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Soñando con el oro: las mineras artesanales del Chocó

Kienyke.com se adentró en el Chocó para conocer la historia de "Mazorca", una minera artesanal que trabaja y sueña con el oro.
La historia de las mineras artesanales del Chocó
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Con un 63,4% de su población en pobreza (de acuerdo con el Dane), la minería es una de las principales actividades económicas en el departamento del Chocó. Acá, con la pesca y la minería como protagonistas, las economías de los hogares casi siempre terminan girando en torno al río, principalmente el Atrato, autopista fluvial que sirve para el transporte interno y que conecta a este territorio directamente con el Caribe. 

Sin embargo, específicamente el tema de la minería termina a su vez dividiéndose en dos enormes visiones: la gran minería ilegal, que deja enormes arañazos sobre el bosque chocoano con los famosos “dragones” que extraen el recurso hídrico para contaminarlo con mercurio; mientras que por otro lado están los mineros y las mineras artesanales que encarnan una tradición de siglos en este territorio sin emplear químicos contaminantes

Aunque en este territorio se encuentran pequeñas y grandes explotaciones de distintos minerales, los focos principales de esta actividad son el oro y el platino. En el caso de la minería artesanal, se trata de saberes ancestrales que se han extendido por generaciones enteras, en su mayoría provenientes de los tiempos de la conquista. Esto ya que, durante mucho tiempo, en este territorio operaron los más grandes enclaves mineros administrados por colonos españoles. 

Por ejemplo, cerca de Quibdó, capital del Chocó, quedan varios puntos de reunión de mineros y mineras artesanales que con su batea en mano se la juegan día a día por llevarse algunas pepitas de oro y platino a la casa. 

Vea el nuevo capítulo de Colombia Profunda, “Soñando con el oro”:

Soñando con el oro: la historia de Mazorca 

En esta segunda entrega de Colombia Profunda, el equipo de Kienyke.com se dirigió a una pequeña tienda en la vía Quibdó - Tutunendo, un atractivo turístico de la población local por sus cristalinos balnearios irrigados por el Río Tutunendo. Allá, también se mueve una de las principales explotaciones mineras artesanales. 

Nos recomendaron llegar a este lugar porque, según una de nuestras guías, allá encontrábamos a mineras capaces de fumar “para adentro”, una técnica que consiste en introducirse a la boca los cigarrillos al revés para evitar que el movimiento del  agua los termine apagando. Llegamos al lugar, la tendera nos sirvió un café y procedió a llamar a alguna de las mineras de la zona. Ese es el punto de encuentro de decenas de ellas, donde descansan del arduo trabajo. 

Pasó el tiempo y a esta tienda llegó una mujer bastante particular: amable, con sonrisa distinguida, una risa fuerte pero corta, mirada tierna, con brazos dignos de una pesista y la ropa algo desgastada. Nos contó que ella era minera, que le decían “Mazorca”, que trabajaba sola en una pequeña explotación a unos cuantos kilómetros de allí y que estaba dispuesta a mostrarnos todo. Le dijimos que sí y procedimos a caminar.

Las mineras artesanales del Chocó

Tras una breve pausa en su casa para recoger su machete, sus herramientas y comer guanábana que ella misma cultiva, seguimos adelante por una trocha en la que encontramos varias explotaciones de madera. Misma que se usa en la zona para la construcción de casas y túneles para las minas

“Yo cultivo primitivo, banano, papaya, guanábana y caña para consumo personal, para uno comer”, cuenta Mazorca, que a sus 52 años de edad vive sola en una casita de madera a pocos kilómetros de su mina, cerca también de donde hace años pasaron varias retroexcavadoras buscando rastros de presencia masiva de oro (huellas que hoy parecen un pequeño riachuelo lleno de peces). 

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Ya en el camino, Mazorca tuvo que ayudarnos en varias ocasiones a salir de entierros en el barro, de un solo empujón con su increíble fuerza. Una mujer tremendamente fuerte, pero que guarda la tristeza de la muerte de casi todos sus hijos varones que le ayudaban a trabajar la mina: tuvo 18 hijos, de ellos solo siete mujeres y un hombre están vivos.

“Los otros todos me los mataron (...) Yo cuando doy a ese tema lloro porque mis hijos me ayudaban mucho, a todos me tocó recogerlos el día que los mataron, eran unos pelaos muy trabajadores y mes los mataron en el trabajo por robarles”, cuenta Mazorca mientras seguíamos la caminata.  

