El ascensor que hace ruidos de matraca abre sus puertas en el apartamento de Margarita Rosa de Francisco. Ventanales que van del piso al techo y de una pared hasta la otra permiten la entrada de la luz del sol casi cegándome. Solo veo luz blanca, y entonces me enfrento a los ojos celestes de Margarita que alumbran como bombillos. Por un momento es lo único que veo, encandilada y casi embrujada. Tiene el pelo cogido en la coronilla de la cabeza y yo hubiera querido ver su melena rubia que me hace pensar en ella como un león. Se arregló porque le advertí que venía con una fotógrafa. Se vistió de negro con pantalones largos y holgados y una camiseta de manga larga y cuello tortuga. Se extiende larga hacia arriba, flaca y elegante. Tiene las curvas de una botella de Coca-Cola.
Ofrece agua o café, y ella misma abre la llave y llena dos vasos, uno para mí y otro para ella. Nos sentamos en medio de una sala monocromática, ordenada con manía escrupulosa. Impecable e inmaculada. Apoyamos ambos vasos de agua en el piso, cerca de nuestros pies, junto al sofá gris. Me preocupa golpearlo y que Margarita se dé cuenta de lo torpe que soy.
Acaba de llegar de unas vacaciones en Holanda con su novio, el fotógrafo y director de comerciales holandés Will van der Vlugt, después de haber grabado El Desafío durante dos meses. Ahora está convencida de que ha terminado un ciclo y no volverá a hacerlo. Es hora de una nueva cara, al fin y al cabo el programa se ha llamado El Fin del Mundo y marca también el final de su aparición en el mismo. Tiene la piel tostada y se le ven los pelitos blancos, casi transparentes, que cubren su cara. Margarita está sentada con la espalda muy erguida y los codos flotando sobre sus rodillas, como apoyados en el aire. Mueve las manos con una gracia exquisita y no tiene esmalte en las uñas.
Margarita Rosa ha hecho con su vida lo que ha querido y se siente satisfecha.
Acaba de terminar de grabar su nuevo disco llamado Bailarina, que sale al mercado en septiembre. Considera que la música es el trabajo que mejor la representa, y en el caso de su nueva producción se declara completamente responsable por ella, pues escribió la música y la letra y la coprodujo. “Es un trabajo muy honesto”, dice. Tendrá raíces brasileras como el Bossa Nova, Son y música Andina. Es completamente acústico y tiene mucha percusión. Margarita lo cataloga como World Music. A pesar de estar muy emocionada y enamorada de Bailarina, el proceso que sigue no le interesa, más bien la aburre. No le gusta hacer prensa, ni los eventos, ni la farándula, ni tiene ganas de dar entrevistas. Con el tiempo su fobia hacia la gente y las multitudes ha ido creciendo al punto de que ya ni siquiera va al supermercado. No le gusta sentir que la gente se ha percatado de su presencia, odia sentirse observada. Pero cómo no mirarla… Y sin embargo dice:
“Todas las actrices que hemos jugado de mujeres bonitas le tememos a esa cuesta abajo que tarde o temprano va a venir. Ya no va a estar uno protagonizando cosas y siendo la bonita del paseo. La Ranga es una manera de exorcizar ese lado oscuro mío”.
Se refiere a su personaje de la película Paraíso Travel, Raquel, que es su favorito. “En caleño, un caballo que es una ranga es un reque, algo que no sirve para nada y está destartalado”. La participación del personaje fue tan corta que Margarita se quedó con ganas de interpretarla otra vez, entonces está planeando hacer algo más con ella. Quizá teatro. Le gustaría hacer unas cápsulas de dos minutos en internet donde se vieran episodios de su mundo. Quizá una obra de teatro, o un monólogo de 45 minutos.
Margarita Rosa ha ido notando las arrugas que van asentándose en su cara y admira su edad, la cuál revela sin vergüenza alguna: 47 años. No le teme a la vejez y no quisiera devolverse ni un año, no quiere ser joven de nuevo. “Siempre he sido muy atormentada y muy sufrida y hace unos 7 años eso se me pasó y me considero una mujer entusiasta y feliz. Me encanta el humor negro y me las doy de amargada, pero no soy amargada”, dice. Tampoco le teme a la muerte, pero sí al paso de la vida a la muerte, y a pesar de que no le gustaría morir repentinamente, se imagina postrada en la cama de un hospital, consciente de que ya se va a morir. No tiene ningún interés en que se le recuerde después de su muerte. Por ella, bien podríamos lanzar colillas de cigarrillo sobre su tumba, porque no se va a dar cuenta. Ni siquiera ha pensado en el legado que va a dejar, lo desconoce totalmente y no le interesa.
