Juan Restrepo

Ex corresponsal de Televisión Española (TVE) en Bogotá. Vinculado laboralmente a TVE durante 35 años, fue corresponsal en Manila para Extremo Oriente; Italia y Vaticano; en México para Centro América y el Caribe. Y desde la sede en Colombia, cubrió los países del Área Andina.

Juan Restrepo

Los peligros del optimismo

Esta columna la inspira uno de los mayores bobos de la política internacional. Bobo pero peligroso, no caigamos en el ingenuidad de creer que los bobos no pueden ser malos. Éste, al que me estoy refiriendo, ha hecho mucho daño en su país, España; y de un tiempo a esta parte, ha dedicado su empeño en hacer el mal en el continente americano. Estoy hablando del expresidente José Luis Rodríguez Zapatero. Zapatero, como es generalmente conocido, fue uno de los “observadores” internacionales que supervisaron el proceso electoral en Venezuela. Y después de “observar”, desapareció.

Cuando las voces más sensatas de la política internacional andan pidiendo a la dictadura venezolana que muestre las actas de las pasadas elecciones, José Luis, que actúa hace tiempo como mamporrero de Nicolás Maduro, hace lobby en el Grupo de Puebla, para lo contrario: para que no se publiquen porque “eso sería hacer el juego a la oposición violenta”. Eso sí, desapareció y no ha sido capaz de dar la cara ante ningún medio internacional para decir en público semejante mamarrachada.

El Grupo de Puebla es un foro político que agrupa a representantes de la izquierda de América Latina y Europa meridional; en él hay figuras tan destacadas y señeras como el boliviano Evo Morales, el argentino Alberto Fernández y el propio Zapatero, en cuya figura quiero detenerme un poco porque los pacientes lectores de esta columna no tienen por qué saber quién es el personaje.

Zapatero es uno de esos individuos que Roger Scruton, filósofo británico especializado en estética y filosofía de la política, llamó un “optimista sin escrúpulos” en su libro Usos del pesimismo (lectura muy recomendable, por cierto, para analizar el comportamiento de Gustavo Petro). Los optimistas sin escrúpulos son personajes que en sus tomas de decisiones se empeñan de tal manera por un ideal que nunca contemplan las posibilidades del fracaso; y lo que cueste llegar a ese ideal no forma parte de sus cálculos.

Los optimistas sin escrúpulos están siempre en la izquierda del espectro político; y el mamertismo es un rico semillero de ellos. El ideal para este gremio de cándidos no tiene coste alguno y quien se opone a sus planes se convierte en un enemigo de la humanidad, de la bondad, de la belleza, la justicia, la igualdad y demás efluvios de su alma redentora. 

Cuando Zapatero llegó al poder en España se sentía un líder predestinado. Cuenta uno de sus hagiógrafos, Suso de Toro, que el hombre tuvo el cuajo de preguntar a su madre —que se encontraba en el lecho de muerte— si llegaría a presidente y la señora, con un pie en el estribo, le dijo: “¡Llegarás!”. Y llegó para poner en marcha una colección de ocurrencias que harían interminable esta columna, y que fueron producto del adanismo de esta clase de políticos: la creencia de que ellos inauguran el mundo.

Sin embargo, el daño más profundo que hizo Zapatero a sus compatriotas fue el político: el que ha producido en la convivencia entre los españoles con la voladura incontrolada de los acuerdos que en ese país se habían logrado tras el fin de la dictadura de Franco. Aquel período de pactos políticos, que hoy se conoce como la Transición, se fue al carajo con Zapatero, que resucitó la inquina entre las dos Españas de las que habló Antonio Machado. Y hoy, gran parte del caos político que reina en España, se debe a esa ruptura. 

Pedro Sánchez, el primer ministro, es un alumno aventajado de Zapatero. En su último discurso de investidura habló de “levantar un muro” entre los que apoyan su gobierno y su pacto con exterroristas e independentistas catalanes y vascos, y lo que él llama la “ultraderecha reaccionaria y conservadora”. Zapaterismo en estado puro. 

Y una vez dejado el huevo de la serpiente en su país, Zapatero, el optimista sin escrúpulos, no sale de Venezuela, la Disneylandia del izquierdismo europeo. Eso sí, como a nadie amarga un dulce, cuando el optimista sin escrúpulos encuentra una teta de la cual pegarse, no tiene escrúpulos precisamente en succionarla hasta el agotamiento. Y en Venezuela Zapatero ha encontrado una rica ubre. Magnífico tema para el periodismo de investigación.

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