Juan Restrepo

Ex corresponsal de Televisión Española (TVE) en Bogotá. Vinculado laboralmente a TVE durante 35 años, fue corresponsal en Manila para Extremo Oriente; Italia y Vaticano; en México para Centro América y el Caribe. Y desde la sede en Colombia, cubrió los países del Área Andina.

Juan Restrepo

Un hermoso e inquietante jardín

El máximo responsable de una empresa de ciberseguridad me comparó hace poco la Inteligencia Artificial (IA) con el descubrimiento del fuego por parte del ser humano. La cosa puede parecer una exageración; sin embargo, puestos a buscar un hito transformador en la historia de la humanidad, me resulta difícil encontrar otro a su altura. Lo dejo a la opinión del paciente lector. Aunque en contextos muy diferentes, ambos acontecimientos, el fuego y la Inteligencia Artificial, resultan con algunos puntos de comparación nada desdeñables. 

Así como el fuego revolucionó la vida de los primeros seres humanos, permitiendo cocinar alimentos, proporcionar calor y la aparición de la metalurgia, la IA está transformando tal cantidad de aspectos de la sociedad que nuestro trabajo, modo de comunicarnos y de resolver problemas complejos, nada tienen que ver con los de las generaciones inmediatamente precedentes.

El fuego permitió al hombre extender sus capacidades y la IA le permite procesar y analizar ingentes cantidades de datos, automatizar tareas complejas y potenciar la toma de decisiones. Sin embargo, así como el dominio del fuego fue gradual por parte de la humanidad, el desarrollo de la IA en apenas unas décadas no deja de resultar algo más que inquietante.

Puestos a buscar puntos de comparación a vuelo de pájaro, si el fuego planteó al ser humano en sus inicios enormes desafíos en cuanto a seguridad y control, la IA nos enfrenta a complejísimas cuestiones éticas y sociales, como la privacidad, la autonomía, el impacto laboral y el posible mal uso de la tecnología.

Y por último, así como el potencial del fuego se ha ido explotando a lo largo de la historia de la humanidad, el aprovechamiento y posibilidades de la IA nos resultan hoy inimaginables. En gracia de polémica admito que el transistor podría ser un gran competidor a la hora de dar un nombre a la era que nos tocó vivir. Y si no detengámonos a pensar en lo ocurrido esta semana en Oriente Medio.

Todavía hoy un dispositivo analógico, cuyo funcionamiento al fin y al cabo se basa en el control continuo del flujo de la corriente eléctrica, podría cambiar los modos de combate entre los hombres. La explosión masiva de bípers y “walkie-talkies” que sembró el pánico y el desconcierto en las filas de los combatientes de Hizbulá, el grupo proiraní asentado en Líbano que se enfrenta a Israel desde los años ochenta, supone un antes y un después  de la guerra o la lucha contra el terrorismo.

Cuánto de Inteligencia Artificial hay también en este episodio lo desvelarán en un futuro seguramente libros de investigación periodística, novelas y hasta una inevitable serie de televisión. Comoquiera que sea estamos ante una de las operaciones más sofisticadas de la historia moderna.

Con la IA y su maridaje insospechado con viejas tecnologías nos movemos por un hermoso jardín de vegetación exótica y atractiva que en el momento menos pensado, puede transformarse en una selva peligrosa en la que no sabemos qué animales pueden intentar atacarnos. Solo sabemos que cualquier cosa puede ocurrir.

¿Quién puede hoy estar seguro de que a su lado, en un cómodo tren de alta velocidad, avión de última generación, coche autónomo o cualquier otro sofisticado medio de transporte, no vaya un vecino incómodo para un enemigo lejano?

Mientras que el descubrimiento del fuego fue un avance fundamental que cambió el curso de la evolución humana en términos fundamentalmente físicos y tecnológicos, la aparición de la Inteligencia Artificial representa una revolución especialmente cognitiva y digital. Ambos han tenido y tendrán un impacto profundo en la forma en que los humanos interactúan con su entorno y entre sí. 

La IA lo hace en un contexto mucho más complejo y avanzado que el fuego; pero, por si las moscas, ojo con los tigres, serpientes y cocodrilos que pululan por el vecindario de nuestro hermoso jardín tecnológico.

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