Historia de Mazorca, minera artesanal del Chocó

El sueño del oro

Llegando al lugar la escena fue sorprendente. Una pila de rocas que forman las paredes de unos pasillos que desde el aire se ven como una serpiente, que relatan físicamente cómo se ve el trabajo de Mazorca durante los últimos seis años. Al fondo, el sonido de un motor a gasolina que le sirve para alimentar una poderosa manguera, utilizada para remover la tierra que luego cae a una malla que filtra las pepitas de oro. 

Rápidamente se explica su fuerza: Mazorca levanta enormes piedras y las arroja hacia los laterales. “Yo me dedico a la mina, botar piedra, sacar el oro, cambiarlo y comprar mi comida”, asegura con orgullo. 

La minera de 52 años relata que aprendió a trabajar la mina cuando su hija mayor tenía 30, con una señora que la llevó lejos a una quebrada, donde le enseñó cómo mover la batea (instrumento básico en la minería artesanal), cómo se arrojaban las piedras, cómo se debía mover la arena y todas las claves para realizar este trabajo.

En esta mina el tiempo va a otro ritmo. Mazorca empieza muy temprano en la madrugada y cumple su jornada laboral a las cuatro de la tarde. A veces se saca unos cuantos tomines de oro y en ocasiones, cuando el oro no corre, medio castellano o uno completo a la semana. Medio castellano en el mercado son cerca de 400 mil pesos, asegura. 

Así luce un castellano de oro
Créditos:
Así luce un castellano de oro, medida que utilizan para cuantificar el oro a cambiar.

Acá en el Chocó se cree que el oro tiene vida y que las personas con “mal pecho”, una especie de avaricia intensa por encontrarlo, hacen que este se ahuyente. “El oro se ha ido retirando porque él no puede ver gente que tenga mal pecho”, precisa Mazorca. Por eso mismo, no es fácil que la gente que trabaja una mina le de trabajo a otra, a menos que demuestre no venir con esa suerte. 

“Nosotros sabemos cuando el oro se retira, cuando uno no hace nada ahí. Usted trabajando con esa persona y esa persona es una garulla, eso no puede ver un granito de oro porque ahí mismo esa zalamería y el corazón no le para (...) Le coge un desespero, esa es la gente que tiene mal pecho (...) La gente que tiene buen corazón es lo que uno necesita, el oro le huye a la avaricia”, señala. 

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Lo cierto es que el oro es parte de la vida de Mazorca. De hecho, cuenta que su único hijo vivo trabaja en las minas subterráneas, un trabajo mucho más riesgoso pero que puede arrojar mayores ganancias. No obstante, cuenta que su relación con este metal precioso es mucho más profunda, al punto de llegar a verlo en sueños

“Me parece muy bonito el oro, cuando uno lo seca, lo envuelve, uno se siente como feliz con ese oro en la mano. A uno no le da ganas de cambiarlo porque el oro es muy bonito (...) Mis sueños son trabajar la mina, sueño con el oro, yo lo veo en sueños”, relata, con unas palabras que terminan definiendo el “sueño amarillo” que miles de chocoanos persiguen trabajando la mina. 

La minería artesanal es una de las principales actividades económicas del Chocó

Finalmente, tras varias demostraciones de cómo capta el oro, Mazorca nos regresa a su casa de nuevo. Camina con una sonrisa en su cara, nos agradece y se retira, aunque desde ese día llama cada par de días para preguntarnos cómo va nuestra vida. El retrato de lo que en el primer capítulo de estas entregas definimos como el ADN del Chocó: el cariño al prójimo y la familiaridad de este gran pueblo. 

Mientras regresábamos a Quibdó me surgían muchas reflexiones, la primera girando en torno al hecho de que la minería artesanal se encuentre al margen de la minería de los “dragones”. La conciencia de mineras como Mazorca por generar el menor impacto ambiental posible en su actividad, contrasta con la minería a cielo abierto que para la fuerza pública ya va siendo tarea perdida. Minería depredadora que envenena el Atrato y evita a la larga la posibilidad de que este pueblo subsista con sus conocimientos ancestrales

¿Por qué, desde el Estado, no se le empodera a estos saberes y se les integra en programas de minería responsable? Ojalá algún día Mazorca y todas las mujeres como ellas tengan el papel que se merecen en la historia, un sueño difícil en un mundo que requiere estos metales cada vez a mayor velocidad (y pocas veces importando el precio). Por lo menos hoy sabemos que ella ya es protagonista en su propia historia, con su fuerza, corazón y valentía.