En Colombia se ha hecho famoso que a cualquiera se le regala un doctorado. Incluso los extranjeros frecuentemente se peguntan por qué aquí se le dice doctor a todo el mundo. Doctor le dicen los gamines a los transeuntes, los limosneros a los conductores particulares, los clientes a sus abogados, las domésticas a sus patrones y hasta los sicarios a sus capos mafiosos. Lucho Garzón, Samuel Moreno o Gustavo Petro han sido, para los bogotanos de a pie, los doctores. Y Enrique Peñalosa es doctor y eso no es nada nuevo. Ahora, que en la hoja de vida del Alcalde se haya colado un diablillo con el propósito de magnificar sus logros académicos es una falta, puede que no grave, pero es una falta a la verdad, sobre todo para un hombre que se ha vendido como docto en materia de administración pública, lo cual hace suponer que en alguna asignatura debió cruzarse con lo que Platón llamaba la mentira noble, aquella a la que recurren los gobernantes para preservar la armonía social.
Y este no es el caso, porque a todas luces no se trata de una situación que obligue a Peñalosa a preservar la armonía social, pero el alcalde si le pudo copiar a Platón la idea de que hay que impulsar el mito de que los dioses pusieron diferentes tipo de metal en la sangre de las personas: oro en los gobernantes, plata en los auxiliares y bronce en los campesinos y artesanos. Ese mito según Platón haría creer que los gobernates son mejores que sus súbditos y fomentaría en ellos el sentido de la responsabilidad. El hecho es que el afán socrático por decir la verdad no parece haber sido lo que mejor se acomodó en ese estudiante master en administración pública en París que desde pequeño se sentía de sangre azul y por lo tanto perteneciente a esa estirpe predestinada para gobernar, la cual, de contera, ejerce una profunda subestimación por aquello que Camilo y Gaitán llamaban las clases populares. Y ese es su pecado, subestimar a la gente y creer que ésta no se enteraría.
Nadie con cinco dedos de frente se puede imaginar que el alcalde repitente haya pretendido engañar a la ciudadanía con un supuesto título para tener acceso a las grandes majestades a las que ha llegado. Entre otras cosas porque los electores bogotanos no se fijan en los pergaminos académicos, o si no nunca habrían elegido a un embolador como concejal de Bogotá, por solo poner un ejemplo de tanto esperpento que ha sido elegido por esas clases populares, que Laureano llamaba oscuro e inepto vulgo. Pero nadie que se haya graduado en primaria dejaría de pensar que Peñalosa mínimo consintió esa inexactitud en sus libros y hojas de vida que circularon durante su carrera política, o que esa mentira piadosa, como la debió entender el alcalde en su momento, se le volvió parte de su verdad hasta el punto que en ocasiones en entrevistas él mismo repitió que tenía un doctorado en París.
En honor a la verdad hay que asumir que la mentira es piadosa porque, salvo algunos fuirosos antipeñalosistas, nadie encontraría en su actuar algo como lo que los abogados llaman dolo, sin que deje de ser una reiterada falta a la verdad sobre su trayectoria académica. Ese título no da votos pero de seguro los hubiera quitado si los agudos periodistas invitados de 'El Espectador' hubieran descubierto la pilatuna el año pasado, porque los electores castigan mentira, deslealtad traición y saltinbanquismo. Pero ante semejante pillada el alcalde no tiene más remedio que aceptar que la embarró por acción o por omisión y, desde luego, que debe pedir perdón a la ciudadanía, a los bogotanos y a toda Colombia. No puede pasar de agache ante un elefantico de esa naturaleza. Y es más, debe aprovechar la suerte de tener como asesor a Antanas Mockus, que ya es experto en montar elefantes y en pedir perdón, quien ya le debe haber dicho al oido que no ignore que por la verdad murió Cristo y que de todo hay en la viña del Señor.
