La danza de Karen por Quibdó

Mar, 07/05/2019 - 19:15
Karen Loreidy Córdoba Granja bailó como siempre, con toda la entrega de su energía y cuerpo, sin percatarse de que su mamá la estaba viendo, por primera vez, desde el público. Ese día terminó u
Karen Loreidy Córdoba Granja bailó como siempre, con toda la entrega de su energía y cuerpo, sin percatarse de que su mamá la estaba viendo, por primera vez, desde el público. Ese día terminó una pelea de más de siete años entre las dos, por el rechazo de la madre a la pasión que le ha dado alegría y vida a Karen: la danza. Ese día, como todos en los que Karen tenía ensayo, su mamá se enojaba y le ponía cientos de trabas para salir de casa. Cuando su mamá regresó del trabajo la vio pintándose un antifaz para la presentación. — Eso le está quedando muy feo, ¿quién se maquilla así? — le dijo su mamá y era verdad: le estaba quedando mal. — ¡Ay! Entonces ayúdeme — le contestó Karen. La madre, en medio de su reticencia, le hizo una mariposa cuidadosa alrededor de los ojos, con escarcha y lentejuelas.

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— Pero no se irá a ir sin comer – le dijo después su mamá como excusa para hacerla tardar más. Karen aceptó la comida, como siempre y salió a la presentación que tenía junto a su grupo de danza. La madre de ella no aceptaba esa pasión, creía que no le iba a traer cosas buenas y andar tanto tiempo en la calle era más vagabundería que cualquier otra cosa. Estaba equivocada, porque para Karen Loreidy bailar es su vida, parte de su profesión y una herramienta para combatir la delincuencia y la vulnerabilidad de los jóvenes en los barrios pobres de Quibdó, la capital del Chocó, una de las ciudades más escasas en recursos y necesidades básicas satisfechas.

El arma del arte

Karen recuerda con emoción esa situación mientras acompaña a un grupo de jóvenes vinculados al proceso de responsabilidad penal de Quibdó, fundación en la que trabaja, ayudando a los jóvenes a superar el error que los llevó a estar en conflicto con la ley. ‘Los muchachos’, como los llama, jugarán un partido de fútbol junto a René Higuita, en la escuela Niño Jesús del mismo barrio al sur de Quibdó, a donde la empresa privada Direct Tv llegó para reformar las instalaciones. Karen recuerda con gracia la forma cómo terminó vinculada a la Fundación. Estaba buscando trabajo en un café internet, cuando una amiga le dijo que había llegado una nueva organización y estaban buscando personas para diferentes cargos, parecía una propuesta factible, pero no le dio más detalles. Fue a la entrevista y después esperó la llamada que confirmaba su vinculación, pero no tenía idea que se trataba de jóvenes conflictivos hasta el día que hicieron la inducción. “Cuando dijeron delitos quedé impactada, yo nunca había trabajado en algo así”, recuerda Karen. Lea también: El insurgente de las Farc que lleva el periodismo en el alma Ella es licenciada en biología química, danza tradicional, danza urbana, canto y composición. Así que su función sería la de entretener a los jóvenes con actividades artísticas, no parecía un reto porque ya lo había hecho con niños de su barrio para evitar que cayeran en la delincuencia, perdieran el tiempo o se la pasaran en la calle sin algún fin. El problema es que los jóvenes a los que tenía que hacer bailar ahora, no querían hacerlo, les tocaba. Además, la mayoría llegaba con una actitud de desidia y cero confianza hacia los miembros de la Fundación. “Fue supremamente difícil al comienzo porque llegan con sus conductas de calle. Me decían: “Qué me mira vieja, dizque formadora, no me mire”, recuerda Karen. Ella se llenó de paciencia y calma, estaba decidida a ayudarlos a cambiar el camino de su vida y ofrecerles apoyo para salir adelante y superar, como dice ella, no un delito, sino un error que de alguna forma su vida los llevó a cometer. “Al comienzo yo me acercaba, no les decía una palabra pero me sentaba al lado y esperaba a ver si me decían algo, les pasaba un confite y se los dejaba al lado. Trataba de contarles cosas de mi vida para ver si ellos se soltaban, hasta que hubo uno que se desbordó y me contó llorando, que él había cometido un error, pero quería salir adelante, me dijo que le gustaba cantar y empezamos a buscar pistas, letras, a que él sacara todo lo que quería contar a través de la música”, cuenta la formadora. Así sucedió con otro de los muchachos. Era uno de los jóvenes más conflictivos y callados de todo el grupo, él había perdido a su madre de forma violenta, y no quería acercarse a nadie. Sin embargo, Karen sabía que a él le gustaba cantar y se hacía al lado y entonaba canciones para ver si el joven decidía unírsele, pero él no le decía nada. Un día le dijo “usted canta bonito” y ella le pidió que cantara también porque sabía que lo hacía bien y él le contestó que no le gustaba la misma música. Así empezaron a probar pistas y finalmente el joven decidió descargar toda su historia en ella, le confío su más grande secreto y es hasta ahora la única persona que lo ha oído y lo guarda como si fuera propio. Días después, el joven le dijo “yo quiero que usted sea mi mamá”. Ella se conmovió por la confianza y aceptó. “Como voy a ser su mamá tiene que hacerme caso, le dije. Entonces le propuse un pacto para que no peleara con nadie”, recuerda Karen. Lea también: El día que le dije a un gran amigo que él tenía VIH El pacto consistía en que no podía contestar a ningún insulto que le dijeran y a cambio Loreidy le llevaría, al cabo de un mes, una comida que le gustara mucho. El joven se tomó la labor en serio y a pesar de las trampas de Karen que le pedía a los otros molestarlo para hacerlo enojar, el ‘hijo adoptado’ solo ignoraba los malos comentarios. “Él me decía ‘ve mamá Karen, va a perder’ y sí, me tocó perder, pero con tanta alegría, fue la derrota más significativa porque él después de eso ya pensaba para responder”, afirma.

