Eran las tres de la mañana. Cuando sonó el teléfono, ella contestó. Al otro lado de la bocina una voz asustada dice: Mira a tu hijo, en este momento se está cortando las venas… La madre bajó rápidamente las escaleras hacia el segundo piso, entró a la habitación y vio lo que nunca pensó que iba a ver… A partir de ese momento la vida cambió.
Esta historia es real y pasa más a menudo de lo que nos imaginamos. Aquí no importa el estrato, la edad o la forma como transcurre, aquí lo que importa es que esto está sucediendo a la vista de todos, sin causar el más mínimo interés por la sociedad, a no ser que a usted le toque.
Para la mayoría de personas que no sufrimos de depresión nos cuesta trabajo entender qué situación o circunstancia pudo ser tan difícil como para llevarte a tomar la decisión de quitarte la vida, pero, acaso ¿no hay nada más fascinante que vivir?
Personalmente, me siento afortunado de levantarme todos los días y estar vivo, y a pesar de las dificultades que la vida me pone en el camino, siento que son más los motivos por los que vale la pena vivir como si no hubiera mañana. No estoy muy seguro, si es un tema de cuna o simplemente que soy de otra generación; de la generación que le enseñaron a fallar pero a levantarse y a volver a empezar, la generación que a pesar de equivocarse aprendió a afrontar sus errores, la generación que desarrolló las habilidades sociales para enfrentar el fracaso, el rechazo, la presión y salir adelante, la generación que cree que lo único que no tiene solución en la vida es la muerte.
Sin embargo, y en mí rol de padre de dos adolescentes, soy consciente de que ser joven en esta era no es sencillo, los jóvenes están viviendo un periodo de transición lleno de cambios, de paradigmas, y como sociedad seguimos actuando e imponiendo los mismos esquemas sociales en un mundo que está cambiando.
Esta semana se conmemoró el día mundial de la prevención del suicidio. Para muchas personas ese día pasó desapercibido, creo que solo las familias que han sufrido estos momentos se percataron de ello. Los medios de comunicación presentaron cifras aterradoras, sobre todo con el aumento de suicidios en jóvenes.
Cada año, según datos de la Organización Mundial de la Salud - OMS- se suicidan en el mundo un millón de personas, es decir 16 por cada 100 mil o una muerte cada 40 segundos. En Colombia el suicidio es la cuarta causa de mortalidad y la segunda en jóvenes, en el año 2017 los suicidios se incrementaron en un 11.3%.Entonces cuando uno reflexiona sobre esas cifras se pregunta: ¿Qué pasa? Cifras y más cifras, estadísticas, registros por países, análisis por estratos; esto y muchos más datos encontramos cada vez que se investigan sobre el tema; pero ¿qué decimos de las personas de carne y hueso que viven estas situaciones? ¿qué pasa con estas familias? Independientemente que sea o no un problema de salud pública, está claro que le estamos fallando como sociedad a nuestros niños, niñas y adolescentes para que opten como única solución de sus problemas quitarse la vida. Cuando alguien nos cuenta que una persona se suicidó, o en las noticias sale este hecho, solo decimos “que pesar” o de pronto vamos un poco más allá por la morbosidad, pero nunca para reflexionar sobre lo que está viviendo la sociedad, nuestros jóvenes, las situaciones de una madre cabeza de hogar, la tristeza profunda de un ser, el desamor o una depresión que pierde la cordura. ¿Es un tema tabú? ¿Es fácil hablar de ello sin que las personas, que escuchan las historias, piensen en culpas... ¿Es un problema de salud mental? Salud mental de quienes lo hacen o salud mental de una sociedad o de quienes juzgan estas acciones.
Son muchas preguntas, son muchas reflexiones y una de ellas es que, no nos estamos percatando sobre una palabra que escuchamos mucho y que es poderosa, una palabra asesina o enemiga de la humanidad: Soledad.Y no hablo de una soledad por falta de amigos o compañía, hablo de una soledad por falta de comunicación, una soledad por falta de interés en el otro, una soledad por falta de escucha, una soledad que está invadiendo la existencia. Hay muchas facetas de nuestros hijos que no conocemos, son muchas emociones que las personas cercanas tienen pero que no las vemos y lo peor es que no nos detenemos a escuchar, ni con los oídos ni con los ojos. El silencio habla, la mirada grita, los escritos muestran, el abrazo revela, la ausencia advierte y las palabras callan. El suicidio va más allá de una enfermedad mental, va más allá de un desespero mal manejado, va más allá de un amor no correspondido. El suicidio es parte de una sociedad desmoronada, sin principios, de mentiras; una sociedad que busca ganar o ganar, llegar primero sin importar el otro, una sociedad acelerada y ocupada, una sociedad vacía que se llena con dinero o con placer. Estamos entrando a un mundo 4.0 eso quiere decir una revolución tecnológica que preocupantemente fortalecerá el avance de la civilización, pero a costa de la vida de los seres humanos. Y por qué digo esto, porque cada vez estaremos más conectados con el mundo irreal, los aparatos, los computadores, el celular y cada vez estaremos más desconectados de los verdaderamente humano. El suicidio de nuestros jóvenes nos está desbordando como sociedad, y se hace imprescindible crear un plan de contingencia para evitar que nuestros niños continúen quitándose la vida, nuestros jóvenes están pidiendo a gritos que los ayudemos a entender y a afrontar las dificultades de un mundo exigente y difícil, hemos olvidado prepararnos y prepararlos para el cambio, pero aún peor, los hemos estado ignorando, y ya son más de 2000 jóvenes en el trascurso del 2019 que han manifestado quitarse la vida. Es el momento de soltar tu celular o todo aquello que te esté absorbiendo y te preguntes, ¿qué le pasa por la mente y qué está sintiendo mi hijo?