Los diálogos con las Farc contribuyeron, irónicamente, a descongelar el debate sobre la política rural al más alto nivel del Estado y sus instituciones. Lamentable que hubiéramos tenido que esperar otro acercamiento con las guerrillas para ganar su atención y visibilizar las reiteradas demandas del sector. Pero preocupa que el futuro del campo se circunscriba al estrecho escenario de las mesas de negociación, donde priman intereses y visiones ilusas sobre su realidad. Un mal tratamiento a la cuestión rural o ceder a las presiones de la guerrilla, nos pueden dejar frente a una impracticable colcha de retazos de buenas intenciones o, en el peor de los casos, en el limbo del subdesarrollo.
Y es que luego del discurso de Márquez en Noruega, creo que nadie sabe para dónde va la negociación en materia de “Desarrollo Integral Rural”. Las posturas antagónicas, son apenas un indicio de lo mal que puede salir el experimento. El equipo negociador del gobierno ha mantenido una agenda acotada de seis temas –que no son de poca monta–. Entre tanto, el revisionismo de las Farc incluye todo lo que se mueva sobre el suelo, el subsuelo y el sobresuelo. Desde el modelo minero-energético, la propiedad de la tierra, el déficit presupuestal del sector, la institucionalidad y hasta el cierre a la internacionalización de la economía y la inversión extranjera.
Pregunto, por ejemplo, ¿Cómo desatar los nudos gordianos, para hacer compatible la posición extremista de las Farc frente a los TLC, con la política de Comercio Exterior que se trazó este gobierno? De hecho, 12 días antes de la inauguración de los diálogos en Oslo, empezó su tránsito por el legislativo el TLC con la Unión Europea, pese a que Fedegán y el propio Ministerio de Agricultura –que entendemos asesorará al equipo del gobierno en el proceso de paz advertimos sobre el impacto negativo de ese acuerdo para más de 350.000 productores lecheros medianos y pequeños.
Lo cierto es que estamos ante un momento retador para la humanidad, y el campo es un actor de primera línea en la configuración de esa nueva era –atada a la profundización de la globalización– que no podemos seguir ignorando. Allí están los recientes diagnósticos del Pnud, FAO, Usda y distintos “think thank” colombianos, en los que se ha llegado a un consenso: la urgencia de aprovechar la multifuncionalidad de la tierra, para concebir un desarrollo rural sostenible y sustentable, capaz de garantizar además del suministro agroalimentario, biocombustibles y servicios ambientales.
Pero nadie nos asegura que estas voces autorizadas serán escuchadas en La Habana. Esas mismas que saben que el problema del campesinado que tiene el 74% de la tierra –según el último informe del Pnud– no pasa por la concentración de la propiedad, sino que responde a fenómenos estructurales que –como la violencia, el narcotráfico, el aislamiento productivo y el abandono del Estado– se enquistaron en el modelo económico y minaron la posibilidad de generar ventajas competitivas. Un lastre que opacó las potencialidades comparativas del país rural y destruyó oportunidades de progreso para el capital social del campo.
Explican, sin duda, el predominio del modelo minifundista, incapaz de generar economías de escala, aprovechar las tecnologías o usufructuar el “agro-negocio” mundial. Con un reto para el Estado: pagar la deuda social que, en más de 200 años de vida republicana, acumuló con el campo. Es decir “administrar el bien-estar” para el 75% de los municipios del país que es rural. Nada menos que el 94% del territorio nacional –según el Pnud– y el 32% de la población –mientras que este último porcentaje apenas llega al 3% en Estados Unidos, por ejemplo– ¿Podemos con esa carga y, al tiempo, estimular una mayor fragmentación de la tierra?
Es el mapa que ya debería tener claro el equipo negociador del gobierno, pues toca temas relevantes que aflorarán en La Habana. Capacitación, transferencia de tecnología, innovación, encadenamientos productivos, bienes públicos, “aperturismo” a ultranza y, quizá la más importante: vías de comunicación para las zonas marginales. Ahí está el debate. En acordar los costos y la financiación del verdadero desarrollo rural. El campo no aguanta más discursos demagógicos. El ambiente que se respire el 15 de noviembre en Cuba, será clave para el futuro de la “Colombia rural” y su articulación con la “Colombia urbana”.
Twitter: @jflafaurie