Una vez Europa se ha ido por el desfiladero de la guerra, a un año del desarrollo de las hostilidades, hay algunos temas que gravitan alrededor del hecho geopolítico más importante en la última década originado en 2014 con la anexión rusa de Crimea.
Primero, guerra clásica. La conflagración ha puesto de presente que la guerra en sentido clásico ha vuelto. Es decir, el choque entre Estados por territorios estratégicamente disputados demandará cada vez más el fortalecimiento profesional de los Ejércitos de tierra, mar y aire como de todos los aparatos que se correspondan con el diseño de unas políticas de defensa y seguridad nacional cada vez más conectadas a escenarios mundiales cambiantes.
Segundo, democracia versus autoritarismo. Gran parte de lo que hay de fondo en esta guerra es la disputa ideológica entre democracia y todas las expresiones antidemocráticas del poder. Lamentablemente, en los últimos años hemos visto cómo las democracias han sido amenazadas por altísimos niveles de populismo y autoritarismo que se alimentan cada vez más por medio de unas redes sociales que están en mora de ser debidamente reguladas, tal como lo ha anunciado la Unesco.
Tercero, economía de guerra. Sumado a lo anterior, la crisis económica desatada globalmente a partir de 2020 con la llegada del Covid-19 se ha recrudecido por cuenta de la guerra; sobre todo en materia de inflación, desempleo y migración lo que ha llevado incluso a hablar de “desglobalizar” (Deglobalization) las relaciones económicas internacionales.
Cuarto, mercado y populismo. Precisamente, la crisis económica abrió el camino para que los enemigos del mercado (institución liberal por excelencia) volvieran a tomar cada vez más fuerza. Estos populistas, de todas las vertientes, tienen como blanco predilecto las instituciones democráticas y, en algunos casos, al mercado y todas sus ramificaciones que ha dado vida a un modelo económico cuyos errores y aciertos son históricamente de sobra conocidos. Pero, que de lejos ha sido el único que ha logrado niveles de bienestar y desarrollo como ninguno otro.
Quinto, justicia internacional. No hay la menor duda que al término de esta tragedia, la Corte Penal Internacional tendrá un protagonismo excepcional. No resulta una revelación decir que el vencedor, casi siempre, impone al vencido un sistema de justicia que es, en últimas, el precio a pagar por la derrota en el teatro de operaciones.
El Kremlin ha cometido todo tipo de crímenes contra la humanidad; de ahí que si no gana la guerra, sus dirigentes podrán enfrentar a la justicia internacional así Rusia se haya retirado del Estatuto de Roma.
Sexto, seguridad para el cambio climático. La reciente Conferencia de Seguridad en Múnich ha dado por saldo una visión muy clara de seguridad. Del panel “Cleaner and Meaner: The Military Energy Transition by Design” se deduce que la OTAN mantendrá el esquema de seguridad colectiva a fin de preservar la eficacia operacional y conservar una postura de disuasión creíble en virtud de que las fuerzas armadas se adapten a los cambios climáticos incrementando su eficiencia energética e introduciendo tecnologías limpias.
Esto significa que la tecnología militar apuntará cada vez más a reducir los niveles de dependencia energética de cualquier actor ajeno a la alianza para evitar, a largo plazo, chantajes como los que ha sufrido Europa desde el año pasado.
Séptimo, la amenaza nuclear. Desde el 24 de febrero del año pasado, Moscú ha querido chantajear a Occidente con su arsenal nuclear; sin embargo, no había dado un paso como el que acaba dar. La suspensión del Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (Strategic Armas Reduction Treaty) resulta muy diciente en un momento de la guerra como este, pues, libre de este compromiso -que ya venía incumpliendo parcialmente- podrá utilizar su poder nuclear al antojo y capricho de Putin.
Para la seguridad mundial es un hecho alarmante, pues, si bien el tratado no buscaba una reducción o limitación nuclear, si garantizaba al menos una estabilidad en esta materia.
Octavo, transición geopolítica. Al final de esta guerra, nada será igual. El nuevo orden de cosas reflejará, en gran medida, el desenlace de la guerra. Es más, los cambios no solo serán de orden geopolítico, sino institucionales. Es decir, será una oportunidad para que asistamos a una reforma, por ejemplo, al interior de Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Igualmente, como se ha visto, habrá modificaciones en la OTAN y la Unión Europea.
Después del viaje de Biden a Kiev y de su discurso en Varsovia con el que ha dado respuesta al Kremlin, la conclusión es muy clara: Putin ha roto definitivamente con el decadente Occidente para fortalecer su relación con Pekín, tal como se aprecia en la visita de Wang Yi a Moscú; entre tanto, Occidente tendrá que fortalecerse cada vez más para equilibrar una Eurasia convulsa y al borde un colapso total.