Desde su palacio en Caracas, el presidente Nicolás Maduro proyecta una imagen de fortaleza, y su control sobre el poder parece seguro. Los habitantes tienen un suministro regular de electricidad y de gasolina. Las tiendas están a reventar de productos importados.
Sin embargo, más allá de la capital, esa fachada de orden se disipa de inmediato. Para conservar la calidad de vida de sus principales respaldos, las élites política y militar del país, el gobierno de Maduro ha vertido en Caracas los recursos menguantes del país y ha abandonado grandes sectores de Venezuela.
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“Venezuela está rota como Estado, como país”, comentó Dimitris Pantoulas, un analista político de Caracas. “Los pocos recursos disponibles se invierten en la capital para proteger la sede del poder, creando un mini-Estado en medio del colapso”.
En buena parte del país, el gobierno ha abandonado sus funciones básicas, como la vigilancia, el mantenimiento de las vías, la atención médica y los servicios públicos.
En Parmana, un pueblo pesquero a orillas del río Orinoco, la única evidencia restante del Estado son los tres maestros que siguen en la escuela, la cual carece de alimentos, libros e incluso de un marcador para la pizarra.
El primero en irse de Parmana fue el cura. A medida que se profundizó la crisis económica, desertaron los trabajadores sociales, la policía, el médico comunitario y varios maestros de escuela.
Según los habitantes del pueblo, cuando se vieron rebasados por el crimen, recurrieron a las guerrillas colombianas en busca de protección.
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