Cae la noche sobre Bogotá, el frío se intensifica y las calles del centro se vuelven hostiles. Los habitantes de calle regresan a esta zona que habitan y buscan, luego de un día andando, un pedazo de asfalto o hierba para dormir. Una vez ahí, tendrán que sortear las difíciles condiciones para lograr sobrevivir y ver la luz de un nuevo día.
En este clima rudo y frío es en el que el "Banquete del Bronx" entra en acción como una luz en la negra y espesa oscuridad de los habitantes de calle. La fundación integrada por un grupo de personas de buen corazón que reúnen esfuerzos para curar heridas, limpiar, brindar alimentos, ropa y mantas para abrigar y proteger del frío, la intemperie y el abandono a estos seres humanos que han tomado la calle como su hogar.
Acuerdan un punto cercano al lugar que habitan las personas que quieren ayudar, se ponen con toda la actitud las chaquetas fluorescentes y chalecos que los distinguen, se arman de valor y valentía, revisan que todo esté en orden, que los elementos que buscan dar estén en condiciones y que los materiales y herramientas para afrontar la jornada de ayuda estén en su lugar.
Una vez todo revisado, el grupo de voluntarios del banquete del Bronx se despliega en la zona como un operativo profesional. En sus filas, destaca un ex habitante de calle, Carlos Duque, quien desde hace unos años logró rehabilitarse y reintegrarse a la sociedad, cuyo corazón aún pertenece al asfalto y busca aportar desde su nuevo estilo de vida, un grano de esperanza sus excompañeros.
Carlos vivió 40 años como drogadicto, 20 de ellos en las calles. Aún se asombra cuando lo reciben en una tienda o restaurante y lo tratan como un señor. Él, que aún trabaja en reintegrarse a la sociedad, vuelve a las calles, esta vez para dar una mano.
Mucho de los implementos utilizado en la noche que presenciamos, son costeados por los mismo voluntarios, alimentos, plásticos, gasolina y demás, aquí lo que vale es ayudar, brindar de corazón un apoyo.
En la jornada que se puede ver en el tercer episodio de Zona Hostil, se evidencia cómo esta patrulla de voluntarios limpió heridas, brindó alimento, apoyo psicológico, limpió heridas, escuchó y brindó abrazos que llenan el alma de quienes se sienten "muertos" en vida.
Una de las personas a quienes tuvieron la fortuna de brindar ayuda. Responde en cámara completamente conmovido por la asistencia:
Yo vivo de lavar motos, un trabajo digno. Con eso yo sé que ayudaré a mucha gente. Las noches son frías pero vamos para adelante. Mis lágrimas son de amor, cariño y esperanza para todo el mundo. ¡Y que viva Colombia!
La esperanza es lo último que les podrán arrebatar, se palpita, se expresa. Conforma avanza la jornada. Una mujer, también con lágrimas en los ojos y con el rostro compungido de tanto llorar, confiesa que está viviendo un momento depresivo, pues alguien, la miró con lástima y eso recaba en lo más profundo de su alma, no le gusta sentirse así. Ante esto, recibe el apoyo y acompañamiento de los voluntarios.
Como estas, son varias las historias que afloran en la noche del centro bogotano. Los voluntarios, son la posibilidad andante de poder vivir dignamente, así sea por un par de horas, una vida digna. Ellos, con sus chalecos, caminan las calles buscando dar esperanza de vida a quienes acuden a ellos, ya sea en forma de comida, palabras de apoyo, escucha y acción. Incluso, son las manos para salir de ese infierno si se quisiese, pues una de estas, fue la que tomó Carlos Duque, que lo tienen hoy siendo un ejemplo de vida que demuestra que si se puede salir de la selva de cemento.