En las elecciones al Parlamento Europeo celebradas la semana pasada, tuvimos la oportunidad de constatar una vez más, por si a alguien no le quedaba claro todavía, que estamos ante el fin de la política tradicional. Sin entrar en el tsunami que desató en Francia el resultado de esas elecciones ni en el auge de la extrema derecha, sus motivos y sus posibles consecuencias, quiero detenerme en la llegada al órgano legislativo de la Unión Europea de tres parlamentarios del partido SALF, sigla que arropa el nombre de una formación española de extrema derecha llamada Se Acabó La Fiesta.
El partido SALF obtuvo 800.763 votos, un 4,6% del total de los emitidos en dichos comicios, lo cual supone una verdadera hazaña. Para que un político tradicional consiga que ese número de personas se tomen el trabajo de ir un domingo de buen tiempo a depositar el voto a su favor o del de su partido, se requería hasta algún tiempo mucho esfuerzo y dinero. En este caso, un agitador en las redes sociales llamado Luis Alvise Pérez, lo consiguió a golpe de presencia en su canal de Telegram.
Según su propio testimonio, Alvise Pérez se ha presentado a estas elecciones para lograr el aforamiento que le dará su condición de eurodiputado, y así “blindarse jurídicamente” ante las denuncias y condenas que ya le han sido impuestas por difundir bulos sobre políticos y periodistas. Del “rey del bulo”, como también se le conoce, no hay mucho más que decir.
Este fenómeno viene a demostrar que las redes sociales son hoy un elemento clave para llevar gente, al primero que pasa frente a tu casa, a puestos de responsabilidad política. No es de extrañar, esta semana vi en un diario europeo de gran tirada que un hombre cuyo oficio es limpiar piscinas tiene 15 millones de seguidores en TikTok. Ya quisiera cualquier político tradicional tener ese número de personas pendientes de su vida y milagros.
De ahí el populismo que hoy domina la política mundial desde las redes y sus desastrosas consecuencias: del Brexit que sacó a Inglaterra de la Unión Europea, a la elección primero, y posible reelección en noviembre, de Donald Trump, pasando por un Jair Bolsonaro o un Gustavo Petro. Cuando cerca de 80 millones de personas en Estados Unidos, están dispuestas a votar por un personaje que recomendaba beber un producto de limpieza para combatir el covid, es que algo anda muy mal en nuestra sociedad.
Contaba Michael Stott, periodista inglés citado en esta columna la semana pasada, que Javier Milei, a quien entrevistó en Buenos Aires, le confesó que pasaba tres horas del día en las redes sociales. “Más una hora dedicada a sus perros”, agregó con ironía. ¿Cuándo tiene tiempo este hombre de gobernar un país como Argentina. A este punto resulta pertinente preguntarse cuántas horas pasa Gustavo Petro en X, antes llamado Twitter. Supongo que alguien ya estará llevando la cuenta; y ni modo de pensar que sus intervenciones en redes son obra de algún asesor, suelen ser tan estrambóticas que su mayoría tienen la incuestionable impronta presidencial.
Lo terrible del caso es que la irracionalidad de las redes sociales —mientras no sean reguladas, y eso parece una meta muy lejana de alcanzar— seguirá siendo un problema cada vez más grave, que lleva a una polarización muy poco saludable para la democracia y tremendamente perjudicial para la puesta marcha de buenas política públicas. En el caso de América Latina, un subcontinente necesitado de mejorar su infraestructura o los servicios esenciales para competir con el resto del mundo, sus consecuencias son una verdadera tragedia.
Como dice el mismo Stott: “para los populistas su manejo de redes es la clave del éxito político. Bukele, Bolsonaro, Milei es evidente que sin las redes sociales jamás hubieran llegado al poder. Esta situación hace que sea muy difícil elegir hoy a un tecnócrata. De los buenos presidentes tecnócratas que hemos conocido en el pasado, uno se pregunta si hoy pudieran ganar unas elecciones. Cuando hacer un video de TikTok que llame la atención en 30 segundos es mucho más importante que convencer en debate o en una entrevista en un medio serio”.
En Colombia, quien piense enfrentarse al heredero/a que deje Gustavo Petro (o al propio Petro, hoy podemos imaginar cualquier escenario disparatado en 2026) está en mora de tener ya una sólida presencia en esas máquinas de picar carne humana que son las redes sociales. Lamentables instrumentos de alcanzar el poder, sí, pero es lo que hay.