Margarita Rosa no sueña despierta. Habla con la calma de una mujer satisfecha porque siente que ha cumplido todos sus sueños y está viviendo uno. Pronuncia cada palabra con mucha claridad y una voz envolvente. Ha perdido casi por completo el acento caleño y yo me pregunto qué hay de Cali en ella. “Cali para mí es salsa, y es algo que me marcó mucho. Yo me siento caleña en el andar. Las caleñas son dicharacheras y extrovertidas, tienen una especie de alegría, a pesar de que yo no me siento así. Me gusta mucho el baile, ahí está mi caleñidad”.
Margarita es obsesiva con el orden y la limpieza. Su apartamento es enteramente blanco y negro.
Es una mujer melancólica, sus ojos celestes parecen llenarse de lágrimas que no suelta, amenazantes pero amables. Tiene ojos como imanes. Tan expresivos que podría decirlo todo sin abrir la boca.
No se considera una diva, ni siquiera comprende el significado de la palabra y entiende que para cada persona es diferente. “¿Qué es para ti una diva?”, me pregunta. “Llevo más de 20 años dando lora y apareciendo pero de una forma consistente y comprometida. Aún con los altos y bajos de mi carrera, he mantenido una imagen digna y honesta con respecto al trabajo. Eso lo posiciona a uno como alguien que vale la pena dentro del medio artístico y hasta farandulero. Pero no por eso me siento acreditada para dar cátedra sobre actuación o canto. Reconozco que soy una persona disciplinada, pero nunca he sentido que he triunfado realmente. Soy muy consciente de que uno no construye sus cosas solo. No me olvido de las personas que me ayudan todos los días. Siempre he tenido gran respeto por la gente que me acompaña en mi vida cotidiana. La clave para mantener los pies sobre la tierra es no tomarse tan en serio los fracasos y las victorias, y saber que uno sabe muy poquito, saber que cuánto más profundiza uno en su arte, se sabe muy poquito”.
Ve El Desafío como un juego de niños con respecto a Protagonistas de Nuestra Tele. Margarita Rosa de Francisco opina que todos los actores deberían aprender de los momentos reales y dramáticos de la casa estudio. “Es un horror querer ver un momento horrible de una persona, pero es real”, dice. No le ve un valor positivo o negativo, y solo analiza por qué interesa y obsesiona tanto.
Sobre los comentarios agresivos que recibió por su participación en El Desafío dice: “Cuando no hay educación y existe esa ira primitiva que todos experimentamos, entonces el coctel es espantoso. No hay filtros. Ahí es donde se dice lo que a uno se le ocurra, se ofende y hasta se mata. Vivimos en un Estado que es agresivo con nosotros, no se siente su presencia. No se siente como un padre que lo protege a uno, sino que el papá es un mal parido. Uno no se siente amparado por el estado y esa orfandad lo hace a uno sentirse desprotegido y uno se protege con uñas y dientes, como pueda, como hacen los niños de la calle sin papá y sin mamá. Es una falta de educación espiritual y moral de lo bueno y lo malo”.
Para su personaje favorito, La Ranga en Paraíso Travel, se transformó en una desagradable mujer. Margarita ha pensado en llevarlo al teatro.
Desde la plataforma donde está parada, seguida por tantas personas, considera que se debe ser muy cuidadoso con lo que se dice, incluyendo Twitter. “La gente desconoce el alcance que tienen las palabras, se debe tener cuidado con cómo se abordan ciertos temas. Uno se siente cómodo y siente confianza y llega a abordar temas delicados con las palabras equivocadas”, dice.
Nunca quiso ser mamá, nunca le interesó cuando era una niña. Se siente la mujer más feliz y cada día se convence más de que tomó la decisión correcta pues no es de niños. Le encanta su libertad y su soledad. Cuando era chiquita y su hermana mayor jugaba a la mamá con las muñecas, Margarita jugaba a ser la señorita, la cantante y la actriz. Desde niña se ponía disfraces y hacía obras queriendo llamar la atención a toda hora. Tiene tres sobrinos grandes de su hermana mayor, que son los niños que hubo en su vida. Pero nunca fue la “tía querendona”. Ninguno de ellos es ahijado suyo, y ni falta que le hizo. Le gustan los niños grandes. “La frecuencia de los niños no es la mía”, dice.
