en las zonas más violentas y garantizar seguridad jurídica a los uniformados. 

La falta de liderazgo efectivo en defensa no solo afecta los resultados de las Fuerzas Militares y la Policía Nacional, además erosiona la confianza ciudadana en las instituciones encargadas de garantizar la seguridad. Un Estado que deja en el abandono a quienes lo protegen, que debilita su capacidad de respuesta y que los somete a un constante estado de incertidumbre legal está destinado a enfrentar un incremento en la criminalidad y la anomia. En este contexto, el liderazgo no puede ser concebido como un ejercicio meramente administrativo o retórico; debe ser una labor activa, comprometida y, sobre todo, fundamentada en el sacrificio personal por el bienestar colectivo.

El liderazgo en seguridad y defensa exige más que discursos grandilocuentes y estrategias superficiales diseñadas para el corto plazo. Requiere líderes que comprendan que su rol no es resguardar su imagen política ni capitalizar en términos de popularidad, sino garantizar la estabilidad de una nación que enfrenta múltiples amenazas internas y externas. Esto implica tomar decisiones estratégicas basadas en datos y no en ideologías, fortalecer la moral y las condiciones de quienes se juegan la vida por la seguridad del país y, sobre todo, asumir las consecuencias de las políticas implementadas en lugar de delegar la responsabilidad sobre los hombres y mujeres que, en última instancia, ejecutan las órdenes en el terreno.

La historia ha demostrado que las naciones que garantizan un sólido liderazgo en su sector defensa logran niveles más altos de estabilidad y desarrollo. En contraste, aquellas que descuidan a sus fuerzas de seguridad y las someten a la incertidumbre terminan pagando un precio alto en términos de gobernabilidad y cohesión social. En Colombia, la seguridad no puede seguir siendo un asunto relegado a la conveniencia política del momento. Se requiere una visión estratégica que, como lo plantea Sinek, ponga a los líderes al servicio de sus equipos, asegurando que cada decisión tomada en el sector defensa fortalezca y no debilite la capacidad del Estado para proteger a sus ciudadanos.

El gobierno y los altos mandos de la Fuerza Pública tienen hoy la oportunidad de demostrar que son líderes dispuestos a, como dice Sinek, comer al final, al priorizar el bienestar de su equipo antes que sus propias ambiciones. Esto implica asumir con seriedad la necesidad de garantizar estabilidad institucional, reformar con inteligencia y no con improvisación, y generar confianza en quienes tienen la difícil tarea de enfrentar el crimen y proteger la soberanía nacional. No hacerlo es seguir profundizando una crisis que no solo afecta a la seguridad, sino que pone en riesgo el futuro del país.

Ha llegado el momento de fortalecer el liderazgo en el sector defensa. La seguridad de Colombia no puede seguir dependiendo de decisiones erráticas y de una gestión que sacrifica a los uniformados mientras los responsables se blindan de las consecuencias. Es hora de que los líderes de la seguridad nacional comprendan que su verdadero rol no es gestionar crisis desde la distancia, sino estar al frente, liderando con el ejemplo y asumiendo el peso de sus propias decisiones. Solo así podremos construir una política de defensa que garantice estabilidad, seguridad y confianza en un país que no puede permitirse el lujo de la incertidumbre.

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