Paula estaba cerca de completar las 12 horas del Rally de Resistencia, organizado por Road Elite Colombia. Es su primera competencia, pero no la primera vez que se aventura a rodar por las carreteras de Colombia. El tiempo en su tablero marca las 5:56 p.m. y todo parece indicar que no llegará a tiempo a la estación de gasolina donde está ubicado el último de los cuatro puntos de revisión o checkpoint. El rally es un reto personal y su presión sobre el acelerador también lo asume así. A lo lejos ve a Mateo, el compañero que hizo en el trayecto, y este le pide que acelere. Grita que aún tiene tiempo. A diferencia de él, su tablero dice lo contrario.
Descubrir una pasión
Paula Suárez mide 1:60, su pelo es corto y despelucado. Usualmente, se le ve con poco maquillaje y aunque no se le conozca es posible percibir es su voz una sensación de vitalidad y energía. Es de esas voces que resuenan en todo el espacio y es inevitable alzar la mirada para observarla, más aún cuando empieza hablar sobre motos.
Su vida profesional como diseñadora la une a su pasión por rodar y en la empresa, donde hace poco cumplió un mes, ya la reconocen por ello. Sobre una Suzuki V-Strom 650 con un peso aproximado de 230 kg recorre a diario Bogotá y cada que tiene oportunidad se aventura por cientos de kilómetros a través de Colombia o incluso a países vecinos: Venezuela, Perú y Ecuador.
Hace unos diez años, en lo que ella llama “la crisis de los 40” descubrió su pasión por las motos y desde entonces no hay quien la detenga. En grupo o la mayoría de tiempo sola, enciende su GPS y se aventura a recorrer nuevos destinos con su equipaje dentro de un baúl metálico.
Durante su infancia, su padre era muy apasionado por las motos, pero no fue él quien la involucró en ese mundo. Su contacto nació por un conocido que ayudó a catalizar lo que ella cree que de una u otra forma siempre estuvo en su sangre: viajar sobre una moto. Un hobby que transformó su vida.
Desde que inició su historia con las motocicletas, escogió su propio apodo o chapa, como lo conocen dentro ese círculo. “Chica Puppy” es como se hace llamar. Su moto no es precisamente la más usada por mujeres, pero en su caso es ideal para atravesar cualquier terreno.
Mi primera prueba de resistencia, pero no mi primera rodada
Cuando me inscribí al rally de 500 millas sólo llevaba una semana en la empresa y más allá del desgaste físico que la competencia me podría generar, mi principal preocupación era solicitar tres días libres para asistir a la prueba. Tras pensar mucho cómo contarle a mi jefe, la oportunidad surgió de una situación inesperada, de un comentario de él mismo.
Una semana previa a la prueba salimos a almorzar con el equipo y al pasar por el parqueadero César, mi jefe, se quedó observando mi moto. Le sorprendió el tamaño e incluso me preguntó si no era muy complicado usarla en Bogotá. Asentí porque el tamaño sí complica mis recorridos por la ciudad, pero es efectiva para transitar por cualquier región. Al día siguiente, nuevamente, a la hora del almuerzo, aún buscando la manera de contarle sobre mi competencia, César dijo: oye, tu moto está para que participes en un concurso.
Yo lo miré con impresión, me reí y, al siguiente instante con la sensación de que el comentario parecía obra de magia, aproveché la oportunidad. Él respondió con felicidad y eso me llenó de entusiasmo. Algo me decía que no tendría problema para darme los días, aun así, nunca me imaginé que la respuesta iría mucho más allá de: “Claro, tienes el permiso”. Durante la cuenta regresiva para el rally, asistí a algunas reuniones virtuales con el equipo de Road Elite. El mexicano Billy Cabrera, experto en rallies y uno de los organizadores, ya me distinguía por mis constantes preguntas acerca del tipo de motos que podían participar, la ruta que recorreríamos y la trayectoria de Road Elite. Cerca de dos meses atrás había descubierto la competencia y ya con todas mis dudas resultas, sin darle más vueltas, acepté el reto.
En las reuniones, Billy nos hablaba sobre las rutas planeadas. Él mismo transitó la ruta más larga y registró con fotografías los trayectos que podrían generar algún riesgo. Junto a su equipo han organizado diversas competencias en México, Colombia y Paraguay. Este año en la celebración del Primer Aniversario del Rallies de Resistencia en Colombia, por primera vez, para las categorías de 1.000 y 500 millas debieron proponer de a dos rutas ante el estado de las vías y el posible tránsito de actores armados en zonas como Necoclí y Arboletes, municipios del Urabá, antioqueño. Road Elite International, seccional Colombia, cuenta con certificación internacional del Asphalt Rats Endurance Motorcycling Worldwide y el Iron Butt Association.
