Esa mañana de diciembre, mientras el cielo se desgajaba en una tormenta monumental, en la Maloca del resguardo indígena Nazareth aguardaban 20 mujeres de la etnia Tikuna que acudieron al llamado de Credi Pereira Ramos, líder de la Asociación de Mujeres Indígenas Artesanas Dairepara Caure. Todas, con mucha expectativa, la vieron llegar con su tula, de la que sacó unos sobres llenos de dinero que les entregó. Sumaban, en total, más de 8 millones de pesos que materializaban el esfuerzo de su trabajo de meses transformando las ramas del árbol Chambira en chinchorros, canastos, bolsos, centros de mesas, portaplatos, portavasos, pulseras y manillas, que se vendieron como pan caliente en Expo Artesanías, la feria más importante de exhibición artesanal realizada en el país.
Mientras el aguacero mermaba, y se sentía apenas el rumor de una lluvia tierna sobre el tejado pajizo de la Maloca, Credi le pasó a Jeni Ramos el listado con el nombre de las artesanas, sus productos vendidos, y el dinero percibido por esas ventas. “¡Doña Termicia, Noria, Gloria, Alicia, Berenice, Angie!”, las llamaba, mientras les entregaba su dinero. Las ganancias, que iban desde 90.000 a 600.000 pesos, dependiendo de la cantidad de piezas vendidas, fueron una bendición para estas mujeres cabeza de familia que requieren de efectivo, allá en las entrañas de la selva donde escasea tanto, para comprar ropa y útiles escolares a sus hijos, y alimentos de alacena como arroz, azúcar, sal y aceite que no brotan del fértil suelo amazónico. Porque para esta comunidad Tikuna que vive a orillas del río Amazonas, a 30 minutos de Leticia en bote rápido (y en bote lento, llamado Tuk Tuk, hasta 3 horas), la comida es un bien concedido por la Madre Tierra: en sus chagras ‒territorios comunitarios destinados al cultivo de productos de pan coger‒ tienen a su disposición plátanos, yucas, ají y verduras; mientras el pescado lo traen los pescadores de las abundantes cuencas fluviales que bañan la región.
[single-related post_id="763515"]Nazareth es un poblado donde viven aproximadamente 1.140 personas de la etnia Tikuna, en 156 viviendas de madera. Unas tres tiendas de abarrotes y bebidas, un puesto de salud, una escuela (Concentración Escolar Nazareth), la Maloca, un polideportivo para jugar microfútbol y baloncesto, un Salón Comunal para hacer reuniones y presentaciones artísticas, y un enorme puente de concreto techado que conecta el pequeño puerto de llegada de las embarcaciones, constituye esta comarca indígena donde el tiempo pasa lento, muy lento, y en donde el empleo escasea: los hombres deben granjearse una fuente de trabajo en Leticia, la capital departamental de Amazonas, en Puerto Nariño (municipio ubicado a tres horas), o en alguno de los complejos hoteleros instalados en las costas del río gigante, a los que llegan turistas del país y del extranjero.
Por eso Credi se aferra a su trabajo de elaboración de artesanías de Chambira, que las mujeres Tikuna aprenden a crear desde la niñez, cuando abuelas y madres les transmiten los secretos de este oficio milenario. Con sus manos callosas y aporreadas de tanto hacer oficios domésticos, y con los materiales que consigue de la jungla, ella y sus amigas se constituyen como la fuente principal de ingresos para la comunidad Nazareth.
Llegó un correo electrónico
Gran parte del éxito comercial de ellas se debe a la llegada del Internet al poblado. Un Kiosco Vive Digital que el Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (MinTIC) instaló en la escuela Concentración Escolar Nazareth es la herramienta con la que Credi gestiona las invitaciones a diversas ferias y exposiciones artesanales del país, donde pueden vender sus productos a buenos precios, y no como antaño cuando hacían trueques por comida y otros elementos. “Principiaba septiembre y me metí a mi correo electrónico, cuando vi la invitación que nos hacía Artesanías de Colombia. Me preguntaban si seríamos capaces de producir 216 piezas para exhibir entre el 6 y 19 de diciembre, en Corferias, Bogotá. Me preocupé, porque lo ideal es comenzar mínimo seis meses antes, y aquí teníamos que terminar en la mitad del tiempo”, recordó Credi.