La danza como opción de vida

Karen se aprovechó del gusto y la destreza de los chocoanos por el baile para crear un semillero en su barrio del grupo de danza Mi Sangre Candente, creado por Milciades Rentería Palacios, del que ella formaba parte. Decidió crearlo cuando se preguntó: “Qué estoy haciendo yo por mi barrio, por los niños”. “Me fui de puerta en puerta golpeando, y salían esos malcarados, yo les decía: usted sabe que yo soy del barrio, vengo porque estoy iniciando un proceso de formación en danza para que los niños aprendan a bailar y a cantar”, cuenta Karen. Los padres le decían “hombre, bueno, verda’, este pelao mío acá no hace nada, eso es solo correr pa’ arriba y pa’ bajo en esa calle”. Ella anotaba el nombre de cada joven en una libreta y al final resultó con 40 niños. Así empezó a reunirlos para enseñarles lo que sabía de danza tradicional, ha sacado tres generaciones y afirma que al menos 14 de esos niños se los ha robado a la violencia con el baile. “De la primera promoción tenemos como cinco profesionales ya: un arquitecto, una enfermera, un médico, uno solo que no siguió por el camino, pero a la fecha no sé dónde está, me dolió mucho. También hay un futbolista y la mayoría está estudiando en la universidad, bien encaminados”, afirma.

La reconciliación con su madre

Ese día su madre se sentó en una de las gradas donde se iba a presentar Karen, no le había avisado porque una fuerza extraña la había convencido de ir a verla por primera vez. Quedó sentada en medio de otras dos madres que empezaron a elogiar como bailaba Karen. “Ay mire esa muchacha cómo se mueve, ojalá la mía bailara así, vea eso”, decían las mujeres. La madre de Loreidy no decía nada, solo escuchaba y observaba, mientras su orgullo se iba inflando poco a poco con los comentarios. De pronto las dos señoras preguntaron cuáles eran sus hijas. Cuando le tocó contestar a la mamá de Karen, dijo con el pecho en alto, “es ella”, la que mejor bailaba del grupo. Al terminar la presentación su mamá se quedó a esperarla en la puerta. “Cuando yo la vi dije: qué será lo que dejé sin hacer en la casa, yo lavé los platos, yo cociné, qué será que dejé sin hacer”, pensaba Karen. Verla bailar con tanta gracia y fuerza, la comunidad, la amistad y el arte que generaba con su cuerpo hizo que su madre cambiara de opinión sobre la danza. Eso y la paga que recibió de esa presentación, la primera con remuneración, con la que pudo empezar a colaborar en la casa. Es esa misma danza la que por más de 19 años le ha permitido a Karen Loreidy construir no solo su vida, sino juventud y paz en su barrio, en una ciudad donde la música parece correr por la sangre de los chocoanos.
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