Llegó la hora de partir hacia la competencia. El jueves 29, me puse en marcha desde el tráfico citadino hacia Medellín. Sobre las tres de la tarde llegué a la ciudad de la eterna primavera y me dirigí al local de uno de los patrocinadores, Kapital Llantas, para reemplazar las dos ruedas. Luego, tras una revisión mecánica de la moto, Road Elite aprobó mi participación. El día siguiente me sirvió para recuperar energías y para anhelar la puesta en marcha.
A las 5:00 a.m nos citaron, pero mi ubicación me jugó en contra y llegué sobre el tiempo. Intenté serenar la mente, mientras a mi alrededor una llovizna se aproximaba y un fondo grisáceo acompañaba mi arranque desde la tarima, ubicada en el restaurante y taller La Rufina, de Envigado, Antioquia. Sobre la tarima, a eso de las 6:03 a.m., alcé la mirada para recibir las últimas instrucciones y luego mis ojos se concentraron en la rampla de bajada. Pensaba en los kilómetros que tenía por delante y en el límite de 12 horas.
Mi equipaje era ligero. Para alimentarme durante el trayecto llevaba sándwiches, botellas de Electrolit que me mantendrían hidratada y a modo de indumentaria: el jersey con el logo oficial del evento, mi chaqueta especializada con protección en la espalda, hombros y codos, un jean acompañado de una licra para no lastimarme la entrepierna, mis botas caña baja y sobre mi cabeza un casco abatible.
Al lanzarme al ruedo, me proyecté en la ruta: Necoclí, Montería, Caucasia y Yarumal serían los cuatro destinos en los que habría una estación de gasolina asignada como punto de revisión. En cada uno debía guardar el ticket de gasolina para soportar el tiempo de llegada. Desde Envigado tomé la ruta hacia Necoclí, una vía llena de barro y piedras, aunque mis llantas doble propósito se adaptaban a estos caminos, en varias ocaciones, tuve que reducir la velocidad.
Dentro de la estación de Necoclí me detuve unos minutos para estirarme, hidratarme, comer y de paso conocer a quien sería mi compañero de recorrido. Mateo me impulsó a no rendirme al igual que yo a él. Enfrentamos trancones, puntos de pare y siga y trayectos en los que no íbamos a la par, pero al reencontrarnos nos dábamos consejos para resolver los inconvenientes del camino y cumplir con la meta.
Mientras intentaba llegar a Montería, el paso por Arboletes me fue restando tiempo. Los huecos de la vía me iban destrozando los rines y esto me exigía estar cada vez más atenta a cualquier obstáculo. En medio de todo, dejé atrás a Mateo y casi 70 km después nos volvimos a ver.
En medio de la ruta encontré paisajes increíbles; de Córdoba recuerdo el sonido del mar, la brisa y ver de reojo sus tierras. Viajar por Colombia se me hace mágico porque entre un departamento y otro el cambio geográfico es impactante; entre municipios transité por planicies y luego montañas. Mi cuerpo se quiso detener por unos minutos para admirar mi entorno, pero me negué porque cualquier minuto perdido, podría pasar su factura después. Mis llantas se adaptaban al terreno y mi acelerador se sincronizaba con mis ganas de optimizar el tiempo cada vez que la vía y el tráfico lo permitían.
Estando tanto tiempo sentada y en la misma posición lo lógico sería que mis muslos y brazos se cansaran, sin embargo, no fue el caso. Al emprender un viaje siempre intento concentrarme en mi objetivo. Mi cabeza deja de lado los miedos y se pone en modo reactivo. De ahí en adelante paso de diseñar en el escritorio a sumergirme en el escenario. Viviendo un trancón u otra situación, mi mente de diseñadora web se pregunta por las maneras de atravesarlo y las respuestas a las posibles fallas técnicas que podría sufrir mi moto.
En el rally esquivé huecos, piedras que salían volando al pasar las motos de otros compañeros e incluso frío. Mi liner, un protector de frío ajustable a mi chaqueta, estaba en mi maletín impermeable y para no perder tiempo preferí avanzar sin él, al final fue buena decisión.
