En enero hice una entrega que no pensé que podría tener segunda parte. Sin embargo, el reciente y sentido “homenaje” a “Aquiles o El guerrillero y el asesino”, como diría Carlos Fuentes, nos obliga a volver por este sendero.
No me voy a referir a la confusión que desató Petro y que tuvo que rectificar el Ministro de Cultura, Juan David Correa, por el sombrero de Carlos Pizarro. Que si es “patrimonio cultural de la nación” o “bien de interés cultural” o un “símbolo de paz”, ese no es el asunto. El problema político es que al “resignificar los hechos” están romantizando el terrorismo y dinamitando la cultura democrática.
Decía, en su momento, que la falta de sentido histórico en la política puede conducir a lo que la guerrilla del M-19 ha denominado: resignificar los hechos y la definí como “una táctica subversiva que consiste en falsificar la historia, es decir, en subvertir el pasado para legitimar el presente”.
Igualmente, sostuve que “uno de los objetivos estratégicos de la guerrilla ha sido convertir a sus más grandes criminales en héroes nacionales y al terrorismo en épica nacional, tal como lo hicieron en América Latina con Ernesto Guevara”.
En efecto, una de las vías que han recorrido las guerrillas para limpiar su pasado criminal y legitimar su presente político es "resignificar los hechos" y para tales efectos cuentan con un aparato bien especializado al servicio de la causa. Este núcleo se compone de personas ubicadas en sectores especializados como el periodismo, la justicia y, sobre todo, en la academia.
Quienes comulgan soterrada y abiertamente con la lucha armada y con la combinación de las formas de lucha terminan por romantizar el terrorismo gracias a la elasticidad de un concepto como el delito político y a una serie de falacias que les ha permitido justificar “el alzamiento popular contra la oligarquía”, “la insurgencia contra la dictadura”, “el secuestro como una retención con fines exclusivamente económicos” y otras tantas que se alimentan siempre de adjetivos como “la justicia social”, “la paz” y “los derechos humanos”.
Claramente, sin subvertir el lenguaje para invertir la realidad y el pasado les resultaría imposible, a los amigos de la guerra subversiva, posar como defensores de derechos humanos, voceros exclusivos de la paz y faros morales de la justicia social.
Esta operación discursiva es la que ha allanado el camino para crear una serie de mitos en un sector de la población cuya cultura política es deficiente y maleable a todo tipo de modas y vaivenes gracias a los aparatos propagandísticos con los que cuentan los defensores de la guerra de guerrillas.
Precisamente, esta manipulación históricamente alimentada de conceptos políticos subvertidos y de una muy dinámica propaganda política termina por hacer una reiterada apología al terrorismo, en una sistemática humillación a las víctimas de la guerrilla y de paso, le asesta un golpe a la ya debilitada cultura democrática del país.
Dicho de otra manera, lo que viene haciendo la “Administración por Sobresaltos” es una abierta apología al terror que sembró el M-19 y cuya sombra cobija al resto de los crímenes cometidos por todas las guerrillas en Colombia.
El explícito mensaje político que hay con el asunto del sombrero de “Aquiles o El guerrillero y el asesino” es que una alianza con el narcotráfico resulta legítima, que secuestrar es simplemente un acto mercantil y que asesinar es moralmente superior si se hace a nombre de la guerrilla que es la única vocera de los derechos humanos, la paz, la justicia social y el medio ambiente.