Resuelta a participar en Expo Artesanías, le comentó a su prima Jeni Ramos que se les venía un duro reto a las mujeres de Dairepara Caure. Entonces las reunió en la Maloca y les dijo: “Compañeras. Llegó un correo electrónico en el que nos hacen un pedido muy grande de artesanías. Si queremos cumplir, tendremos que trabajar tres meses de día, y también de noche. ¿Quieren ganarse un buen dinero para sus hijos? Entonces no podemos salir con una chambonada”, sentenció. Todas se encogieron de hombros, se miraron las unas a las otras, y Credi les replicó: “Vamos a trabajar en equipo. ¿Quién se encarga de los canastos? ¿Quién de los chinchorros?”.
[single-related post_id="808289"]Y así se distribuyeron el trabajo de acuerdo a la especialidad de cada una. De 9:00 a.m. a 4:00 p.m. se atrincheraron en la Maloca para abstraerse de las obligaciones del hogar: “Al principio trabajábamos desde nuestras casas, pero teníamos que pausar para hacer las comidas, y arreglar la ropa de nuestros maridos e hijos. Luego teníamos que continuar el trabajo hasta pasada la medianoche. Eso no era sano para nosotras, por eso nos tocó irnos a la Maloca. Afortunadamente nuestras familias entendieron que era para ganar un dinero que nos ayudaría a todos”, explicó Credi. Algo que reconoce, incluso, el Curaca de Nazareth (una especie de alcalde local del pueblo), Juvencio Pereira: “Ellas aportan mucho a la economía familiar de la comarca. Con las artesanías sacan adelante a sus hijos”.
En Nazareth, donde la gente es experta en procrastinar (perder el tiempo), trabajar en medio de los arrulladores sonidos de la selva se torna un asunto complejo. Si alguien se cita a las 9:00 a.m., la reunión comenzará dos horas después, incluso si la gente ya está disponible desde antes: pero primero desayunan pescado frito, arroz y tajadas de plátano; luego salen a despedir a sus familiares que salen en bote hacia Leticia u otras poblaciones rivereñas vecinas; y después llegan a cumplir sus compromisos. Como se ve, allí la preocupación más apremiante de cada día es comer y realizar las labores domésticas. Esto se evidencia al ver a la gente caminar tranquila y sin prisa: las mujeres, vestidas con faldas ceñidas al cuerpo, en el caso de las mayores, y pantalonetas cortas en las más jóvenes; mientras los hombres van en pantaloneta y descamisados, o en pantalón cuando se van de pesca.
Pero Credi sí puso a marchar a sus mujeres artesanas. “Cuando toca trabajar duro, pues toca. La responsabilidad va más allá del estudio. Mujeres más jóvenes que yo, que han terminado el bachillerato, no tienen el liderazgo que mío, y eso que apenas hice hasta 3º de primaria”, explicó quien a sus 50 años ha sacado con las artesanías a sus seis hijos: Yenica (34 años), Meury (32), Luz Dary (30), Martina (28), Ruth (25), Romario (23) y Juan Josué (13).
Fueron tres meses donde estas mujeres no pararon un instante de tejer, y los últimos 20 días, ni siquiera durmieron bien. A muchas se les ampollaron los dedos, porque ‒explica Credi‒ cuando le sacan los flequillos a la chambira, deben apretar estas fibras con fuerza, halar y anudar hasta formar un material consistente que, poco a poco, se irá transformando en el objeto deseado. Los dedos se calientan, y a veces, hasta sangran.
[single-related post_id="740605"]Una vez culminado el trabajo, Credi regresó al Kiosco Vive Digital para enviar un informe detallado a Artesanías de Colombia, con fotografías de los productos acabados. Con estos centros comunitarios de acceso a Internet y otros servicios digitales, el MinTIC fomenta el acceso tecnológico a las personas que viven en los lugares más apartados del país “para ayudarlos a enfrentarse a las nuevas dinámicas de la economía digital”, según palabras del Ministro TIC, David Luna. A la fecha, el Gobierno Nacional ha instalado en el departamento de Amazonas 32 Kioscos, 20 de los cuales se ubican en Leticia; mientras en las zonas rurales y de difícil acceso del resto de Colombia funcionan 6.879 Kioscos.
