El rey de Inglaterra, Carlos III, está de visita en Kenia. He aquí una noticia que no interesa a nadie. Uno se topa con este titular entre todo lo que está sucediendo en el mundo y siente el impulso de ignorarlo. Carlos de Inglaterra fue invitado por el presidente de ese país africano, William Ruto, con motivo de los 60 años de la independencia de la excolonia británica, y allí el rey de Inglaterra reconoció los “aspectos dolorosos de la historia compartida de Reino Unido y Kenia”, según le dijo a su anfitrión. ¿A quién le importa?
Pues resulta que el monarca inglés se refería, ni más ni menos, a que el comportamiento de sus compatriotas en ese país, no se diferenció mucho del de los nazis en la Alemania de Hitler. Sí, y entre los gobernantes, bajo cuyo mandato ocurrieron aquellos hechos, estuvo alguien tan ilustrado y sabio como Winston Churchill.
Después de la Segunda Guerra Mundial el Imperio británico mantenía casi cuarenta colonias, mientras sus desafiantes súbditos oponían resistencia en distintos grados al gobierno imperial. De modo que a partir de 1945, explotaron violentos movimientos independentistas, entre ellos los Mau Mau de Kenia, cuyo territorio ocupaba Inglaterra desde 1895 cuando lo declaró “protectorado”.
Ahí comenzó una larga historia de usurpación de tierras y riqueza, así como la práctica de métodos de exterminio contra la población. Fueron décadas de humillación, tortura y muerte durante los cuales no se ahorraron siquiera los campos de concentración, llamados piadosamente “aldeas de concentración”. Fue uno de los mayores y más desconocidos genocidios del siglo XX.
Para los colonos blancos, los nativos “eran como niños y debían ser tratados como tales, lo que suponía un maltrato que llegaba incluso a la muerte como la cosa más normal del mundo. En la legislación laboral de Kenia, hasta 1950 se especificaban las acciones punitivas como algo común y corriente.
El 3 de octubre de 1952, los Mau Mau hicieron irrupción en el país con la muerte de una terrateniente inglesa. De modo que con el fin de “preservar la utilización sensata de los recursos” kenianos la metrópoli envió a Evelyn Baring, considerado el más racista y cruel de los gobernadores ingleses. Baring aprendió en familia los métodos expeditivos: su padre, gobernador en Egipto, manejó aquel destino, y otros que estuvieron bajo su mandato, con mano de hierro.
Su primera iniciativa fue promover detenciones en masa. Cerca de 180 presos nada más estrenarse en el cargo, entre ellos Jomo Kenyatta, líder de la Unión Africana de Kenia. Kenyatta y otros copartidarios fueron condenados a largas penas, en procesos fraudulentos, acusados de pertenecer a los Mau Mau. Pero eso fue lo de menos.
El Imperio británico, junto con la Unión Soviética, no había dejado de utilizar los campos de concentración tras la Primera Guerra Mundial. Los británicos experimentaron en ultramar con distintos sistemas de detención y represión. Los campos de concentración se habían convertido en un componente básico de la política británica y de sus campañas militares. Esos campos se establecían con la cobertura de distintos estados de excepción y las continuas violaciones de derechos desafiaban claramente lo que hoy llamamos derecho internacional humanitario. Kenia, por supuesto, no iba a ser la excepción.
Los Mau Mau, que practicaban entre su rituales de lealtad e iniciación beber sangre de animales, tenían la “mala prensa” suficiente para que durante muchos años no se les creyeran las denuncias. El país obtuvo la independencia en 1963 con Jomo Kenyatta como su primer presiente pero la leyenda de los Mau Mau sepultó las atrocidades del Imperio prácticamente hasta 2011.
En aquel año, cuatro kenianos abrieron un proceso contra Inglaterra exigiendo reparaciones por la violencia cometida entre 1952 y 1956. Se encargaron de ello Paulo Nzili, Ndiku Mutua, Wambugu Wa Nyingiy y Jane Muthori Mara, hoy octogenarios, que vivieron el horror de la represión. Nzili y Mutua fueron castrados después de ser acusados de formar parte de la guerrilla de los Mau Mau. Y Jane Muthori Mara fue presa a los 17 años, violada, y entre otras torturas sufridas, relata que los militares introducían botellas con agua caliente en su vagina.
Inicialmente, Inglaterra negó los hechos y alegó falta de pruebas. Cuando la lucha por la reparación salió de los Tribunales y ganó las calles, el gobierno inglés fue obligado a abrir los archivos secretos del Foreign Office, y allí encontraron 300 cajas con más de 1.500 documentos que confirman las atrocidades y relatan los diversos episodios y hechos del proceso represivo.
De nada de esto se hablará en la visita de Carlos III a Kenia; resultan asuntos muy incómodos en esas circunstancias, y no pasan de ser “aspectos dolorosos de una historia compartida”, una noticia sin importancia.