Heridas que permanecen abiertas por la masacre de Bojayá

Vie, 13/12/2019 - 10:54
La población de Bellavista, casco urbano del municipio de Bojayá, finalmente pudo llorar este año a las 79 personas que murieron el 2 de mayo de 2002.

Este mes de noviembre, familiares y habitan
La población de Bellavista, casco urbano del municipio de Bojayá, finalmente pudo llorar este año a las 79 personas que murieron el 2 de mayo de 2002. Este mes de noviembre, familiares y habitantes de la región, ubicada en el departamento de Chocó al noroccidente de Colombia, recibieron los restos de las víctimas de la explosión de una pipeta de gas que fue lanzada a su iglesia por la extinta guerrilla de las Farc, donde decenas de personas se resguardaban de los combates que sostenía ese grupo armado con paramilitares. Medicina Legal lideró un largo proceso de identificación de los cuerpos de las víctimas de la masacre del 2 de mayo que a mediados de noviembre lograron llevarse a Bellavista. [single-related post_id="1225368"] Luego de la identificación, los familiares lograron, tras 17 años, enterrar y homenajear a sus seres queridos con los tradicionales actos fúnebres de la zona, que incluyen cantos, ritos y rezos. Tras la masacre fue imposible que se sepultara a los asesinados. Aquella comunidad solo tuvo tiempo de huir de la guerra y resignarse a poner los restos de sus seres queridos en fosas comunes. Posteriormente dichos cuerpos sin identificar fueron trasladados a un cementerio en Bojayá. Si bien la comunidad en Bellavista logró realizar su duelo años después, sus pobladores aseguran que el ataque transformó para siempre a su municipio y que las heridas causadas por la masacre son profundas e imposibles de superar. “Si esa situación le dio la vuelta al mundo, imagínese acá cómo fue. Es algo que uno no se lo cree. Es algo muy escalofriante, tremendo y duro”, afirma la esposa de un hombre al que la masacre le quitó a más de una decena de sus familiares. La mujer, quien no quiso revelar su nombre, indica que años después de la tragedia no se puede hablar de que la herida cicatrizó, porque en el municipio se está dando una confrontación entre la guerrilla del ELN y un grupo paramilitar conocido como el Clan del Golfo, que revive el horror sufrido en 2002. Detalla, además, que se sorprendió durante los actos fúnebres que se cumplieron en noviembre por la reacción de los familiares cuando observaron el entierro de sus muertos, finalmente, después de tanta espera. “Pensé que después de 17 años las personas iban a reaccionar de otra manera. Fue muy sorprendente la reacción de dolor. De pronto esas personas en su momento no lloraron sus muertos como debieron porque les tocó dejarlos y huir”, sostiene la lugareña. Como madre de un niño que perdió a tíos y abuelos, la mujer afirma que es difícil explicar a las nuevas generaciones lo sucedido en Bojayá. Manifiesta que su esposo quedó con serias afectaciones luego de la masacre, “pienso que él aún tiene traumas. Yo he tratado de ayudarlo lo más que puedo, pero se necesitan profesionales”. La mujer, de unos 40 años y voz firme, explica que un ataque como el que sufrió Bojayá rompe las costumbres y tradiciones de una comunidad. Asegura que se quiebran muchas “cadenas” y que hay personas que después de una acción de esas proporciones se “vuelven más silenciosas”. “Cuando los grupos armados al margen de la ley llegan a una comunidad se afectan todas las costumbres y cultura de un pueblo. Las relaciones cambian, se rompen. Se degeneran las familias, por eso es que muchas comunidades resisten hoy en su territorio ante el conflicto”, sostiene la mujer. Ella es consciente de que revelar su nombre implica un riesgo, especialmente si se menciona abiertamente la confrontación que se vive en la zona entre el ELN y el Clan del Golfo por las rutas de ríos que permiten el tráfico de drogas hacia el océano Pacífico y Atlántico. El conflicto actual, que se recrudeció desde el pasado mes de agosto, ha dejado al menos cuatro muertos y cerca de 10.000 personas de comunidades afros e indígenas en situación de confinamiento o desplazamiento. Bojayá sigue llorando muertos por la guerra. Otro de los familiares de las víctimas de 2002 afirma que fue importante hacer los homenajes y vivir el duelo que no se logró hacer hace 17 