Cuando critiqué el patético Reinado Nacional de la Belleza en mi columna pasada recibí reacciones que debí prever teniendo en cuenta el nivel intelectual de algunas de las personas que comentan mis textos. Después comenzaron los chistes en Twitter; chistes desagradables que logran romperme el corazón en intervalos, por pedacitos.
El primero fue un flaquito con cara de renacuajo que fue capaz de decir que una gorda no puede decir que el Reinado es machista porque es gorda. Otro dijo que una gorda no puede cuestionar la belleza femenina, por gorda. También leí que es ridículo que a una gorda le parezca demasiado flaca una flaca, por gorda. Estos “chistes” son un reflejo de cómo piensa esta sociedad. La gorda es, por definición, desagradable, y por lo tanto no tiene derecho a opinar sobre la belleza femenina. ¿De dónde sacan que el sobrepeso compromete la capacidad de hacer un análisis estético? Y pensar que en otros siglos la que era vista como una enferma era la mujer flaca.
Mientras mis médicos en Nueva York me decían que hiciera ejercicio y controlara mi sobrepeso, aquí me han dicho que soy obesa mórbida. Los obesos mórbidos del primer mundo son los que andan en sillas eléctricas al no poder moverse por sus propios medios. Aquí la obesa mórbida soy yo. Sociedad enferma.
Tengo un amante, un hombre que a pesar de asegurar que estoy entre el top tres de los mejores polvos de su vida, me ha dicho que si me adelgazo podría penetrarme más profundamente. Y este hombre, como tantos, al decirme tal cosa no tuvo en cuenta que el suyo bien podría ser el pene más chiquito que haya estado entre mis piernas. Tampoco tiene en cuenta que también es gordo, y además es fofo. A veces me pregunto cuál será la imagen que tiene de sí mismo. El problema es suyo, que creció viendo fotos de espléndidas mujeres en bikini, muchas de ellas producto de un quirófano, infladas con polímeros y siliconas. El problema es suyo, que creció en una sociedad que glorifica el cuerpo de la mujer como si fuera el único atributo valioso que tiene para ofrecer. Pero para mí sigue siendo increíble que los hombres pretendan que sus mujeres sean perfectas, como las de las revistas, como si no tuvieran espejos en sus casas y no supieran que no hay nada perfecto en ellos mismos.
Sin embargo, es cierto que estoy gorda, y mi salud se está viendo comprometida por los 50 kilos que me sobran. La artritis degenerativa que tengo en la espalda no se ve beneficiada por mi sobrepeso. Subo dos pisos de escaleras y llego ahogada. No me puedo quedar dormida si no me empepo. Me sobran los motivos para adelgazar, es verdad. Pero esta sociedad no me condena por no estar sana, me condena porque no soy flaca. Esta sociedad me envenena el alma, hace que me cuestione si debo hacerme una de esas operaciones en el estómago que adelgazan 40 kilos en 6 meses. Me digo a mí misma que lo haría por salud… Pero la verdad es que vivir en Colombia con sobrepeso es tóxico para el alma. Aquí es pecado ser gorda. La gorda siempre podría ser diferente. A la gorda no la aceptan como tal, ¡siempre está la posibilidad de que haga dieta! Y yo, hasta el momento, me he negado. Es mí opción.
Hay quienes se atreven a afirmar que lo mío es envidia, y yo no miento cuando digo que no la siento. Si, al contrario, yo deliro con mujerones como Monica Bellucci, Scarlett Johansson, Marcela Mar y Carolina Guerra. Hay mil motivos para envidiar a una flaca, pero la verdad es que no siento envidia, aunque para tantos debería... No es envidia lo que despiertan en mí las mujeres guapas, sino deseo. Y es que, ¿cómo podría hacerlo si mi sobrepeso se debe a que no como bien y no conozco el ejercicio? La culpa es mía. Para mí es así de simple: soy gorda porque así lo he querido, porque me ha hecho falta cuidarme. Entonces, si yo envidiara a las flacas sería como echarme ácido en la cara y envidiar a quienes tienen una cara bonita. Eso para mí no tiene sentido. Quizá, si me encontrara destinada a una silla de ruedas por no poder mover las piernas, sí envidiaría a quienes se mueven sin problemas. Pero yo veo a estas mujeres de cuerpos esculturales y me pregunto si se excitarán consigo mismas cuando ven su imagen en el espejo. Y, en la gran mayoría de los casos, me provoca morderlas, poder probar un pedazo.
Yo también manejo prejuicios; no pretendo engañar a nadie. Cuando llega a mí un flaco en los huesos siento que ya ha sido desmenuzado por alguien más. Como los platos de comida que son dejados en las mesas de un restaurante cuando los comensales ya se han ido. Platos con huesos de pescado, huesos de pollo. Así son los flacos muy flacos que pinchan mis gordos con sus huesos como cuchillos.
Ningún extremo puede ser sano. Ni la gorda que se explota o el flaco que se desaparece. Pero no nos digamos mentiras, que esta sociedad no está pendiente de lo que más conviene para alcanzar un estado corporal ideal. Esta sociedad quiere que todas seamos un ejército de mujeres que en el siglo 21 son consideradas perfectas, y la realidad es que la gran mayoría de las mujeres no somos como las modelos de las revistas. La gran mayoría de las mujeres somos normales, pero parece que se nos hubiera olvidado. Y ni qué hablar de la gran mayoría de hombres con sus barrigas, sus cabezas calvas, su mal aliento, los pelos en la nariz y las orejas, los pelos del pecho asomados por encima del nudo de la corbata, sus papadas… ¿sigo?
@Virginia_Mayer
Gordos, calvos y peludos exigiendo mujeres flacas
Jue, 28/11/2013 - 16:36
Cuando critiqué el patético Reinado Nacional de la Belleza en mi columna pasada recibí reacciones que debí prever teniendo en cuenta el nivel intelectual de algunas de las personas que comentan mi