Cuando hace dos semanas, la prensa colombiana se hizo eco de la captura del narco mexicano Rafael Caro Quintero, me llamó la atención que por ninguna parte oí o leí sobre relación de Caro Quintero con la fuga de Jesús Santrich ni —lo que me resulta más interesante— de Iván Márquez, el principal negociador de la insurgencia en el largo y tortuoso proceso de paz de las conversaciones de La Habana, entre el Gobierno colombiano y la guerrilla de las Farc.
Otra cosa que me llamó la atención fue la pregunta que oí en varios medios de si la DEA había participado en esa captura. Como diría un buen amigo mío: la duda ofende. Qué pregunta más retórica; cómo no iba a tener participación la DEA si fue el organismo que seguramente dirigió la operación. Doce veces, a lo largo de nueve años de los que estuvo de fuga el narco sinaloense, intentó su captura el organismo antidrogas norteamericano.
Tampoco pareció llamarle la atención a nadie la cantidad de dinero que ofrecía Washington por un narco de 70 años, con graves problemas de salud y cuya principal actividad estuvo dedicada a la marihuana a finales del siglo pasado: 20 millones de dólares. Por Dairo Antonio Úsuga, Otoniel, un narco activo, más joven y acusado de ingresar a Norteamérica toneladas de cocaína, la DEA ofrecía “solo” 5 millones de dólares. ¿Por qué aquella cantidad y ese interés en Caro Quintero?
Hasta un medio internacional del prestigio del diario El País de España editorializa esta semana sobre la caída de Caro Quintero diciendo que su captura “es una señal de que la Administración de López Obrador está dispuesta a llevar a los líderes de los grupos criminales ante la justicia”. Me parece un editorial muy del estío boreal que vive Europa, cuando los temas de fuste escasean un poco y los periódicos se dedican a cazar “serpientes de verano.” Ésa no es la razón de su captura.
La razón de fondo para ese empeño norteamericano en la captura de Caro Quintero hay que buscarla en la mentalidad calvinista norteamericana de que el que la hace la paga. Y el narco mexicano, que la estaba pagando, se dio a la fuga cuando un juez corrupto en 2012 lo libró de la cárcel por una leguleyada formal, cosa que enfureció a Washington, y desde entonces puso a la DEA como un perro de presa contra don Rafael.
Caro Quintero, propietario del más espectacular cultivo de marihuana a finales del pasado siglo en territorio mexicano, vio caer a las autoridades sobre sus viveros en pleno desierto y, en venganza, dio muerte de la manera más cruel que pueda imaginarse, torturandolo durante varios días y en presencia de grandes narcos ¡y de autoridades mexicanas! al autor de aquella caída, el agente norteamericano de origen chicano Enrique Camarena.
Kiki Camarena fue el primer agente de la DEA en caer en acto de servicio y eso, y las terribles circunstancias de su muerte, lanzaron a la agencia antidrogas norteamericana a dar caza a Caro Quintero a como diera lugar. Cuenta Elaine Shanon en Desperado, un libro de investigación sobre el caso, que los agentes norteamericanos que oyeron las grabaciones de la sesión de tortura a Camarena por parte de Caro Quintero (incluían un médico encargado de mantenerlo vivo el mayor tiempo posible), devolvieron hasta la primera papilla que comieron siendo niños.
Con estos antecedentes, sostengo que ni la DEA ni ningún otro organismo puso una trampa a Jesús Santrich y al sobrino de Iván Márquez, Marlon Marín, cuando estos dos angelitos trataban de embarques de cocaína con el fugado Caro Quintero. Jesús Santrich cayó —la expresión es cruel en este caso pero es del lenguaje narco— “de gancho ciego”. Buscaban a Caro Quintero y se encontraron con Santrich. Y también con un tal Armando Gómez España.
Luego, después de que Marlon Marín se convirtiese en testigo protegido de la DEA, la suerte de Santrich y de su tío, Iván Márquez, estaba echada. Ésa es para mí la razón de la fuga de dos de los protagonistas del proceso de paz: seguían en el negocio del narco y ahora la DEA tenía la evidencia.
Un narcotraficante, a quien por razones de oficio me tocó entrevistar hace años, me dijo, perdóneseme los términos tan políticamente incorrectos pero son sus palabras textuales: “No hay ni ex putas ni ex maricas ni ex narcos”. Caro Quintero, Iván Márquez y Jesús Santrich fueron narcos; el primero antes de caer a la cárcel, y los otros dos antes de sentarse a negociar con representantes del Estado colombiano. Y todos siguieron siendo narcos.
Los dos ex guerrilleros —que eso si puedes haber sido en el pasado— pretendieron seguir en el negocio; con la mala suerte primero, de haber escogido un socio equivocado, el más buscado por la DEA; y segundo, que se les torciera un compañero de viaje. Y lo demás es historia.