Tiene una cicatriz en la espalda porque cuando tenía 16 años le operaron la columna vertebral dejándosela casi soldada, como si tuviera un palo de escoba dentro, pues tenía escoliosis. Llevaba dos años en clases de ballet y debió interrumpirlas pues luego de la cirugía estuvo 9 meses con un yeso que la obligó a estar quieta y después ya nunca pudo volver a bailar ballet. Cuando le quitaron el yeso comenzó a hacer ejercicio para recuperarse y se le volvió una obsesión la estética de su cuerpo. Tener un cuerpo equilibrado, fuerte y estéticamente agradable a su vista. “Me rayé, me rayé para siempre. Es una obsesión, una adicción como cualquier otra”, dice. Nunca ha sufrido de sobrepeso, al contrario, siempre se ha sentido muy debilucha y flaquita. Tiene tornillos en la espalda y no se puede arquear hacia atrás, está eternamente erguida. Con sus problemas de espalda conoció el dolor a profundidad y jamás ha vuelto a sentir un dolor como ese. Es una persona que aguanta mucho dolor y cuando entrena lo hace con dolor o sino no le sirve. Le perdió temor al dolor y lo atravesó. Entiende el dolor como un estado mental, sabe que puede aguantar mucho e ir más lejos. “Después de eso yo creo que puedo aguantar cualquier cosa”. El dolor cambia al alma.
Es muy chapada a la antigua, por crianza. Cosas como hablar sobre su sexualidad no le interesan y las ve como una obsesión que la gente tiene con el tema. El sexo vende, pero Margarita se pregunta por qué vende. No le gusta que le pregunten y se refieran a su vida sexual. “¿A cuenta de qué?”, dice con ambas manos en posición de rezo, apoyadas sobre su boca. Seria, muy sería, con los ojos húmedos y soplando aire mientras se controla.
Margarita ha decidido dejar para siempre El Desafío y emprenderá nuevos proyectos. Ya terminó de grabar su último disco.
“Uno se la pasa buscando gente que lo acompañe, y el no tener una buena relación con la soledad hace que uno elija las situaciones equivocadas”, dice. A fuerza de muchos golpes y de entrar en relaciones que no dieron resultado, en algún momento se resignó y se convenció de que estar acompañada no era lo suyo. Cuando ya no quería conocer gente, y no salía, su príncipe azul llegó a golpearle a la puerta de su casa. Una noche cualquiera en que ya estaba metida en la cama con el control remoto en la mano, un amigo la localizó a través del BlackBerry desde las Bahamas, y le dijo que estaba con un amigo que quería presentarle.
Lleva tres años en una relación a distancia que le parece perfecta para disfrutar su soledad. No se volvería a casar. No le gusta el matrimonio y considera que las relaciones se dañan cuando la gente se casa. No cree en la institución del matrimonio como está planteada en nuestra sociedad. Piensa que está basado en algo muy diferente al amor y le ve una intención financiera, política y conveniente. Le parece algo espantoso y a pesar de eso tiene un gran ejemplo de un matrimonio feliz que son sus viejos, que siguen juntos, lo que a ella le sorprende. Están a un año de festejar sus bodas de oro y Margarita cree que la relación que tienen va mucho más allá del matrimonio.
Margarita se para del sofá emocionada, tiene algo que mostrarnos. Entonces va por un cuadro que tiene en que imprimió las primeras conversaciones con su actual novio (e imprimió un libro que no ha publicado que se llama Our BlackBerry Love Book, que traduce: Nuestro libro de amor BlackBerry) y cuando vuelve a la sala patea, sin querer, el vaso de agua que tenía en el piso. El agua salta hacia arriba mojándome la cara y el pelo y yo me alegro de que la torpe no haya sido yo. Margarita sigue conversando con tranquilidad y al rato va por un trapo a la cocina, yo levanto la alfombra de lana gruesa gris y ella se pone en cuatro a secar el piso sin necesidad de pedirle ayuda a nadie. Dice que es muy torpe, de una forma terrible, y continúa secando el piso con el trapo blanco que luego devuelve a la cocina y continuamos conversando pocos minutos más.
Saldré de su apartamento inmaculado sintiéndome poseída, como embrujada. Pasarán un par de días antes de que encuentre las palabras que necesito para escribir sobre ella. Le hace falta al español una palabra más fuerte que ‘carisma’ para identificar a este mujerón. Es fuerte, muy segura de sí misma, sencilla, con los pies sobre la tierra, cálida y hermosa, más hermosa que muy hermosa.
Un encuentro íntimo con Margarita Rosa
Mié, 05/09/2012 - 14:31
El ascensor que hace ruidos de matraca abre sus puertas en el apartamento de Margarita Rosa de Francisco. Ventanales que van del piso al techo y de una pared hasta la otra permiten la entrada de la lu