Confieso mi admiración por el pueblo cubano. Ya sé que el tópico dice que todas las generalizaciones son odiosas, pero es que tenemos que admitir que hay una serie de características colectivas que hacen a las naciones singulares. Cómo no vamos a ser los colombianos y los japoneses diferentes, pongamos por caso.
Los cubanos son muy diferentes del resto del vecindario, para bien y para mal. Son listos, imaginativos; emprendedores cuando los dejan, véase, por ejemplo, en lo que han convertido ese apacible balneario que era el Miami en los años 50. Son los chinos del Caribe.
Bien, pero tienen un peligro tremendo, hay que tener mucho cuidado con ellos: es el pueblo más hispánico del continente y por tanto cainita, como los españoles; que son los más generosos del mundo, pero viven a la greña por la maldita Guerra Civil. Igual que los cubanos con la Revolución.
Hace años, por razones que no vienen a cuento, tuve el privilegio de hacer un largo viaje con el entonces canciller cubano Roberto Robaina, quien me definió en pocas palabras la encrucijada de ese pueblo: “El problema de Cuba —me dijo Robaina— son los cubanos de dentro y los cubanos de fuera”. Una verdad de Perogrullo que, sin embargo, entienden muy pocos gobiernos a la hora de tratar con la cancillería de La Habana o con el exilio de Miami.
Y desde luego, si hay un gobierno que no entiende esto es el colombiano. Empezando porque es un ejecutivo sin cancillería; tiene un ministerio para enviar amigos de paseo al exterior (esto es una tradición nacional de toda la vida), encabezado por una señora cuya voz desconocemos; es más elocuente y tiene más opinión sobre la política exterior el monumento a La Rebeca que hay en un parque bogotano.
Traigo a cuento lo de los cubanos en este momento porque otra de sus características, es que son maestros en el arte de enredar. Miren sino el desbarajuste que nos deja Donald Trump ahora que pasa de la Casa Blanca a los diversos estrados judiciales en donde se le abrirá causa. Me refiero a Juan Guaidó, el “presidente” venezolano al que el Gobierno de Iván Duque insiste en reconocer como interlocutor en el país vecino. Y, ¿quién metió a Guaidó en la cabeza de Trump? Los cubanos de Miami liderados por el senador Marco Rubio.
Ya la Unión Europea dejó de tratar a Juan Guaidó como el fantasmagórico jefe interino del ejecutivo, degradándolo a mero “líder opositor” venezolano. Un personaje que se ha desinflado entre el disparate y los escándalos de corrupción.
¿Qué va a hacer ahora el Gobierno de Duque sin su principal valedor de una política equivocada con Venezuela? Cometió la torpeza de apoyar la campaña de Trump desde las filas del Centro Democrático, asunto por el que se puede esperar que desde Washington le pase factura la nueva administración.
Uno supondría que en las filas del Centro Democrático y en el Gobierno de Duque, reine la desolación por la llegada de Joe Biden y el partido Demócrata al poder. Y aunque se oyen voces de presunto entendimiento y hasta de una vieja amistad, la procesión debe ir por dentro.
Un buen termómetro para medir esa temperatura es la reacción de los “cubanos de fuera” de los que me hablaba Robaina. Los compadres de Miami con los que en mala hora se aliaron los uribistas que fueron hasta la “capital del sol” a apoyar la campaña de Trump.
La escritora Zoé Valés, una conspicua representante del exilio cubano en el exterior que, en sus columnas en el periódico español La Razón, fundaba todas sus esperanzas en que Mike Pence torciese el resultado de las elecciones durante la sesión de conteo de compromisarios del pasado 6 de enero, no puede reflejar mejor la amargura por el decepcionante resultado final.
“Un fraude electoral perpetrado por los demócratas” en combinación con los gobiernos de Venezuela, China y Cuba, que llevará al mundo a la próxima guerra mundial. Y Donald Trump, “según reciente y seria encuesta…, aparece como el presidente mejor valorado de la historia”. De Nancy Pelosi, presidente demócrata del Congreso, dice la señora Valdés que es castrista, borracha e inició su carrera política gracias a la ayuda de la mafia. Con estos yutes ha tejido el costal en el que se metió el partido del Gobierno colombiano en la pasada campaña electoral norteamericana.
Los hechos indican que ahora Colombia tiene problemas con su único gran aliado, mientras Venezuela cuenta con el apoyo de Cuba, Rusia y China. Casi nada.