Nada más conocerse los resultados de las elecciones generales celebradas en España el pasado 23 de julio, favorables al actual gobierno de Pedro Sánchez, el presidente Gustavo Petro manifestó su satisfacción en una red social por el triunfo del “progresismo” español. Voy a explicarle al señor Petro por qué ese resultado no es progresista. La cosa es complicada, pero voy a intentarlo.
En un sistema parlamentario como el que rige en España, el triunfo en unas elecciones no siempre asegura la capacidad de gobernar. De lo que se trata es de conseguir una mayoría que te apoye en el Congreso, que es lo que en principio ha conseguido Pedro Sánchez: sus parlamentarios más los parlamentarios de otros grupos diferentes al suyo que también lo apoyan, le permitirían seguir gobernando. Hablo en condicional porque el asunto tiene muchas arandelas, como se dice en Colombia.
Resumiendo: ganó las elecciones el conservador Partido Popular (PP), que obtuvo más parlamentarios, pero podrá gobernar el Partido Socialista (PSOE) que tiene más apoyos en el Congreso. Bien, aparte su grupo, ¿quiénes son los socios que pueden acompañar a Sánchez en el gobierno? Cuatro partiditos que de “progresistas” no tienen absolutamente nada, dos catalanes y dos vascos. Y hablo en diminutivo porque apenas pasan cada uno de ellos, de la media docena de parlamentarios, en un Congreso en el que los dos grandes partidos tienen 136 el PP y 122 el PSOE.
Vascos y catalanes. Detengámonos en este detalle. Estamos hablando de las dos regiones más ricas de España. Es decir, hablamos de dos entidades que dentro de la organización administrativa del país, estarían obligadas a compartir su riqueza con las regiones menos favorecidas, y unos y otros no quieren eso para nada. Para ellos o los partidos que los representan en el Congreso no existe solidaridad e igualdad más que la acotada dentro sus respectivos territorios; discriminan con el origen y con el idioma, insolidaridad y discriminación que es a todas luces lo menos “progresista” que uno pueda imaginarse.
Unos más que otros pero todos están en lo mismo: los vascos y catalanes que han llegado a las Cortes, como se llama allí al parlamento, quieren la independencia, romper la unidad de España; país por cierto, al que nunca llaman por su nombre porque la cosa les produce un poco de asco. Cuando tienen que referirse a esa entelequia territorial que está en el mapa al sur de Europa hablan del “Estado español”. Dicho sea de paso, todos son más cursis que un repollo con moño. Sus siglas, por si a alguien por aquí le interesa, son: ERC, Junts, PNV y Bildu.
Ésos, más una federación de grupúsculos alrededor del Partido Comunista llamada SUMAR, son el apoyo del PSOE para gobernar. Muy acertadamente un viejo socialista ya muerto llamó a esa colcha de retazos “gobierno Frankenstein”.
Lo curioso del caso es que se llame “progresista” a algo que evidentemente es todo lo contrario; que se califique como “progresista” a unos grupos políticos que tienen su origen en la más rancia burguesía de Cataluña y del País Vasco, y a famosos meapilas de camándula y misa diaria entre sus fundadores. Jordi Pujol, luz y faro de los independentistas catalanes de Junts, se inició en la vida pública en una cofradía católica, estuvo a punto de hacerse cura y en otra cofradía conoció a su mujer, con la que tuvo siete hijos; y Sabino Arana, fundador del Partido Nacionalista Vasco, PNV, un señor que escogió el santuario de Lourdes para ir de luna de miel, era racista, xenófobo y misógino. Y el grupo terrorista ETA, embrión de Bildu, por más extravagante que resulte el dato, siempre tuvo el solapado apoyo de la Iglesia católica vasca. Progresismo puro, como puede verse.
Con estas cabuyas, incuestionablemente reaccionarias, tiene Pedro Sánchez que tejer el costal de su nuevo gobierno. Lo tiene complicado porque le van a pedir esta vida y la otra, sobre todo un juguete que no les puede dar: referéndum de independencia. Para eso tendría que reformar la Constitución y contar con el Partido Popular, cosa a la que nunca estarían dispuestos los conservadores del PP. Muchos analistas piensan que tendrá que convocar nuevas elecciones en diciembre. Yo, sin embargo, no lo creo; él sabe prometer logros que no cumple y estará engañando a sus socios independentistas unos dos años, que es cuando ya sí se verá obligado a llamar de nuevo a las urnas.
Me queda por hablarles del socio principal de Pedro Sánchez: SUMAR. Una federación de partiditos —aquí también aplica el diminutivo, por favor— aglutinados alrededor del Partido Comunista. Los pastorea Yolanda Díaz que es como la Pasionaria vestida de Armani. Detrás de ella, inspirándola y dándole luces, está Enrique Santiago, el abogado de las FARC en las conversaciones de La Habana. Éstos en cambio sí son tremendamente progresistas, como Stalin y Mao Tsetung. Desde este punto de vista sí se entiende la alegría de Gustavo Petro por el triunfo del progresismo en España.