Un día estaba en una de sus acostumbradas parrandas en ‘La casa del Gordo’, el café concierto que creó junto con tres amigos. Estaba sentado en una de las mesas del lugar, bebiéndose unas copas de whisky con algunos colegas y al botar el humo del cigarrillo Parliament que acostumbraba a fumar, sintió un ruido extraño en que provenía de lo más adentro del pecho. Sin decir nada apagó el cigarrillo contra el cenicero y prosiguió en la tertulia; minutos después por su lado cruzó Juancho, uno de los meseros del sitio, y lo mandó llamar. “Juancho toma te regalo”, le entregó al mesero un encendedor que había comprado en Estados Unidos, que le había costado unos mil dólares, y la caja de Parliament que tenía sobre la mesa. Ese fue el último día que Carlos ‘El Gordo’ Benjumea fumó cigarrillo. Cuenta que se podía fumar hasta tres cajetillas diarias.
De la misma manera dejó el alcohol. Dice que una mañana del año 2000, después de haberse tomado unas cuantas botellas de whisky, en medio de un guayabo infernal, le dio una taquicardia que sintió que el corazón se iba a salir del pecho. Nunca más volvió a levantar una copa con licor, solo lo hace cuando le toca actuar una escena que lo amerite.
“ojalá pudiera vivir eternamente…me encantaría”.
Así es Carlos Benjumea: decidido. Es consecuente y honesto con la vida misma; por eso hace unos años rechazó el trasplante de riñón al que sería sometido y que le ayudaría a sobrellevar la insuficiencia renal que lo aqueja. –No acepté porque en la lista de espera para un trasplante de esos hay niños y jóvenes que merecen vivir la vida. Yo ya tengo 72 años y he vivido maravillosamete. Por eso no lo acepté– dice sin pretensiones.
No aceptar la intervención quirúrgica lo obligó a someterse a una diálisis, un incómodo tratamiento con el que artificialmente se eliminan las toxinas de la sangre, trabajo que hace el riñón. Hace un mes ya no lo dializan. Al parecer, dice él, los médicos lo han encontrado un poco mejor y quiere aprovechar los días, meses o años que le quedan para volver a encontrarse con la vida.
“Lo que pienso es que me queda poco tiempo de vida, o mucho no sé, pero lo que sí sé es que hay es que disfrutarla”, dice acompañando la frase con una sonrisa de abuelo bonachón, que cambia radicalmente cuando habla de la muerte, a la que confiesa temerle. Y para afirmarlo usa una frase de Woody Allen: “El día que llegue la muerte lo único que quiero es no estar ahí cuando suceda”. Y remata diciendo “ojalá pudiera vivir eternamente…me encantaría”.
No puede vivir sin estar cerca del teatro y en Focus tiene la oportunidad de hacerlo. Su trabajo es luchar por la calidad de cada uno de los espectáculos que allí se presentan, dice con orgullo, mientras observa a su alrededor, a quienes acompañan la entrevista y su sonrisa de abuelo bonachón vuelve a aparecer. Don Carlos, como le dicen quienes lo rodean, llega al segundo piso del lugar, a una pequeña sala de teatro; lo acompañan, como haciéndole calle de honor, personas de prensa tanto de Focus como de la agencia Armónika, que lo representa. Camina muy pausado y apoyado en un bastón transparente que se convirtió en su inseparable compañero desde hace varios años.
El paso del tiempo, el sobrepeso con el que vivió, y la enfermedad que este le produjo, son notorios en su semblante. Saluda amablemente con algo de agitación y se sienta en la silla dispuesta para él. Su conversación es pausada y por momentos agitada. Como buen artista expresa mucho con el rostro. Sus gestos y su mirada acompañan los diferentes temas que se abordan en esta conversación.
Cuenta con gracia que no tiene 76 años, como dicen algunas biografías. Tiene 72. La confusión se presenta porque su mamá, Amelia Guevara, se las arregló para modificar su partida de bautismo y le sumó cuatro años, con la finalidad de que prestara el servicio militar y se olvidara de esa loca idea de ser actor. Entró al ejército teniendo 14 años y no 18, como lo aseguraban sus documentos.
Salió del ejército y a escondidas de su familia y sin dinero se matriculó en la Escuela Nacional de Arte Dramático. Le dijo al director de la escuela, Víctor Mallarino, que quería ser actor y este, al ver la insistencia del adolescente, le dio la bienvenida, pero la única condición era que tenía que pagarle la matrícula, unos 30 mil pesos anuales, dinero que hoy, 57 años después, Carlos Benjumea adeuda.
No fue fácil empezar. El día en que se graduó como actor salió con algunos compañeros de clase, entre ellos hoy consagrados actores de la televisión colombiana como Conzuelo Luzardo, Delfina Guido y Gustavo Angarita; caminaron hacia la Plaza de Bolívar, en el centro de Bogotá, y allí con el diploma bajo el brazo, se miraron entré sí y se lanzaron una sola pregunta “¿y ahora qué hacemos?”. No había espacios teatrales para los actores. Por eso Carlos Benjumea buscó siempre crear y apoyar escenarios para los nuevos talentos. No fue sino muchos años después que entró a la televisión.
Tenía 27 años cuando hizo su primer papel, fue en la novela El 0597 está ocupado. Es uno de los actores colombianos que más ha desempañado el oficio. Ha trabajado en más de 25 novelas, 10 películas y un sin número de obras de teatro. Cuando se le pregunta que arte de interpretar de las que ha desempeñado prefiere, sin vacilar responde que las tres. Ama la televisión tanto como al teatro y al cine.
Hoy en día su pasión está volcada hacia la escritura. Escribe todos los días. Escribe prosa, teatro, cine, televisión. “No sé si lo hago bien o mal. Escribo porque me gusta, me llena”.
Don Carlos tiene creadas un sin número de obras y producciones que no han visto la luz y que según él, tal vez no la verán, no por buenas ni malas, sino porque no es un buen vendedor. De todo lo que ha escrito hay una película que es su consentida. Se llama ‘Solo para mayores’, es la historia de cuatro pensionados colombianos y sus vivencias, la creó cuando su gran amigo Fernando González Pacheco, se quedó sin trabajo. ‘El Gordo’ Benjumea visitó a Pacheco y le dijo, “voy a escribir algo para ti”, pero la muerte de Pacheco le ganó y no alcanzó a presentársela.
“La he presentado en concursos y convocatorias y no ha ganado. La tengo hace diez años. No sé si es mala pero la quiero mucho”.
‘El Gordo’ Benjumea no solo se ha dedicado a interpretar papeles, también ha hecho de empresario. Al lado de varios amigos Creó ‘La Casa del Gordo’, un café concierto que tuvo sus puertas abiertas 25 años. También fue copropietario de Coestrellas una de las productoras de televisión más reconocidas de los años 80 y que se acabó con la llegada de los canales de televisión privada.
Hoy Carlos Benjumea vive en Girardot. Por cuestiones de salud tuvo que trasladarse a tierra caliente hace dos años. Poco viaja a Bogotá, ciudad de la que extraña ir a teatro. Todos los días espera que el sol se asome para sentarse a escribir y lo hace hasta que llega la hora de almorzar y el llamado de su esposa Liz Yamayusa, con quien lleva 40 años de unión, para sentarse a la mesa. Actualmente está escribiendo sus memorias, proyecto que lleva avanzado en un 80%. No da fecha para entregarlas solo dice “estarán listas cuando estén listas”.