Juan Restrepo

Ex corresponsal de Televisión Española (TVE) en Bogotá. Vinculado laboralmente a TVE durante 35 años, fue corresponsal en Manila para Extremo Oriente; Italia y Vaticano; en México para Centro América y el Caribe. Y desde la sede en Colombia, cubrió los países del Área Andina.

Juan Restrepo

Noticias de Harare

Soy consciente de que preguntar “¿Cuándo se jodió Perú?”, que fue como comenzó Mario Vargas Llosa su novela Conversación en la Catedral, es lo menos original del mundo. Y menos aún si queremos referirnos a la caótica situación que viven hoy nuestros vecinos al sur. Pero es que la demanda, formulada por el Nobel de Literatura peruano y convertida con el paso del tiempo en una obsesión nacional, se remonta a 1969.

Y miren en las que andamos a comienzos de 2023: un país paralizado hace dos meses por una grave crisis política. Protestas y bloqueos en las provincias de sur, turistas aislados durante semanas, enfrentamientos entre manifestantes  y policías, más de medio centenar de muertos. Y todo por un autogolpe del presidente Pedro Castillo, que disolvió por sorpresa en diciembre el Congreso y decretó un Gobierno de emergencia. La intentona duró apenas unas horas, el hombre terminó en la cárcel, asumió el cargo su número dos, Dina Boluarte, a quien la gente le pide ahora que se vaya. En cuyo caso llegaría a la presidencia Williams Zapata, cabeza del legislativo, una de las instituciones más desprestigiadas del país. La tormenta perfecta, pues.

Desde comienzos de siglo, los peruanos vienen eligiendo presidentes con una fórmula que, por otra parte, no es extraña en otros países de la región: “El mal menor, votemos por el menos malo”. El ex presidente Alan García decidió pegarse un tiro para no terminar en la cárcel por corrupción, y todos los presidentes del país desde finales del siglo pasado, menos los interinos Valentín Paniagua y Francisco Sagasti, han resultado imputados o detenidos por actos de corrupción o por saltarse a la torera la Constitución.

Entre tanto los servidores públicos con algún valor se agotaron, los partidos políticos tradicionales desaparecieron, y su lugar fue ocupado por agrupaciones de ideología indeterminada, veletas que se ajustan al soplo del viento para medrar, alcanzar puestos en la administración, vivir del presupuesto y dejar el país al garete.

Cuando contemplo panoramas como el de Perú que, admitámoslo, no es aislado en este continente, pues la cosa se repite con otros actores, con otra cadencia, con otros elementos, pero con idéntico resultado de descrédito de la administración, de frustración para la gente, pienso en Zimbabue. Sí, creo que ya lo he dicho aquí alguna vez. Es mi antídoto contra la desesperanza, mi salvación moral. Entonces me digo: “Y sin embargo, no nos hundiremos. Los países lo aguantan todo”.

Déjenme que les eche dos cuentos sobre aquel lejano país en el centro de África:  Se jugó una lotería a comienzos del año 2000, entre los clientes de un banco semi estatal que habían mantenido 5.000 dólares de Zimbabue o más, durante un año en dicha entidad bancaria. Cuando el maestro de ceremonias pronunció el nombre del ganador, nadie lo podía creer (o quizá les pareció lo más normal del mundo, no lo sé): los 100.000 dólares locales del único premio habían ido a parar a “Su  excelencia Robert Mugabe”, presidente del país. 

Zimbabue, y su presidente entonces, ha sido uno de esos países que lejos de atender las recomendaciones de austeridad de los organismos multilaterales, gastan por encima de sus posibilidades. Así que un país, cuyo Banco Central fue declarado independiente del Gobierno solo en la ficción en 1995, tenía ese año una tasa de inflación que rondaba el 20 por ciento. En el año 2002, había alcanzado el 140 por ciento, en 2003, casi el 600 por ciento; en 2007, el 66.000 por ciento; y en 2008, ¡el 230 millones por ciento! Uno supone que para comprar una barra de pan habría que salir de casa con una maleta de buen tamaño cargada de billetes.

Esta mañana, consulté el principal periódico de Harare, la capital zimbabuense, a ver cómo andan las cosas por allí. El presidente lamenta la muerte repentina del general Epmarcus Walter Kanhanga, de 73 años, “un gran luchador por la libertad del país”. La primera dama, Auxillia Mnangagwa, patrocina unos proyectos agrícolas llevados a cabo por mujeres para “luchar contra la violencia doméstica”. El gobierno está acelerando un programa de entrega de documentos a zimbabueses que residen en Sudáfrica para evitarles problemas al abandonar este país. La vida transcurre con aparente normalidad, es como si los disparates arriba narrados, y las muchas locuras vividas por sus habitantes durante años, formaran parte de un sueño, de una quimera, de algo que no ocurrió.

En el bestseller de Daron Acemoglu y James A. Robinson Por qué fracasan los países, sus autores demuestran de manera fehaciente que las naciones se liberan de la pobreza solo cuando logran poner en pie instituciones económicas apropiadas, particularmente por lo que se refiere a competencia y propiedad privada. Son las instituciones creadas por el hombre, y no la naturaleza del terreno ni las creencias de los antepasados, lo que determina que un país sea rico o pobre.

Durante la revolución industrial algunos países se embarcaron en el camino hacia el crecimiento, mientras que otros no; de hecho, algunos países se negaron rotundamente a permitir que comenzara la industrialización. Hay más mano del hombre en la miseria de algunos pueblos de lo que se suele creer.

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