Muchos de nosotros, sobre todo quienes ya tenemos cierta edad, conocemos la historia del héroe: “No es un pájaro, no es un avión, es Supermán”. Una pareja de norteamericanos de clase media, Jonathan y Martha Kent, adoptan un niño a quien ponen por nombre Clark y se dedican a inculcarle un fuerte sentido de la moral. Lo animan a usar sus poderes en bien de la humanidad, y al hacerlo crean al Supermán que todos conocemos, el protector, el héroe que está a nuestro servicio.
¿Qué habría sido de ese niño de mayor si sus padres adoptivos hubieran sido agresivos, codiciosos y egoístas?, es lo que se pregunta Mo Gawdat, un informático norteamericano de origen egipcio, con treinta años de experiencia en el campo de la tecnología, doce de ellos en el brazo innovador de Google que incubó algunos de los proyectos más avanzados de la inteligencia artificial (IA). Se lo cuestiona en su libro Scary smart, cuando compara al superhéroe de nuestra infancia con la IA.
En este momento los seres humanos, todos nosotros, somos el equivalente a la pareja formada por Jonathan y Martha Kent; la inteligencia artificial es hoy apenas una niña y como no la eduquemos al servicio de la humanidad, estaremos creando un monstruo incontrolable. Así de sencillo y así de aterrador. Y eso que la niña ya sabe matar: ya hay drones asesinos que pueden reconocer el rostro de alguien y dispararle.
Se dice que en 2029, año que está prácticamente a la vuelta de la esquina, la IA saldrá de las tareas específicas que hoy tiene para convertirse en una inteligencia general; más o menos como es hoy internet, que está por todas partes. Para entonces, habrá máquinas más inteligentes que los seres humanos, punto. Las máquinas de ese futuro inmediato además de inteligentes, sabrán más puesto que tendrán —de hecho, ya lo tienen— acceso a todos los contenidos de internet y se comunicarán mejor entre ellas, de manera que ampliarán su conocimiento de manera constante.
“Piénselo: cuando usted o yo tenemos un accidente conduciendo un coche, usted y yo aprendemos, pero cuando un coche autónomo comete un error, todos los autónomos aprenden. Todos y cada uno de ellos, incluidos los que aún no han ‘nacido’”, dice Mo Gawdat.
El autor dice que estamos ignorando a los mensajeros que nos advierten de la amenaza que supone una superinteligencia “mal educada”. Y dice que al igual que ignoramos la amenaza de una pandemia global, incluso cuando los hechos empezaron a confirmar la validez de esa advertencia, seguimos sin hacer caso. Ocultamos los hechos y reaccionamos tarde.
El ejemplo de la pandemia COVID resulta aquí pertinente. Durante todo 2020 y 2021 fueron apareciendo periódicamente nuevas cepas del virus que amenazaban la relajación de los confinamientos en todo el mundo. “Es probable que lo sea (con la IA), cuando los dirigentes internacionales detecten la necesidad de actuar, lo convertirán en una guerra. Intentarán actuar de maneras que, o bien harán que otros seres con IA contraataquen, y por tanto multipliquen la amenaza, o como mínimo dejarán un recuerdo en la mente de la futura IA de que no se puede confiar en los seres humanos”.
Vistas así las cosas el futuro puede ser aterrador, con humanos que en lugar de educar antes solo saben reaccionar con una guerra cuando se ven amenazados. En ese caso, las advertencias del Sr. Gawdat resultan apocalípticas. Hay gente muy seria que también las rechaza por exageradas. ¿Será?
En enero de este año, Geoffrey Hinton, uno de los padrinos de la inteligencia artificial, fue invitado a la Universidad de Chicago para dictar una conferencia de título siniestro: “¿Estamos todos condenados?” En la charla se esperaba que Hinton debatiera si la inteligencia artificial podría considerarse o no una "amenaza existencial", pero el ganador del Premio Turing de 2018 por sus investigaciones en Deep Learning no mostró ninguna duda al respecto. Meses antes había renunciado a su puesto en Google ante la deriva peligrosa que veía en los modelos generativos que se estaban desarrollando (otro que desertó del gigante tecnológico).
Ante una audiencia de muchachos muy jóvenes que vagamente conocían el siglo XX por haber oído hablar de él, Hinton, de 76 años, dijo muy tranquilo: "Yo he planificado mi vida perfectamente. Nací cuando terminó la II Guerra Mundial. Fui joven antes de la epidemia del sida. Y justo voy a morirme antes de que todo esto estalle". Un estudiante le preguntó qué profesiones no estarían amenazadas por el nuevo invento. Hinton le contestó: "Hágase fontanero". Otro le pidió una recomendación para protegerse de los peligros de la IA, y él insistió, provocando las carcajadas del auditorio: “Mi consejo es cumplir 76 años”.
Si usted, paciente lector que ha llegado hasta aquí, no entra en ese rango váyase programando para 2029. Los dirigentes políticos que tenemos en el mundo no parecen los más indicados para manejar lo que viene.