Y como Colombia es el país del Sagrado Corazón, aquí no sucedería lo que ha ocurrido en algunas democracias modernas, donde la falsedad del gobernante resulta por lo menos insostenible desde la ética de lo público. En España, Sadat Maraña, candidato de Ciudadanos al congreso por la provincia de León tuvo que renunciar por haber mentido sobre una supuesta Licenciatura en Administración y Dirección de Empresas de la Universidad de León. En Alemania, los ministros de Defensa, Karl-Theodor Zu Guttenberg y de Educación y Ciencia, Annette Schauvan, del gobierno de Ángela Merkel, debieron renunciar ante las denuncias por haber plagiado sus tesis doctorales. En Uruguay, el vicepresidente Raúl Sendic tuvo que renunciar, en medio de un escándalo político, luego de admitir que nunca se graduó de Licenciado en Genética Humana, como ostentaba. En Chile renunció la Subsecretaria de Deportes, Catalina Depassier, quien afirmaba ser Licenciada en Filosofía y sólo cursó un semestre sin obtener título alguno.
Las mentiras piadosas en ocasiones son necesarias para hacer digerible una cruda verdad, causar daños menores, evitar fricciones o no dejar heridas y en historias de dos conviene a veces mentir, como canta Joaquín Sabina. Pero en el caso Peñalosa es inexplicable porque no hay motivo aparente para haberla echado a rodar. Quizás algún genio asesor en épocas pretéritas de la vida pública del alcalde creyó hacer más y su beneficiario no midió consecuencias. En todo caso, muy mal de asesores de imagen y comunicación si que ha estado Peñalosa para que la mentira haya sido reiterada durante años y por la cual hoy su credibilidad se encuentra seriamente averiada. Aunque las mentiras piadosas sobre los doctorados a veces no son en las hojas de vida. Por ejemplo el exalcalde Gustavo Petro en 2013 aprovechó que 3 de sus secretarios eran doctores y afirmó que el promedio del gabinete era de doctorado. La Silla Vacía le demostró que de 15 solo 3 tenían ese título.
Y ha de ser piadosa cuando las cosas no tienen explicación. Por lo menos así respondía el padre Gaspar Astete cuando no encontraba respuesta: Doctores tiene la Santa Madre Iglesia que os sabrán responder. Porque solo la Iglesia, que enarbola la piedad y la compasión, podría compartir con Platón que aunque la afirmación noble fuese falsa, si la gente lo cree, se conseguiría una sociedad ordenada porque los auxiliares, labradores y artesanos abrigarían la esperanza de que sus herederos puedan ser gobernantes. Así se convierte al mito en una mentira noble. Y la omisión de Peñalosa habrá que asumirla como piadosa porque no afecta directamente la acción gubernamental. Pero si debe ser una alerta amarilla para que no se le cuelen verdades ocultas como la de su Secretario de Planeación, con intereses en los terrenos de la reserva ambiental Van der Hammen.
Peñalosa, hasta donde se conoce es master en Administración Pública, así que ahí tendrá que confrontarse con Immanuel Kant, para quien el deber de no mentir es una ley moral inviolable porque el mentir no se puede convertir en una ley universal. Y su conciencia le recordará que Kant sostiene que mentir sistemáticamente acarrearía desconfianza entre las personas y no se podría vivir en sociedad, pues la confianza es la base primordial para establecer vínculos entre las personas. A menos que su inspirador sea Blaise Pascal, quien pensaba que la mentira es necesaria porque no siempre se puede gobernar sin que la gente crea que las leyes fueron instituidas para su beneficio y solo de esa forma las obedecería. O tocará encomendarnos al Espíritu Santo para que nos ilumine si este doctorado pudo ser por obra y gracia de la Iglesia, que también otorga doctorados.
Doctores tiene la Santa Madre Iglesia
Jue, 14/04/2016 - 18:55
En Colombia se ha hecho famoso que a cualquiera se le regala un doctorado. Incluso los extranjeros frecuentemente se peguntan por qué aquí se le dice doctor a todo el mundo. Doctor le dicen los gami