Carlos Salas
Carlos Salas

Un mundo sin Gerardo

La ausencia hace su llamado a nuevas formas de presencias, a veces más intensas que aquella de lo que acaba de desaparecer. La existencia es la que le da su verdadera dimensión a la muerte y de donde surge su significado cuando del más allá no podemos tener certezas. El final de una vida es el anuncio del final de otras y de la propia, es inevitable este pensamiento especialmente cuando se trata de la de un ser querido con el que hemos compartido tanto.

Mi hermano mayor ha partido, se ha ido y no regresará. Imposible ahora ese encuentro que quedó pendiente en el que habría podido expresarle mi cariño, así fuera haciéndole reproches… de cualquier manera, oportunidad que perdí hace pocas semanas cuando no pude acompañarlo a la reunión en Zipaquirá, programada con motivo del festejo de los cincuenta años de nuestro grado de bachiller.

Fuí enfermizamente cercano a él quien me llevaba apenas dieciocho meses pero que, en la infancia, marcan tremenda diferencia. Lo acompañé cuando mi madre lo llevó a su primer día de kínder y, al llegar al colegio, me opuse tan enérgicamente a esa separación que no hubo más remedio que dejarme junto a Gerardo. Acababa de cumplir cuatro años, él estaba por cumplir los seis.

En Pitalito, un año atrás, me dijo que le quitara la flecha que llevaba en la espalda Cantinflas, el más conocido loco del pueblo al que mi abuela le ofrecía chocolate y bizcochos todas las mañanas. Apenas me acerqué y rocé la tal flecha, él se volvió furioso haciéndome caer al piso amenazándome con una gran piedra en su mano. Me veo como San Pablo en el cuadro de Brueghel golpeado por la luz cegadora del cielo cuando rememoro muy imaginativamente ese especial recuerdo de infancia. De pronto ahí se encuentra una explicación a lo que fue una infancia en la que no quise nunca desprenderme de mi hermano en contraste con un alejamiento que se fue haciendo cada vez más grande con los años, el que se inició comenzado apenas el bachillerato, aunque seguimos compartiendo clase y puesto hasta sexto que culminó con el trofeo de mejor bachiller que recibió Gerardo, ampliamente merecido por su gran inteligencia y no por su aplicación al estudio. Mientras en las noches me devanaba los sesos tratando de comprender física o francés, él se iba de fiesta y en el examen obtenía un cinco.

De múltiples rememoraciones de ese estilo se ha ocupado mi mente y mi alma durante estos días. La ausencia definitiva de Gerardo viene a ser sustituida por una presencia más íntima que me acerca al hermano fallecido. Su portentosa inteligencia que le valió el apodo en el colegio de Sabio Caldas, la heredó a sus hijos y nietos siendo su mayor legado al mundo.

He reflexionado con mis hijas sobre lo que nos dice esta ausencia y hay algo que nos ha inquietado particularmente y es como la vida sigue su curso como si nada hubiese pasado. Eso es tan solo apariencia, en su esencia la partida significa el ingreso a nuestro ser íntimo de una presencia que resistirá al tiempo mientras estemos vivos.

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