
Rechazó los zapatos rojos Prada. Usó ortopédicos.
Se negó a vivir en los palacios del Vaticano. Prefirió la Casa Santa Marta.
No quiso un trono dorado, sino una silla sencilla.
Hoy despedimos al Papa que transformó el poder con humildad.
Jorge Mario Bergoglio, el primer Papa latinoamericano y jesuita, marcó un antes y un después en la historia de la Iglesia Católica. Lo llamaron el “Papa del fin del mundo”, pero su mensaje recorrió todos los rincones. No llegó a imponer, llegó a abrazar.
Desde el inicio de su pontificado en 2013, rompió protocolos con gestos tan simples como poderosos: saludó a los fieles sin escoltas, pagó personalmente su cuenta de hotel el día que fue elegido y pidió “recen por mí” en lugar de bendecir con altivez.
Se hizo cercano. Se hizo humano.
Francisco fue el Papa de los gestos. Lavó los pies de migrantes y de mujeres musulmanas en Jueves Santo. Visitó cárceles, hospitales, barrios populares. Llamó por teléfono a quien le escribía con dolor. Acompañó a los que no se sentían dignos de estar dentro de la Iglesia y les abrió la puerta.
Dijo que los homosexuales no debían ser juzgados sino amados. Pidió acoger a los divorciados con misericordia, no con castigos. Se acercó a mujeres heridas por la estructura patriarcal de la Iglesia y sembró preguntas que aún no han tenido respuestas institucionales, pero que ya abrieron camino.
No cambió la doctrina, pero cambió el tono. Y eso, en una institución milenaria como el Vaticano, es una revolución.
Habló de la necesidad de una Iglesia pobre para los pobres. Señaló las heridas del capitalismo salvaje, del abuso ecológico, del clericalismo que aleja a los fieles. Su voz fue incómoda para el poder, pero balsámica para millones.
Hoy, el mundo despide a un hombre que caminó entre los lujos sin dejarse contaminar. Que eligió el silencio antes que el espectáculo. Que predicó con el ejemplo. Que se quitó los ornamentos para vestir el alma.
Francisco no fue solo un Papa. Fue un testimonio vivo de que el amor, la sencillez y la coherencia siguen siendo revolucionarios.
Descanse en paz, Santo Padre.
El mundo lo recordará por su fe hecha gesto, por su humildad hecha palabra, por su humanidad hecha luz.