El Estado como institución no puede compararse con la guerrilla. El primero está obligado a cumplir la Constitución y las leyes y la segunda se levanta contra ellas. Su naturaleza insurreccional hace que Farc y ELN estén por fuera de las normas que nos cobijan a quienes sí reconocemos al Estado como orden legítimo. Pero el Estado debe permanecer y la guerrilla debe acabarse y para eso es el actual proceso de paz, como antes fue la confrontación de cincuenta años en los cuales se intentó todo para doblegarlas, sin éxito.
Tampoco podemos comparar las armas en manos del Estado legítimo con las armas en manos de la subversión. Nadie puede recriminar al ejército o a la policía por tener armas y utilizarlas para los mandatos constitucionales. Están en su función orgánica que no es otra que vigilar y controlar el territorio nacional. Ni siquiera la guerrilla, dentro de la muy extensa agenda de negociación, puede aspirar a que se desarmen nuestras fuerzas militares, pero si se puede y se debe pretender que se acabe la guerrilla, que se desmovilicen sus miembros y que dejen la utilización de las armas.
No sería posible, ni viable, un estado que aceptara “la paz armada” como solución al conflicto y así lo dejó saber Humberto De La Calle, jefe negociador del gobierno, cuando en respuesta a las objeciones del Centro Democrático aseguró que esto no pasaría.
Sin embargo el expresidente Uribe, con sus tan cacareadas capitulaciones, sigue insistiendo en que así será. No veo cómo esto pueda ser posible, porque una paz armada no es paz, es apenas una tregua inestable que puede romperse al menor contratiempo.
El domingo en su columna del diario El Tiempo, Mauricio Vargas asegura que los negociadores del gobierno han sido ingenuos en las respuestas dadas a las objeciones presentadas por Alvaro Uribe. Asegura el columnista que si podrá haber un período de paz armada, por lo menos hasta que se produzca la refrendación de los acuerdos.
La radicalidad con que el jefe negociador ha contestado este tema de la paz armada no parece salida de la ingenuidad sino del firme propósito de lograr la desmovilización y la dejación de armas. Otra cosa es que los detalles de tan compleja negociación no estén resueltos. Si lo estuvieran ya habríamos alcanzado la paz. Pensar distinto si que es ingenuidad. Lo que falta es precisamente un camino lleno de escollos que hay que atravesar para llegar a resolver los múltiples aspectos que posibiliten la confianza suficiente para dejar las armas física y espiritualmente.
La guerrilla se aferra a su armamento porque sabe que es el único argumento contundente que le va quedando en la negociación. Colombia no es una dictadura, ni un régimen espurio, somos una democracia, con muchos defectos, pero democracia legítima.
En ese panorama lo que le queda a la guerrilla no es pedir una revolución, sino reformas más bien modestas a lo que ya existe como Estado. Por eso su fuerza radica, ya no en su ideario político/ideológico, sino en su capacidad de hacer daño. Un grupo ilegal como ellos sin armas no logran nada, desaparecerían ipso facto, por esta razón es el punto más difícil y en el que De La Calle y cia., tendrán que hilar muy delgado. Y es que en medio de tantas concesiones que habrá que hacer, la de seguir portando armas no sería aceptable para nadie y mucho menos para las fuerzas armadas constitucionales de Colombia.
Así como no podemos comparar el Estado legítimo con la guerrilla ilegal, tampoco podemos comparar las armas en manos legítimas con la que levantan los brazos guerrilleros. Las de la fuerza pública están donde deben estar y allí seguirán con paz o sin ella, pero las de la subversión tienen que dejarse necesariamente para conseguir la paz.
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La paz armada, no es paz
Lun, 27/10/2014 - 19:11
El Estado como institución no puede compararse con la guerrilla. El primero está obligado a cumplir la Constitución y las leyes y la segunda se levanta contra ellas. Su naturaleza insurreccional ha