Al llegar a Caucasia me reencontré con Mateo. Tenía planes de detenerse a comer en un restaurante y después continuar, pero según mis cálculos, que por lo general no suelen ser los más precisos, ya estábamos justos de tiempo. Tras verificar mi estimación en su GPS, me dio la razón. Entonces, ambos nos dimos palabras de impulso y terminamos siendo una especie de motor el uno para el otro.
Las últimas cuatro horas hacia Yarumal me retaron física y emocionalmente. Durante un trancón en el que me quedé atascada por no abrirme hacia la izquierda, tuve que ingeniármelas para pasar entre mulas y otros vehículos. Girando 180 grados hice lo posible por no perder más tiempo. En mi tablero, la hora volaba y sin tener mucha claridad de cuánto tiempo pasé esquivando vehículos para continuar mi camino, al ganar mi espacio y tener vía libre, descubrí que mi GPS estaba fallando y sin mucha claridad de a dónde debía llegar, supuse que me podría guiar al ver otros competidores en el último checkpoint.
Acelerando lo que más podía y viendo de reojo la hora que marcaba mi tablero, cada vez me preocupaba más no llegar antes de las 6:03 p.m. Seguí avanzando y con eso mi ilusión se iba desvaneciendo. Me sentía desmotivada, pero no me detenía, la estación debía estar cerca. No había terminado de llegar, cuando varios compañeros, entre ellos, Mateo, me empezaron a gritar “rápido”, “date prisa”, “lo lograste”, “lo lograste”. Yo no entendía nada y sólo les decía que no era así. Mientras yo reaccionaba alguien le pidió al trabajador de la estación que me llenara el tanque con $2.000. Recibí el tique y no me atreví a verlo, así todo el mundo gritara a mi alrededor que sí lo había logrado. En medio de mi conmoción, alguien revisó mi tiquete y empezaron a pasar la voz: “Sí lo logró”, “completó el rally”.
Asentía sólo por seguirle la corriente a quienes afirmaban mi victoria, pero seguía convencida de lo que indicaba el reloj. Me tomó más de media hora asimilar mi triunfo. Mi tablero tenía la hora adelantada y en efecto fue el tiquete el que marcó la hora definitiva; 5:59:03 p.m, tiempo que me llenó de euforia y me dejó al borde de las lágrimas. Quise conservar el tiquete, pero debí entregarlo a la organización. De recuerdo me queda una fotografía de este junto al tablero de la V-Strom.
Lágrimas de alegría se acumulaban en mis ojos y mientras recolecta los tiquetes de los cuatro puntos de revisión para entregarlo en el punto de partida, en La Rufina, Envigado, me di cuenta de que en otros viajes he sufrido caídas que me han lastimado y me han generado dolor, a pesar de eso, nunca por andar sobre dos ruedas he llorado de dolor, siempre ha sido de felicidad. En definitiva, es más que un hobby, la moto para esta Chica Puppy es su mundo y un motivo de felicidad indescriptible.
Después de resistir, llega el reconocimiento
Terminada la competencia, Paula conoció a la familia de Mateo, que no es precisamente ajena al mundo de las motos. Por años, su padre estuvo dedicado a ese arte y gran parte de su conocimiento lo ha heredado a su hijo. Quizás por eso, cuando se reunieron para
recibir a Mateo, lo primero que dijo este a su padre fue: “gracias a Paula terminé la prueba. Es una gran corredora”. A lo que Paula respondió con el mismo halago.
De los 104 pilotos inscritos, en dos categorías, usualmente dominadas por hombres, sólo tres o cinco mujeres participaron. Paula no está segura de si fue la única que logró llegar antes de cumplirse el tiempo, pero lo que sí conoce es que en el camino, varias motos sufrieron fallas técnicas o no alcanzaron a llegar antes de las 12 horas por trancones, arreglos en las vías o fallas mecánicas.
El domingo, Paula se reunió con los demás pilotos para la premiación. Su sonrisa no se desvanecía durante los registros fotográficos y mucho menos cuando la llamaron desde la tarima y el público estalló en aplausos. Billy Cabrera destacó que se tardó 11:56 horas en realizar el recorrido. Desde entonces, Paula Suárez Gouffray es una rally finisher de 500 millas, como lo señala su diploma. Su primer rally no sólo la llevó a ratificar su pasión por las motos, sino también a posar su mirada en su siguiente reto a bordo de la V- Strom.