Me recomendaron la serie de Netflix “Adolescencia” y me dijeron de qué iba la historia: un chico de 13 años que mata a una compañera del colegio. El título me echó para atrás y el argumento con mayor razón. Pero, al poco tiempo de la recomendación, vi dos titulares de prensa sobre la cosa; y aunque pasé de largo sin leerlos, me quedé con la copla, como dicen los españoles: esa noche o la siguiente, me senté a verla. Y ahora soy yo quien la recomienda. Ayer lo hice en una reunión familiar y una de las personas sentada a mi lado, educadora de profesión, expresó su rechazo inmediato, dijo que no le interesaba ver un horror semejante.
La entendí. Demasiado horroroso e incierto es el mundo que estamos viendo para añadirle la angustia de una tragedia como aquella, aunque fuese de ficción. Espero que no se molesten los posibles espectadores sensibles a no querer saber nada antes de ver una buena serie o buena película porque, si ya han llegado hasta aquí, les he destripado el argumento. Lo siento pero les seguiré haciendo daño: no solo es la historia de un cruel asesinato sino el drama para una familia de clase media inglesa cuyo padre tiene necesariamente que preguntarse qué ha hecho mal para que su hijo adolescente termine convertido en asesino.
Por mi parte, me alegro de no haber leído antes ninguna crítica, porque me encontré con un alarde de técnica que me ha hecho repetirla buscando dónde estaba el truco. Parece que no lo hay, y no me extraña que la prensa más seria de todo el mundo esté hablando de una serie histórica y de una obra maestra. Para empezar, como dijo el clásico, lo bueno, si breve, dos veces bueno. Frente a la avalancha de culebrones interminables, en donde se suele retorcer el argumento hasta límites inverosímiles, esta serie tiene solo cuatro capítulos. Cuatro capítulos grabados con ¡cuatro planos! Es decir, lo que se conoce como plano-secuencia en el que la cámara sigue continuamente a los personajes, sin corte aparente.
Recurso éste dificilísimo, utilizado por grandes directores como Orson Welles y Alfred Hitchcock de manera magistral en su momento, en tiempos en que no había los medios técnicos de nuestros días. Pero, por más facilidades que ofrezcan hoy los medios, el mérito de este equipo, de excelentes actores, todos, y de extraordinarios técnicos, es grande. Parece que ensayaron cada capítulo durante una semana y los grabaron hasta diez veces para conseguir el resultado que ahora podemos ver. Es lo que se me ocurre contarle a quienes se interesen por ese aspecto de la producción.
Entrados en el fondo de la historia debo confesar que, gracias a esta serie, es la primera vez que oigo hablar del término “incel”. Lo encuentro en varios artículos referidos a “Adolescencia”; y también debo confesar que si se utiliza en la serie, se me pasó. Pero, debido a que la aparente causa de la muerte de una chica es la burla que hace del joven protagonista cuando éste intenta un amago de aproximación sexual, Jemie Miller —que así se llama el chico— resulta ser un “incel”. La palabreja, que a lo mejor oiremos más de una vez de aquí en adelante, resulta de la abreviatura de célibe involuntario en inglés. Hombres que culpan a las mujeres de no poder encontrar una pareja sexual.
Porque esa es la almendra de la historia. Jemie y sus compañeros utilizan un lenguaje asociado a sitios web y foros en línea que promueven la misoginia y la oposición al feminismo. De donde resulta que el adolescente protagonista de esta serie, además de asesino, es víctima de la cultura incel. Apuñaló brutalmente a una compañera de clase. Pero si bien su culpabilidad es evidente, su motivo no lo es. Los adultos que lo rodean buscan respuestas en el mundo de las redes sociales, incluyendo el posible acoso por parte de la víctima por ser un "incel", todo entre chicos muy difíciles que están constantemente pegados al teléfono. No debe extrañar, por otra parte, que los creadores de la serie se han inspirado en hechos ocurridos en la realidad.
Para lograr esa toma única de la que hablo más arriba, los actores debían dominar el guion de manera casi perfecta, con unos diálogos totalmente creíbles. Y el hecho de que ninguno desentone es de las cosas más meritorias de esta serie: hay adolescentes, casi niños, con un drama tremendo, y adultos como padres, policías, una psicóloga y los profesores que se mueven a un nivel diferente.
Owen Cooper, el protagonista, tenía 14 años cuando se grabó la serie, pero, su complexión pequeña y su cara aniñada le ayudaron a ser más creíble, y exhibir un variado registro de gran actor. Era su primer papel y ya hablan de él como un nuevo Robert De Niro. El hecho es que nos encontramos ante un producto en el que, por fin, coinciden en gusto la crítica y el público.