Tal vez el más bello mito de las culturas precolombinas sea el de La Bachué. Nos habla del surgimiento de los humanos remitiendo a imágenes en las que la naturaleza, el hombre, el cielo y la tierra se confunden en una relación simbiótica. El joven escultor Rómulo Rozo lo actualizó, a mediados de los años veinte del siglo pasado, esculpiendo en granito la representación de la diosa dando como resultado una obra llena de misterio en la que se unen distintas iconografías que remiten desde los muiscas hasta los egipcios, sumerios e hindúes.
La escultura ha tenido su propia historia que comenzó con la escogencia, por el mismo artista, del granito en Checoslovaquia, siguiendo con la llevada a un bello taller parisino de los años veinte, los más gloriosos de esa ciudad, para ser trasladada al centro de la fuente en el pabellón de Colombia de la Exposición Iberoamericana de Sevilla que se inauguró en 1929, siendo la pieza central de toda una escenografía plagada de signos masónicos, lo que la hace más misteriosa aún, para luego ser arrancada de su lugar originario y desaparecer durante décadas para ser descubierta en Barranquilla, rota en el centro y con una varilla incrustada que une las dos partes de la mutilada Bachué.
Fue la obra central de una gran exposición en MAMBO bajo la curaduría de Álvaro Medina, siendo trasladada de Barranquilla a Bogotá y regresada. Unos años después, fue la pieza protagonista de una exposición en la galería Mundo en donde se intentó, infructuosamente, que fuera adquirida por una colección pública. Al final quedó en manos de un coleccionista que la conserva en su apartamento de Bogotá.
Por una serie de coincidencias, que se podrían calificar de mágicas, se realizó un CALCO en bronce como motivo de la obra que propuse para atender una invitación del Salón Nacional de 2010. La intención era llevar el CALCO, luego de un paseo simbólico a los sitios sagrados muiscas, por el río Magdalena hasta Barranquilla pero la emergencia invernal hizo que fuera innavegable el río. Viajó en avión el CALCO siendo instalado en el exterior del Museo del Caribe en Barranquilla. A su regreso, la instalé en mi taller de Bogotá para luego trasladarla a una terraza en Casasalas que domina un bello paisaje muisca en el que resalta el cerro El Chocolatero al que considero un túmulo, una pirámide artificial de tierra.
A finales de 2021, unos recorridos por los espacios de Casasalas antecedieron a su viaje a Londres en donde fue exhibida en el marco de STAR Art Fair en la prestigiosa Saatchi Gallery. Actualmente el CALCO reposa en una bodega en Londres esperando a hacer su viaje, sin retorno, a Sevilla en donde los lagartos de la fuente y todos los extraños personajes que salieron de la mano del joven Rozo la esperan sumidos en el sueño para ser despertados con la presencia de la ausente.
El pabellón de Colombia luego del retorno de La Bachué (su CALCO) se convertirá en un museo del mayor interés, tanto histórico como artístico, en el que se unen los paradigmas que marcaron el arte moderno, de donde surgió la escultura de Rozo a comienzos del siglo XX, con los paradigmas del arte contemporáneo de comienzos del siglo XXI.
A continuación comparto una larga cita extraida de un texto que hace pocos días descubrí, en el juego de coincidencias desatado por La Bachué, que coincide plenamente con la filosofía que ha sobrevolado este proyecto durante poco más de una década:
“Como ha demostrado la socióloga del arte francesa Nathalie Heinich, toda la vicisitud del arte contemporáneo puede interpretarse como una transgresión de las fronteras y como una ampliación extraordinaria de su territorio; sin embargo, este traspasar los límites no debe entenderse como una ausencia de normas, sino como una compleja estrategia del desafío y del escándalo, que parece encajar mejor en la economía de la comunicación y de la información que en la de los productos artísticos entendidos como objetos de colección. Resulta pertinente la distinción llevada a cabo por Heinich entre paradigma moderno (para el cual el valor artístico reside en la obra y todo lo que le es ajeno se añade al valor intrínseco de la obra) y paradigma contemporáneo (para el cual el valor artístico yace en el conjunto de las conexiones —discursos, acciones, retos, situaciones y efectos de sentido— establecidas en tomo o a partir de un objeto, que es sólo una ocasión, un pretexto o un lugar de paso). Ahora bien, mientras no nos queda duda de que el paradigma moderno corresponde a «el arte de las obras de arte», bastante más incierta sería la identificación del paradigma contemporáneo con el vitalismo mediático; Nathalie Heinich entiende por «paradigma contemporáneo» una situación intermedia entre el arte de las obras de arte y la comunicación artística, en la que las instituciones artísticas públicas desempeñan un papel principal jugando en ambos terrenos, el de la valoración de las obras y el del evento mediático. A diferencia del pasado, se ha ido estableciendo un acuerdo entre la institución y el artista mediático transgresor en perjuicio del tercer término del «juego del arte contemporáneo», el público; es decir, mientras en el pasado la institución compartía el punto de vista del público y condenaba las operaciones transgresoras de la vanguardia, hoy, en cambio, la institución cree más conveniente sustentar y favorecer al artista transgresor porque del escándalo recaba un beneficio, en términos de publicidad y de resonancia mediática, que es mucho mayor del que podría obtener de la adhesión a los gustos tradicionales del público. De este modo, ha nacido un arte de vanguardia en contacto directo con las instituciones que ha logrado alcanzar, algunas veces, cuotas de mercado más altas que el que se sustenta en las galerías privadas y en el coleccionismo.”
Tomado de El arte y su sombra de Mario Perniola