Tengo en mi poder dos clasificaciones de sistemas de salud en el mundo que, en principio, parecen confiables. Una, de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la otra, de un portal destinado a informar a los trotamundos de cualquier país desde la tarifa de un taxi en Sierra Leona, hasta la tasa de interés hipotecario anual para la compra de un apartamento en Kirguistán, pasando por la calidad del sistema de salud en Bielorrusia o Nigeria. Colombia y su sistema de salud aparece en ambas clasificaciones, en los puestos 22 en el de la OMS, y 37 en el de Numbeo, que así se llama el portal de los trotamundos.
Pongámonos pesimistas y aceptemos el puesto más malo de esos dos sitios. En ese caso el sistema de salud colombiano parece mejor que el de China, el de Arabia Saudí o el de Rusia, para citar solo tres países a los que aquí tendríamos mucho que envidiar. El puesto 22 entre 50 países que le otorga la OMS no es para tirar voladores, pero tampoco es para rasgarse las vestiduras como hace Gustavo Petro. Mejor sería estar en el 11 de Noruega pero está muy lejos del 39 de Cuba, que tanto le gustó a doña Francia Márquez cuando estuvo en La Habana hace unas semanas.
El actual gobierno padece de un mal que es consustancial a todos los gobiernos de izquierda cuando llegan al poder: el adanismo, un mal que consiste en pensar que nada de lo que existía antes de su llegada era válido, bueno o digno de consideración. Y por esa vía se llega al disparate de esta semana: la aprobación por parte de la bancada gubernamental en el Congreso del Artículo 123 de la Reforma a la Salud, que establece la obligación del médico de “resolver las necesidades de salud de los pacientes”. ¿Y cuáles son las necesidades de un paciente? Volver a estar sano, ¿o no?
No saben los legisladores petristas que más del 80 por ciento de las enfermedades conocidas no tienen en este momento cura. Desde la alopecia al alzhéimer, pasando por el acné juvenil, la diabetes o la covid. Con toda la razón del mundo diversas asociaciones de profesionales de la medicina andan soliviantadas con un articulito, como diría el presidente eterno, que pone a los médicos en la picota. El empleo del verbo “resolver” en la legislación tendrá un impacto de tal magnitud, que no habrá compañía aseguradora que se haga responsable de los profesionales ni de las instituciones de salud en Colombia.
El juramento hipocrático, antiguo código ético considerado uno de los pilares de la medicina, establece los principios éticos y morales al que los médicos deben adherirse para ejercer la profesión. En uno de los apartados de este código, el médico reconoce la importancia de mantener una actitud humilde y honesta, aceptando los límites de su conocimiento y buscando constantemente aprender y mejorar. De ahí que lo que suelen someter a sus pacientes es a un tratamiento.
Uno supone que los legisladores colombianos, y particularmente las fuerzas políticas petristas, como mínimo habrán oído alguna vez el término tratamiento, después de una visita médica. El origen etimológico de la palabra se remonta al latín y es sinónimo de “manejar” u “ocuparse de algo”. También de “tratar”, y no hay que ser un filólogo ni académico de la lengua para saber que quien trata intenta, prueba, tantea y ensaya. En otras palabras, el médico procura curar o por lo menos paliar el mal que agobia a sus pacientes.
Qué más quisiéramos los seres humanos que visitar un consultorio médico supusiese el final de nuestros males. Y ni los legisladores colombianos ni este gobierno, alcanzarán ese milagro por decreto. Por esa vía solo conseguirán crear el caos, traer confusión a la sociedad y, por ahí derecho, hacer el ridículo ante las demás naciones.
A ver qué más sorpresas nos depara la Reforma de la Salud. Y no hemos hecho más que empezar.