Una vez enviados los correos electrónicos, y recibido el visto bueno, se trasladó en un bote hasta Leticia para enviar los 64 kilogramos y 216 piezas de Chambira por el servicio de encomiendas 4-72. Días después, ella y Jeni viajaron a Bogotá gracias a las ayudas de Artesanías de Colombia, que les enviaron tiquetes aéreos y viáticos durante su estadía en la capital.
No es la primera vez que Credi viajó a Bogotá a representar a su comunidad en Expo Artesanías. Las mujeres de Nazareth siempre acuerdan que asista ella, pues nada le da pena y, por el contrario, es una gran vendedora. “Yo les digo que deben dejar atrás la timidez y el miedo, porque entonces ¿qué va a pasar cuando yo no pueda ir?”. Algunas otras le dicen que no les gusta salir del poblado por miedo a perderse en una gran urbe, con carros, grandes avenidas y hasta ladrones; mientras las más sumisas argumentan que si se van unos días, nadie podrá atender al esposo y a los niños. Pero Credi les objeta que es bueno acostumbrar a la familia a ausentarse por unos días: “Ellos deben aprenderse a se cuidar solos mientras salimos a trabajar”.
Secretos de un oficioLo mejor de ser artesana no es vender y hacer plata, asegura Credi. “Lo que más me gusta es ver cómo mis manos transforman la fibra de Chambira en cualquier cosa que yo quiera: una hamaca, un canasto… lo que sea. Es como hacer magia”, asegura, y agrega que aprendió siendo muy niña, a los 10 años, observando a su abuela Francisca.
‒Abuelita, ¿qué haces? ‒, le preguntaba cuando la veía tejer.
‒Si quieres saber, tienes que venir, sentarte aquí y aprender‒, le respondía Francisca.
Credi se quedaba quieta, observando a su abuela durante horas, absorta por el milagro de creación de esas también callosas, como ahora las tiene ellas, que se fundían con la Chambira en un acto mágico: apretar una fibra de Chambira contra la rodilla, y deshilachar y amarrar con los dedos hasta fabricar la artesanía. Francisca le enseñó a su nieta la técnica ancestral, que antes del tejido requiere un proceso de remojo de las fibras durante la noche, y al otro día el secado bajo el sol para adquirir el tono blanquecino de las artesanías (la fibra es originalmente verdosa).
El pesimismo tampoco tiene cabida en el universo de las artesanas Tikuna. De niña, Credi a veces se desesperaba cuando no podía tejer alguna pieza. “¡Abuela no puedo! ¿Será que me está quedando mal?”. La vieja le regañaba, y le explicaba que el negativismo desencadena sólo cosas malas. “Si quieres una buena artesanía, entonces piensa que te va a salir bonita”, le decía. Hasta hoy, es lo que hace Credi: pensar en positivo. Por eso cumplió con el encargo de Artesanías de Colombia: “Y eso que la gente en Bogotá pensaba que no seríamos capaces, que en tan poco tiempo nos quedaría grande”.
Credi se abre paso por la espesa jungla con su machete, esquivando con un trapo a las avispas e insectos que le sobrevuelan el cuello y el rostro. Después de 20 minutos de camino, y de observar detenidamente los árboles que la rodeaban, encontró una Chambira de la que extrajo fibras para un nuevo pedido de artesanías. Para extraer este material, descargó uno, dos y más golpes sobre el árbol, hasta que se desgajaban los cogollos; luego, como casi siempre ocurre, un montón de avispas se alborotaron como una nube negra de su cabeza: “¡No se muevan!”, advierte, y durante dos minutos sus acompañantes se quedaron inmóviles, sin respirar. Ella les explicó que la selva tiene unos códigos de supervivencia que se deben seguir al pie de la letra.
Porque la selva es agradecida con quienes saben convivir en este gran hábitat. Para las Tikuna, constituye una fuente de maderas para construir sus casas: árboles como Acupú, Chapo, Capirona, Alcanfor, Violeta, Puná, Palo de Colores y Aceituno, y de materia prima con la Chambira, para crear las artesanías que les dan de comer. Después de Bogotá, vendrán otras invitaciones a ferias de Medellín, Manizales, Duitama y Cartagena, y Credi seguirá haciendo magia con sus manos.