Que Gustavo Petro quiera un proceso constituyente en Colombia no es ninguna sorpresa. Lo pronostiqué aquí desde el momento mismo en que se convirtió en una amenaza para la convivencia; es decir, cuando ya fue firme candidato a la presidencia. Tocar ese cableado de la democracia que es la Carta Magna es la pulsión adanista más lógica de todo iluminado izquierda: “nada de lo conseguido hasta mi llegada sirve, cambiémoslo”. Pero que personajes como Juan Fernando Cristo o Germán Vargas Lleras se presten al juego me lleva a preguntarme si se han vuelto todos locos.
Lo digo con la preocupación de quien ha vivido, como corresponsal de prensa muy de cerca el proceso de lo ocurrido en Venezuela desde su comienzo. ¡Cómo se le parece lo que veo en Colombia! Leo en alguna parte que con esta movida el presidente pretende tapar y distraer la atención sobre los episodios entre escandalosos y jocundos de su vida pública y privada. No seamos ingenuos, aquí hay una operación de mayor calado y me temo que en ella no esté Petro solo, como no lo estuvo Hugo Chávez cuando “encendió la chispa de la revolución bolivariana”.
Desde el “Yo no lo crié”, refiriéndose a su hijo y las donaciones del narco a su campaña, hasta los sobrecostos por más de 20.000 millones de los 40 carrotanques destinados a la Guajira; pasando por el dinero extraviado en casa de Laura Saravia o el “man que consiguió 15.000 millones” de los audios de Armando Benedetti, y terminando (por ahora) con su paseo galante por Panamá, Gustavo Petro va a razón de un escándalo por mes, desde antes incluso de empezar su mandato. Y ahora, con el argumento de que hay en marcha un “golpe blando” en su contra, quiere poner al país a hablar de una nueva Constitución.
“Yo seguiré hasta donde el pueblo diga. Si el pueblo dice más adelante, más adelante iré sin ningún temor, sin ningún miedo. Iremos hasta donde el pueblo colombiano ordene”, dijo en Cartagena. Esa manera abstracta de referirse a ese ente inasible que es el pueblo es muy propia del populismo latinoamericano. Cuidado, lo que sigue aquí, ya lo verán, es que invocará una ley habilitante. Ya la situación está madura para ello y cuando oigan el término, échense a temblar.
Una ley habilitante suele ser un recurso temporal de cesión de poder que el Parlamento concede al Gobierno para hacer frente a una situación de emergencia, por lo general económica, un desastre natural o —en el caso de Colombia muy fácil— un grave deterioro del orden público. En la Constitución que Hugo Chávez hizo aprobar en 1999, durante una tragedia natural que allí se conoció como el Deslave de Vargas, las leyes habilitantes aprobadas para dar poderes extraordinarios al “comandante eterno” fueron definidas de forma deliberadamente imprecisa, ampulosa y nebulosa por tres quintas partes de la Asamblea Nacional para que lo que decidiese Chávez tuviese rango y valor de ley.
Suele invocarse, para argumentar que en Colombia no puede pasar lo de Venezuela, la “solidez de sus instituciones y la tradición civilista del país”. Sigan yendo con ese manto a misa. Cuando digo que me temo que Petro no esté solo en la aventura que quiere lanzar al país es porque no tengo pruebas; no obstante, para sospechar que tiene “asesores externos”, como los tuvo Chávez, no hay que ser ningún lince ni un sesudo analista. Chávez llegó a externalizar las relaciones con China y con Irán en una ciudad mediterránea porque no se fiaba de sus asesores venezolanos.
Algunas personas, no sé si sensatas o ingenuas, se preguntan qué pretende Gustavo Petro queriendo cambiar la Constitución. Eternizarse en el poder, qué otra cosa va a querer. Cualquier cosa que diga que no sea eso son fruslerías leguleyas. Cuba, Venezuela, Nicaragua. Y una vez sentado en el poder para siempre, adiós elecciones libres y lo demás es historia.
Cuenta el escritor cubano Norberto Fuentes, ahora no recuerdo en cuál de sus libros, cómo le advirtió Fidel Castro a Daniel Ortega que no permitiera elecciones libres porque las iba a perder. Y las perdió a manos de Violeta Chamorro. Imagina uno la furia de Castro cuando ocurrió aquel desastre para sus intereses en la región. Pero como ya se sabe que el hombre es el único animal, etc. etc., los nicaragüenses reeligieron a Ortega y éste aprendió bien la lección.
¿Es eso lo que quieren para Colombia no solo Gustavo Petro y sus adláteres sino personajes tan conspicuos de la vieja política colombiana como Vargas Lleras y Juan Fernando Cristo? No se entiende.