Se ha proyectado una idea generalizada de que los colombianos que emigran del país, y más si el destino es Europa, viven vidas espléndidas, llenas de lujos y comodidades. Sin embargo, la vida de un colombiano en España demostraría todo lo contrario. Hay muchos que buscan una existencia más digna en Europa y se encuentran con múltiples necesidades que los llevan incluso a pasar por más penurias de las que vivirían en Colombia.
Fabían Jaramillo ha descubierto que no pertenece a un solo lugar. Desde sus 18 años se ha caracterizado por vivir una vida nómada, salió de su natal Apartadó (Antioquía) hacia Medellín cuando cumplió la mayoría de edad. Luego de varios años en la capital de Antioquía, decide ir a vivir en Buenos Aires (Argentina) para continuar sus estudios en música. Hoy, a sus 38 años, se encuentra en Madrid (España) buscando vivir la vida que siempre soñó fuera de Colombia.
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Su colombianidad va desapareciendo de a poco, pero su acento paisa delata su origen. Durante el verano en Europa toma tinto, pero no el café sin leche que comúnmente se conoce, sino tinto de verano: una bebida típica española que combina el vino tinto con limonada. Su léxico también ha cambiado, usa palabras como “tío”, “madre mía”, “flipo”, entre otras, pero su acento paisa lo sigue delatando.
Fabián comenzó la aventura en España gracias al apoyo de una persona cercana. Mientras vivía en Buenos Aires surgió el deseo de vivir en Europa, y España por el idioma era el mejor destino. Realizó todos los trámites ante la embajada y pudo viajar un octubre del 2018 con visa de estudiante. La persona que auspició sus estudios en Fotografía pagó la totalidad del curso durante un año y le brindó unos cuantos euros para poder subsistir hasta que se le agotaran los recursos. De ahí en más, la subsistencia dependería de él y ese día iba a llegar más temprano que tarde.
“Fue muy emocionante para mí. Ya estoy del otro lado del charco, dije. Yo no lo podía creer, nunca había planeado venirme para España. No se me ocurrió en la vida”, afirma Fabián en diálogo con KienyKe.com.
Al arribar a España regularizó su situación migratoria, pero su estatus de estudiante no le permitía trabajar legalmente. La única opción que tuvo fue rebuscarse la vida con trabajos esporádicos. Le hizo compañía a un adulto mayor que luego se cansó y prefirió estar solo; dictó clases de guitarra para españoles que se interesaron al ver avisos que él mismo se encargó de pegar en las zonas más transcurridas de Madrid; vendió arepas colombianas a cinco euros y ahora trabaja como domiciliario.
Durante sus primeros meses en Madrid se hospedó en la casa de otro colombiano a las afueras de la ciudad, y aunque pagaba solamente 150 euros por una habitación -una ganga en Europa- tuvo que dejarla porque sus recursos económicos ya eran escasos.
En ese momento recurrió a sus amistades dentro de una iglesia evangélica para poder tener hospedaje durante algunos días. Un amigo estadounidense le brindó la posibilidad de habitar su apartamento mientras se iba de viaje. Posteriormente, un amigo español le subarrendó por 250 euros una pieza durante tres meses; si bien era una gran oportunidad, lo más difícil sería conseguir dicha suma.
“Si te digo de dónde salió todo el dinero, créeme para mí se multiplicaba porque no me alcanzaba. Solo me alcanzaba para arriendo, pero la plata salía para mi comida y para el bono de transporte mensual”, reconoce Fabián.
La fe de este colombiano en España ha sido más grande que sus necesidades. Él mismo admite no saber de dónde han salido los euros para su subsistencia, sus bolsillos han estado vacíos, pero su estómago no.
En días cuando no tenía para almorzar, acudía a los comedores sociales de Madrid. Allí compartía con indigentes y migrantes de países pobres de África.
“Me ahorraba la comida y daban comida abundante y rica. A mí me gustaba”, asegura.
Después de cumplidos los tres meses en la habitación de su amigo español, fue a vivir gratuitamente a una residencia que consiguió gracias a su fe. Aplicó a una beca de hospedaje con el Icetex y fue seleccionado entre cientos de candidatos, allí estuvo durante más de un año viviendo cómodamente.
El dinero que tenía disponible para pagar sus estudios, le alcanzó durante un año. Eso lo afanaba, ya que sin un certificado de estudios no podría renovar su regularidad migratoria, pero otro milagro iba a beneficiarlo.
La escuela de artes en la que estaba inscrito dio de baja el curso de Fotografía, por lo que les ofrecieron a los estudiantes cursar de manera gratuita el primer año de otro curso como compensación. Con esto, Fabián tuvo un año más para renovar su documento migratorio.
