“Veo, hermanos queridos, veo que algo os obstruye aún, algo os preocupa y crea fantasmas en vuestras cabezas. Esto va así, aquello va asá, de alguna manera, no se sabe cómo, algo, esto y aquello, quizá así… no, de esta manera.
“¡Oh, hermanos míos, os anuncio grandes cosas, quiero preservarlos de un gran infortunio, os tiendo la mano auxiliadora, amadísimos míos, dad crédito a mis palabras! ¡Creedme, os suplico, pues se trata de la bienaventuranza eterna!
“¿Por qué me miráis de ese modo, amados míos, qué significan esas miradas estupefactas? ¿Os asombra algo? ¿Es porque me he vuelto un poco más oscuro? ¿O son estos cuernos que me han crecido en la frente y que acabáis de descubrir? ¿Qué hay de asombroso? Unos simples cuernos y nada más, los llevo como adorno, sólo por diversión, en el fondo ni siquiera por eso, sino por protección. Al fin y al cabo tengo que poder defenderme si en el camino me ataca un macho cabrío y empezara a toparme, o cualquier otro animal... Tal vez os moleste este rabito, pero ¿por qué? Lo llevo porque lo necesito. ¿Cómo espantar las moscas, si no? ¡Sencillamente necesito la cola, y la necesito de verdad!
“Sé perfectamente lo que está brotando allí, conozco vuestros monstruosos pensamientos, vuestras estupideces y porquerías. Pues vosotros -lo sé, lo sé muy bien- imagináis que estos cuernos y esta colita no son sino las características del diablo. Yo, vuestro pastor, vuestro protector y maestro, habría dejado el abismo de los infiernos, no sería pues otro que el diablo vestido a la manera terrena. ¡Ea, admitidlo, eso es lo que pensáis! ¿no es verdad? ¡Esa es la forma que ha tomado en vuestros cerebros ¿eh?
“Ahora bien, os pregunto, desgraciados, ¿por qué me iba a ocultar, para qué esconderme? Y por esto os lo revelaré, ¿por qué, no? Pero sí, sin duda alguna, de allí vengo, precisamente de allí. Mis diabólicos hermanos me han enviado, como siempre. . . ¿Por qué he venido, preguntáis, queréis conocer el sentido oculto, el motivo secreto de mi visita? ¡También os lo diré! Escuchad pues, atentos y fervientes y os enteraréis de todo. He venido a salvaros, a traeros una gran enseñanza y ofreceros mi ayuda...
“Creéis por cierto que el diablo no tiene otra cosa que hacer que aguardar con impaciencia vuestra perdición. ¡Cuán equivocados estáis, amadísimos míos! ¡De qué espantoso engaño sois víctimas!
“Yo me he convertido en diablo por el gran amor que os tengo, porque sabía que ningún ángel ni poder alguno, ni principado ni dignidad real, ni querubín ni serafín os revelará el secreto más grande... El ángel es lo bueno en sí, vosotros lo sabéis, amados, ¿verdad? Y si es tal, ¿cómo podría la bondad en persona saber tratar con el malo, cómo combatirlo y descubrir sus ardides? No lo sabe, amados míos, no puede saberlo, pues lo bueno no conoce contacto alguno con lo malo y en consecuencia no lo puede combatir, y sólo lo malo, lo puramente malo, el diablo, sólo él está en condiciones de vencer al diablo.
“No os asombréis, no os maravilleis, repito, por esta mi piel, por estos diminutos cuernos y por el rabito y si pequeñas llamas recorren mi piel. Mejor será no asombrarse nunca más, ni por nada, pues cuando un ángel ha logrado entregarse voluntariamente a los tormentos eternos por amor a vosotros y meterse en el propio pellejo del diablo, ya no hay nada que pueda asombrarnos. Pero así ha sucedido, así se ha comportado, y estoy aquí para induciros al mal y al mismo tiempo con ayuda de ese mal, liberaros de todo el otro mal, pues lo malo sólo puede ahuyentarse con el mal.”
(Fragmentos del libro “Conversaciones con el diablo” de Leszek Kolakowski que me hacen pensar en un siniestro sujeto que promete redimirnos y para ello requiere hacerse al poder total en su país)
P.S.: Dice José Andrés Rojo, en nota necrológica del 20 de julio de 2009 para “El País”, que Leszek Kolakowski “estuvo buena parte de los años cincuenta enredado en las categorías marxistas, peleando por definir qué era el marxismo institucional, la simple racionalización de los imperativos del poder político que terminan por eliminar la autonomía de la acción moral, y cuál era el real, ese pensamiento que al penetrar en la naturaleza social del hombre abre las puertas a un humanismo que nada tiene que ver con el puro egoísmo individualista. En ésas se afanaba y, curiosamente, su pensamiento incorporó elementos de la filosofía analítica y positivista, acaso para salir de la asfixia que le producían las férreas exigencias del materialismo dialéctico oficial. Kolakowski, que fue un filósofo marxista y que no dejó nunca de ser un pensador católico, empezó ocupándose precisamente de eso: de lo que podían dar de sí las ideas que procedían de la religión que abrazó desde niño”.