El famoso discurso de John Milton es, en el sentido moderno de la expresión, la primera defensa de la libertad de expresión y garantía, a su vez, de la autonomía individual. Cuando Milton lo escribió tenía 36 años y estamos hablando tanto de los días de Cromwell (1599 - 1658) como de la regulación a la prensa mediante el sistema de licencias.
Areopagítica no solo contribuye al mundo del liberalismo desde la libertad de expresión sino también al control en el ejercicio del poder. De ahí que cuando la censura tiene lugar, se pierde la libertad tanto individual de quienes disienten del bloque en el poder como de la sociedad que no puede apreciar otro tipo de información diferente a la del régimen y sus informadores de turno.
Con la censura, se afecta igualmente el libre debate y circulación de ideas que bien podría darle a la sociedad una amplia gama de opciones para que el derecho individual a informarse se vea fortalecido y, por lo tanto, la democracia no naufrague en el peligroso mar del unanimismo.
Este preludio tiene solo una explicación en tanto que el pasado viernes, Revista Semana fue objeto de una toma a manos de algunos miembros de la comunidad indígena. Si bien, el hecho se hubiera generado en otro gobierno y con otro medio de comunicación, seguramente hubiesen desatado una histeria colectiva por redes sociales y una indignación generalizada, tal como sucedió cuando se cerró Revista Cambio en 2010.
Lo anterior, no evidencia un hecho un aislado y de menor relevancia. El ataque contra Revista Semana es un ataque a la prensa en general y, en particular, a la libertad de prensa.
En efecto, y tal como lo decía en “Administración por sobresaltos vs. Semana”, una de las cosas que más reviste gravedad en este atentado contra la libertad de prensa es que quienes irrumpieron violentamente en las instalaciones del medio de comunicación fueron los mismos que, financiados por el gobierno central, se desplazaron hasta la capital, para apoyar un acto propagandístico a favor de Petro.
Decía igualmente, que llama poderosamente la atención que aun cuando el liderazgo de este semanario recae sobre los hombros de mujeres como: Vicky Dávila, María Andrea Nieto, Salud Hernández, Julia Correa Nuttin, María Isabel Rueda, Juanita Gómez y Pilar Velázquez principalmente; sean las mismas mujeres que abrazan las banderas del feminismo las que, desde La Casa de Nariño, señalen a esa casa editorial como un conjunto de periodistas incendiarios (Entiéndase: Gloria Inés Ramírez, Ministra de Trabajo) sin que por ello le valga al feminismo criollo una crítica mínima.
Recordaba que a esto se suma, que una de las ternadas para la Corte Constitucional haya dicho hace pocas horas “Jamás justificare la violencia, pero un vidrio se repone, más difícil reparar reputaciones destruidas por difamaciones, prejuicios y perjuicios generados por falsas informaciones. La persecución sistemática desde un medio de comunicación también es una forma de violencia”.
Sin embargo, ese “jamás” resulta harto dudoso y falaz toda vez que ella fue servidora de un régimen cuyo origen se remonta a la violencia guerrillera y representa la combinación de todas las formas de lucha. Hablo, por supuesto, del gobierno que creó “el estallido social” y que justificó actos violentos como el abuso sexual de una policía en Cali, el degollamiento de un motociclista en Bogotá, la muerte de un bebé en 2021 y que hoy, desde el nivel central de la administración pública, califica de “cerco humanitario”un secuestro de dos pelotones de la Policía Nacional, de los cuales fue asesinado un efectivo el pasado mes de marzo en Caquetá.
Al país se le debe recordar que son los amigos y apóstoles de la lucha armada quienes usan la desinformación como una táctica para la toma del poder y ya desde el poder someter a la población a operaciones sicológicas en el marco de la clásica propaganda política totalitaria. ¿O es que el sandinismo o el castrismo no son los mejores ejemplos de este recetario?
He aquí gran parte del problema. Dado el bajísimo nivel de cultura democrática que representa y promueve la “Administración por sobresaltos”, sus servidores y jefes sienten que disentir de ellos es un sacrilegio y, en efecto, los opositores deben ser declarados como objetivos de la furia del gobierno y sus barras bravas. El petrismo duro y puro nunca aplicaría el clásico aforisma que reza: “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo”.
Añadía en otra tribuna que en el uso del terror y la intimidación está el poder de los violentos que se saben incompetentes para tolerar una crítica y, sobre todo, en reconocer que no siempre tienen la razón y mucho menos que son poseedores de la verdad absoluta. “Verdad” que quieren imponer por medio de la subversión de los hechos, la estrangulación de las palabras, la maquinaria propagandística y la mentira sistemática tal como enseña el clásico manual del bolchevismo.
En últimas, como el problema de fondo es dictadura vs. democracia, se esperaría un pronunciamiento más contundente de muchos medios de comunicación, a nivel nacional, y de una vigilancia más asidua por parte de la SIP (Sociedad Interamericana de Prensa) en un caso en el que el ataque es reiterado contra una casa editorial que cumple con su trabajo, que no es otra cosa que investigar e informar y no en ser un lánguido apéndice del gobierno de turno. Si el petrismo ha podido fácilmente cerrarle los ojos a sus devotos y sectarios seguidores, el papel de los medios democráticos y libres es evitar que nuestra democracia sea un “paraíso perdido”.
Desde esta tribuna periodística también condenamos la intimidación contra la prensa y brindamos nuestro apoyo rotundo al semanario que fundó Alberto Lleras Camargo, el último de los republicanos