Para poder comer consiguió, a través de un amigo bogotano, la posibilidad de vender celulares de bajo costo importados desde China, él ganaba una comisión por cada celular vendido. Transitaba Madrid buscando potenciales clientes y dio con sus compradores predilectos: los inmigrantes indios, quienes en Madrid suelen tener negocios de venta de celulares y accesorios.
“Esa gente es muy viva, le ganan a los paisas. Logré conseguir clientes que me pedían 10 o 20 móviles”, afirma Fabián.
Luego de completar el primer año de estudio no pudo seguir, tenía que desembolsar 8 mil euros por el segundo año. Le apuntó a estudiar un Master en Producción Musical para así aprovechar su talento en la guitarra y el canto, sin embargo, tendría que conseguir más de 3 mil euros.
Una amiga se cruzaría en su camino para recomendarle hacer un ‘crowdfunding’, es decir, una estrategia para recaudar fondos a través de personas dispuestas a aportar para ciertos proyectos personales. Creó su perfil, en un video de un minuto contó sobre su proyecto y envió la solicitud a varias personas con el objetivo de crear una gran red. De nuevo, su fe tendría que entrar en juego.
La convocatoria llegó hasta los Estados Unidos, inclusive los recursos llegaron en su mayoría del país norteamericano,
“Al cabo de dos semanas y medio ya tenía para la matrícula increíblemente”, apunta.
Comenzó a estudiar, pero su beca en la residencia estaba por terminar, pero la pandemia le permitió estar más tiempo de lo debido. Cuando llegó el día de la finalización de su beca de estadía otra vez estaría en líos, no obstante tenía una idea en mente.
“Yo dije, bueno, vamos a hacer la del nómada: amanezco un día en la casa de alguien, luego me paso a la casa de otra persona hasta que yo logre reunir buen dinero para pagar una pieza”.
Llamó a sus amigos de la iglesia para poder encontrar posada debido a que su nuevo trabajo como domiciliario en una famosa aplicación todavía no le permitía tener ingresos para pagar una habitación.
Entre sus conocidos, se contactó con una joven pareja a los cuales les pidió dos días para vivir en su casa, milagrosamente ellos le ofrecieron estar una semana. Otra vez, su fe le daba resultados.
Al cumplir la semana, ellos mismos le ofrecieron estar durante todo el mes. Cumplido el mes, consiguió una habitación y en medio de una cena comenzó a despedirse y a agradecer por la estadía, pero de nuevo le ofrecieron estar unos meses más ya que ellos se iban de viaje durante el verano.
Resuelta la estadía, consiguió una cuenta para trabajar como domiciliario en una reconocida aplicación. Él mismo no podía tener su propia cuenta porque su situación migratoria no se lo permitía, por esa razón en España es casi que una mafia el alquiler de cuentas para trabajar en aplicaciones de domicilios. Los dueños, quienes abren sus perfiles de manera legal, trabajan y luego consiguen una oportunidad mejor, no cancelan sus cuentas sino que las alquilan y como retribución cobran un porcentaje que puede llegar a ser hasta del 30%.
Dichas cuentas terminan siendo trabajadas por inmigrantes irregulares que necesitan trabajar para sobrevivir. Fabián es uno de ellos, alquiló la cuenta de una residente venezolana y arriba de su bicicleta trabajó durante todo este último verano.
“Hay veces que la aplicación pide una foto de tu cara para verificar si es tu cuenta, en esas ocasiones me tocaba ir hasta la casa de la dueña a la cuenta para que ella misma tomara la foto”, cuenta.
Pero no solamente los dueños de las cuentas las alquilan para recibir alguna retribución, también lo hacen para seguir cotizando en la seguridad social y para obtener certificados que les permitan renovar la tarjeta migratoria. Es decir, los migrantes más necesitados trabajan no para su regularidad sino para la de otros.
Actualmente Fabián continúa viviendo en la casa de sus amigos, sigue trabajando como domiciliario y cultivando su vida de fe. Esa misma que lo ha sostenido durante todo este tiempo. Además, espera obtener su primera tarjeta de residencia a través del plan de Arraigo Social, el cual está dirigido a extranjeros que hayan estado más de tres años en España y requieran de un permiso de residencia. De obtenerlo, podrá trabajar sin limitaciones y conseguir la vida digna que siempre ha buscado.
Según él mismo reconoce, nunca se imaginó vivir en España, pero tampoco proyectó que la búsqueda de una vida digna en el exterior le traería tantas pruebas de fe.