En tiempos de incertidumbre económica y fragmentación política, mirar hacia afuera puede ser un ejercicio incómodo pero necesario. China, un país que hace apenas 40 años era sinónimo de pobreza y atraso, hoy es una superpotencia económica que disputa la hegemonía global. No se trata de replicar su modelo ni de romantizar su camino, pero sí de asumir con madurez que hay lecciones que Colombia puede y debe aprender si realmente aspiramos a transformar nuestro modelo de desarrollo.
Uno de los pilares que explica el ascenso chino es su apuesta decidida por la infraestructura. Mientras en América Latina discutimos durante décadas si hacer o no una vía, China construyó miles de kilómetros de trenes de alta velocidad, modernizó sus puertos y conectó el campo con las grandes ciudades. Si queremos dejar de ser un país de regiones aisladas y empezar a ser una nación integrada, necesitamos inversión pública y privada en infraestructura, pero sobre todo voluntad política para hacerla realidad.
El segundo eje es la educación técnica. China entendió que el crecimiento no solo depende del capital, sino del talento humano. Mientras aquí seguimos atrapados en una obsesión innecesaria por diferenciar educación universitaria, educación técnica y educación para el trabajo, sin tener en cuenta las demandas del mercado, allá se fortalecieron los institutos técnicos, se modernizó la formación profesional y se conectó el sistema educativo con la industria. En Colombia, el Sena debe ser parte de una estrategia nacional de empleabilidad, no sólo una institución periférica. Es hora de dignificar la educación técnica y convertirla en una herramienta de movilidad social real.
La tercera lección es su política industrial estratégica. China no dejó su destino productivo al azar: decidió en qué sectores quería ser potencia y puso toda su maquinaria estatal al servicio de esa meta. Colombia necesita abandonar el complejo del libre mercado desregulado y construir una hoja de ruta industrial seria. La transición energética, la agroindustria, la bioeconomía y la economía popular son sectores en los que podríamos ser líderes regionales si hay decisión política y apoyo estructural.
China también demostró que el desarrollo no puede depender únicamente de las exportaciones. Su apuesta por fortalecer el mercado interno y expandir la clase media ha sido clave para sostener su crecimiento. En Colombia, con casi la mitad de la población viviendo en condiciones de pobreza o vulnerabilidad, el mercado interno es débil, fragmentado y profundamente desigual. La verdadera política económica debe ser también una política social: más ingresos para las familias, más empleo formal, más crédito para los sectores populares. China plantea poder sobrevivir a la guerra comercial con Estados Unidos en parte por la mejor situación financiera de su clase media frente a la norteamericana, apuesta que muy pocos países pueden hacer.
Finalmente, está su capacidad de proyección global. Con la Iniciativa de la Franja y la Ruta, China ha financiado infraestructura en Asia, África y América Latina, no sólo por altruismo, sino porque entendió que el poder económico también se construye fuera de las fronteras. Colombia debe dejar de mirar solo hacia el norte y abrir una estrategia comercial con Asia, África y otras regiones emergentes. La política exterior no puede seguir siendo una extensión de la Cancillería: debe ser una herramienta activa de desarrollo económico.
No estamos llamados a imitar a China, pero sí a aprender con humildad. Mientras sigamos atrapados en debates estériles y en la miopía de los ciclos electorales, el desarrollo seguirá siendo una promesa postergada. Lo que está en juego no es solo el modelo económico, sino el futuro mismo del país.