El día en que el vicepresidente me dejó en el Chocó

Dom, 01/05/2016 - 07:17
Por: Carolay Morales. 
Dos helicópteros ascendieron al cielo chocoano. Era un martes sobre las dos y media de la tarde. El vicepresidente Germán Vargas Lleras, el minist

Por: Carolay Morales. 

Dos helicópteros ascendieron al cielo chocoano. Era un martes sobre las dos y media de la tarde. El vicepresidente Germán Vargas Lleras, el ministro de vivienda, el embajador de España y unos 15 periodistas, se fueron de allí dejando a uno de sus pasajeros. A las seis y media de la mañana de ese martes recibí una llamada. Era del trabajo. Me hicieron un reclamo por un mal entendido y por supuesto me indispuse. No le presté mucha atención pero, cuando estuve  sola en Capurganá, pensé en esa llamada como  el presagio de un "mal día". El vicepresidente con su comitiva, además de los periodistas, viajamos desde Bogotá a Quibdó  y luego  a Capurganá, en el Chocó. El motivo del viaje era la inauguración  del aeropuerto. Una pista pequeña, ubicada en medio  de las casas, solo para avionetas y helicópteros. Una señora, luego de que me dejó el vicepresidente, me reclamó por qué el viento del helicóptero había destruido el techo de la vivienda y algunos electrodomésticos . El vicepresidente fue el primero en dar su discurso en Capurganá.  Pensé que mientras hablaban los demás podía salir a conversar  con unos niños que miraban curiosos a los escoltas. Hombres grandes con una especie de metralleta alzada al hombro y que caía hasta la mitad de la pierna. “¿Cómo es vivir en Capurganá?”, les pregunté.  Los niños respondieron casi en coro: “Chévere por el mar. Acá jugamos mucho”. Me contaron que lo difícil era que se van la luz y el agua de vez en cuando. "Usted no ha visto mi colegio. ¡Vamos!", me retó un niño de unos ocho años. En el evento seguían con los discursos. Entonces resolví estar con los niños que me mostraron cómo estudiaban a la intemperie, debajo de un árbol. Había pocas sillas. Algunos debían improvisar con tablas de madera rota. No era lo único roto: el tablero también lo estaba y era compartido con dos profesoras que en ese mismo lugar, al aire libre, dictaban ciencias naturales y españ Perdí la noción del tiempo hablando con ellos. Cuando salí, los dos helicópteros estaban en el aire. Me agarré la cabeza con las manos pensando: ¡el vicepresidente me dejó en el Chocó!. En menos de nada me volví popular en el pueblo. La gente hablaba y se reía “¿Usted es la periodista que dejó el vicepresidente?, me preguntaba la mayoría. Lo que pasó después fue muy confuso y lleno de angustia. Félix Ramos, un hombre alto, moreno y muy serio me contó en dónde estaba exactamente. Capurganá es un corregimiento que colinda con Panamá, por lo tanto está sobre el Océano Atlántico y no Pacífico como creíamos muchos periodistas en el helicóptero. “¿“Ya almorzó”?”, me preguntó Félix. La verdad el hambre había desplazado la preocupación. “Yo la invito. Es mejor estar perdido, pero con el estómago lleno”, me dijo. 76ff20a1-8236-4c3f-8378-cd9e5e2cdf1c Acepté la invitación. No tenía dinero. Ilusa pregunté si podía pagar con  tarjetas. la respuesta fue contundente: no. Las siguientes tres horas fueron de llamadas de uno y otro lado. De Bogotá, con el Ministerio de Vivienda, de Quibdó con Vicepresidencia, todos cuestionaban ¿Por qué me había quedado? “Ya te vamos a sacar de allá. Una avioneta va a ir por ti”, me decían. La avioneta hizo un sobrevuelo, pero nunca aterrizó. Según contaron, la nueva pista no era segura. Creo que el  piloto observó lo mismo que yo. Niños jugando, montando bicicleta y caballos desfilando por la pista recién inaugurada y por eso no aterrizó. Una media hora después resolvieron (en Bogotá) que me quedaría esa noche y que temprano viajaría en lancha hasta Acandí, de ahí a Medellín y luego a Bogotá. “Tenemos a un ingeniero del ministerio de Vivienda que está en Capurganá. Él también viaja mañana y te va ayudar con dinero para que comas”, dijeron. Se hizo de noche. Mi popularidad había crecido tanto que tres personas me ofrecieron hospedaje. Una mujer que me observó esperando la avioneta que nunca aterrizó me compró una camiseta  que decía “Capurganá”, por aquello del recuerdo, y hasta ropa interior. Pasé la noche en un hotel (gratis) cerca al mar y sin luz. No dormí. Tuve pesadillas con el viaje en lancha. Todas terminaban ahogándome en el mar. A las 7:30 de la mañana salió la lancha. Veinte pasajeros con chalecos desteñidos y rotos. Me ocurrieron dos cosas en el viaje: un vacío permanente en el estómago por las olas que iban y venían a la rapidez del motor en la lancha, como cuando se desciende de una montaña rusa. Sentí que las pesadillas se convertirían en realidad. La segunda cosa que me pasó fue un estado de plenitud al estar en un paisaje único. ¡El mar y la selva reunidos en un mismo lugar!. Llegamos a Acandí. Recuerdo que en una de las calles leí un letrero en una droguería: “No abrimos porque no hay luz”. La energía es escasa, el agua no es potable.En Acandí fue más evidente que en Capurganá la erosión costera, ese  mar bravo del que hablan los habitantes reclamando  territorio. Casas destruidas, sin playas. “La herida que siempre llevo en el alma no cicatriza...”, frase de una canción emblemática de Diomedes Díaz que interpretaba con sentimiento, un señor de unos 60 años con bastante barriga. Llevaba un sombrero vueltiao, pero su apariencia era como la de un papá Noél. Don José es el más popular de Acandí. Trabaja llevando pasajeros en una “zorra” adornada con telas de colores. Todos quieren subirse a pesar del caballo maltrecho. La cantada con vallenatos hace parte del recorrido que dura unos 10 minutos hasta el aeropuerto de Acandí y cuesta 2000 mil pesos. La autenticidad de don José logró cautivarme, pero no me subí a la “zorra”. Sentí lástima por el caballo que debía cargar a unos diez pasajeros con maletas incluidas. Preferí la moto de un joven chocoano que, por 3000 mil pesos, me llevó hasta el  aeropuerto de Acandí. El avión salió a las 11:00 de la mañana rumbo a Medellín. Llegué finalmente a Bogotá sobre las 5:00 de la tarde. Al bajarme del avión pensé que esa había sido la mejor experiencia de mi vida, gracias a que el vicepresidente de la República y toda su comitiva me habían dejado en el Chocó.
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