años. Asegura que los actos fúnebres les permitieron recordar a esas personas que alguna vez fueron parte de sus vidas. “Pero recuperarnos de esa herida es algo imposible”, relata, mientras se prepara para participar en el novenario (acto religioso) que se les hizo después del entierro. El hombre afro, también con la reserva de su nombre, detalla que la única manera de superar una tragedia como la de 2002 es con paz y sin la zozobra que provoca un conflicto armado, como el que se vive en este momento en la zona rural del municipio y que sufren incluso comunidades que habían sido victimizadas hace 17 años. “Si en estos momentos el Gobierno nacional estuviera pensando en poner el país en condiciones tales que pudiera existir una verdadera paz, pues con el tiempo la gente podría superar esta situación. Pero resulta es que cada día se muere más gente cercana a uno”, afirma el hombre de rostro cansado y triste que ha vivido más de 60 años de su vida en Bojayá. Un lanchero de la zona que perdió a 27 familiares ese 2002 resume tajantemente lo que siente: “De la guerra no quisiera ni hablar”, al ser cuestionado sobre el impacto que causó la masacre. La herida sigue abierta. “Hay interesados en la guerra a los que no les importan estas comunidades”, afirma el lanchero sobre el conflicto que se recrudece en la zona rural de Bojayá. Sin embargo si confiesa que tuvo alguna esperanza de que con el acuerdo de paz firmado en noviembre de 2016 su población se convertiría en un territorio de paz. Una mujer que afirma haber presenciado el enfrentamiento de 2002 mencionó en medio de uno de los actos fúnebres que para ella es un alivio poder saber dónde están las víctimas. Entre lágrimas afirmó: “murieron muchos niños, ellos no saben de guerra”. En Bojayá, con excepción de las autoridades locales, nadie confía en revelar su identidad. Un desplazado por la violencia de hoy en el municipio afirma que el conflicto de 2002 no solo afectó a Bellavista, también a toda la zona rural, cuyos habitantes también tuvieron que huir de las zonas donde permanecía. “En 2002 la gente se enfoca en lo que sucedió en Bellavista por la muerte de tantas personas. Pero en el mismo instante ellos estaban regados por todos los territorios del municipio”, asegura el desplazado afro de unos 32 años y que tuvo que irse junto a su esposa e hija de cinco años. Para el alcalde de Bojayá, Jeremías Moreno, la velación y el entierro de las víctimas de 2002 es un hecho que le da tranquilidad a los familiares, aunque, en un primer momento reviva todo el dolor sufrido 17 años atrás. “La masacre de 2002 no permitió que hubiese un velorio o entierro en condiciones dignas. Entonces pienso que la gente tenía esa deuda con sus familiares que perdieron la vida”, asevera el alcalde. Las autoridades locales le piden al Estado que no los olvide ante el actual escenario de conflicto que vive la población. Insisten en que sus comunidades necesitan ayuda psicosocial para reponerse de los efectos de la guerra pasada y que temen vuelva a experimentar esa tensión. “El ambiente que estamos viviendo hoy es similar al de antes de la masacre. La gente dice que se puede avecinar una tragedia mayor”, afirman. La guerra es un monstruo que resurge en Bojayá, un municipio selvático, de paisajes frescos y colores únicos que se ensombrecen con el ruido de los fusiles y las explosiones de minas antipersona enterradas en muchos de los lugares aledaños, que según las comunidades, se encuentran cerca a sus zonas pobladas. [single-related post_id="1225115"] La guerra, además, empieza a causar hambre a las comunidades de Bojayá, que ante la presencia de grupos armados prefieren confinarse y arriesgarse a quedar sin la posibilidad de ir al monte a cazar animales o pescar el sustento diario. Bojayá vivió hace unas semanas un acto de memoria y de homenajes a los muertos, justo cuando el conflicto se recrudece luego de más de 15 años en los que las comunidades no veían situaciones de desplazamiento, como las que se han presentado desde agosto pasado. Muchos de los habitantes aceptan con tristeza que poco ha avanzado el tiempo. La guerra sigue presente, los cuerpos de las víctimas de 2002 llegaron para presenciar desde sus tumbas un nuevo enfrentamiento fratricida.
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